Basilio Sánchez


Crítica a Cristalizaciones

Antonio Crespo Massieu: Cristalizaciones, de Basilio Sánchez. Viento Sur, Nº 134. Junio 2014

Hay, en este poemario, como en toda su poesía, una mirada abierta al misterio del mundo, una búsqueda de la palabra capaz de dar cuenta de la presencia de las cosas. Un continuo asombro y un infinito respeto por la naturaleza, la vida, los otros. El poeta, que a tientas se busca en la escritura, sin certezas, sabiendo lo desmesurado de su intento, escribe “en la fragilidad de lo creado”; sabe que es “un recién llegado”, que vive “como el que está de paso”, que lo suyo es el cuidado de una herencia: “como si nuestra vida la viviésemos en la casa del otro”. El paisaje, el río de los antepasados, “todo lo que ahora vive” “con el aval legítimo de su supervivencia” comparece ante nosotros, no como pertenencia sino como obligación, deuda con quienes nos precedieron y quienes llegarán en días futuros. Porque “las cosas necesitan ser salvadas” y los poemas las nombran para que comparezcan con su deslumbrante claridad, con su incomprensible belleza. Lo que decimos en el poema, lo que nos acompaña como exigencia, es el peso del mundo: “Además de mi peso, cuando escribo/ llevo también el peso de los otros, / llevo el peso de las cosas que existen”. Este es el espacio moral de la poesía: hacer hospitalario el mundo, conceder el consuelo. Responder ante todos y por todos. La conciencia de vivir un mundo amenazado, frágil y a la vez hermoso hasta el delirio. Y la necesidad de encontrar las palabras que digan esta belleza y esta responsabilidad. Este es el territorio de Basilio Sánchez: el respeto por las cosas pequeñas, la intangible belleza de lo efímero, el cuidado, el asombro ante todo lo vivo. Ordenar la mirada como un trabajo de la conciencia. Dejarnos ante la presencia de lo importante. Porque de nada somos propietarios, vivimos en la casa del otro y sabemos que “No se trata tan sólo de las cosas (…)/ también a las palabras debemos respetarlas”.


Aitor Francos Ajona: Cristalizaciones, de Basilio Sánchez. Zurgay, diciembre 2013.

Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) entiende en Cristalizaciones (Hiperión, 2013. XX Premio Ciudad de Córdoba) la naturaleza como un emblema de recogimiento e intimidad, el poema como ejemplo de despojamiento, medida de búsqueda de preguntas que indagan en aquello que no requiere explicación y que es sólo la pulsión instintiva de la revelación mediante el lenguaje. En uno de los textos, Cuadrante solar, se lee: “Con su semilla dentro, / envolviendo las cosas con el lenguaje del cuidado, / la claridad se instala entre nosotros, / reivindica para los sentimientos la precisión de los matices.” En Cristalizaciones los poemas rebasan la vida, imbuidos de un sentido transcendente, son sustrato y expectación de crecimiento (“La luz del pensamiento va ensanchando los anillos del cielo”), lo poético es aquello que tiende a generar capas permeables y superpuestas, a huir sobrepasándose; la dimensión de fugacidad de la vida queda contenida en su condición geológica más discreta, el cristal, que, como el poema, surge de un proceso ambivalente de sedimentación y transparencia.


Manuel Rico: Cristalizaciones, de Basilio Sánchez. Babelia. El País. 26 de octubre de 2013

Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es un poeta de exigente y poco difundida obra: Cristalizaciones es su noveno libro en una trayectoria que se inició en 1984 con el poemario A este lado del alba. Su poesía tiende a lo esencial, fusiona la indagación en lo cotidiano con la tensión lingüística, avanzado así en un camino extremadamente singular (que, en buena medida, transitó otro poeta extremeño, Ángel Campos Pámpano). La poesía como cedazo que criba la realidad, como filtro o cristal que selecciona, deforma y compone nuevas realidades en las que el sujeto lírico es hombre y, a la vez, artífice de lenguaje. Así, el poema es lugar de creación y meditación a la vez. En Cristalizaciones, ese proceso, que avanza en tres fases (los bloques en que se divide), cobra la forma de una metáfora: el cristal. No es el cristal opaco, sino transparente, a cuyo través la mirada encuentra las señales de cuanto ha construido la identidad del poeta: “Entre lo subjetivo y lo objetivo, / el escritor ajusta el foco de la lente”. Las casas vividas, las lecturas preferentes, los antepasados (“El río de mis padres, / el río de los padres de mis padres”), los objetos en los que se sedimenta la memoria (“El saco de arpillera con el pan de los pobres, / el laboreo del óxido sobre las herramientas”), los paisajes evocados con una mezcla de gozo, melancolía y reflexión sobre el tiempo. Estamos ante una forma de metapoesía. Alejada del experimentalismo y hecha de introspección, como vía hacia la plenitud, un concepto en el que lo literario y lo existencial —la poesía y la vida — se amalgaman y en el que, por su búsqueda de la totalidad, alienta, siempre, el fracaso (“el infinito es siempre / la expresión de un fracaso”). Sánchez ha construido un libro sereno que invita a la meditación, escrito con un lenguaje despojado y preciso al tiempo, lo que pone de relieve que la buena poesía no siempre se produce en los circuitos más conocidos y transitados.


Yolanda Izard, Basilio Sánchez: La casa, la ventana y la lámpara. Suplemento Revista de Letras. La Vanguardia. 3 de junio 2013.

"Es un proverbio hebreo: Coge un libro entre las manos / y eres un peregrino ante las puertas / de una nueva ciudad", nos aconseja Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) en uno de los poemas de su libro Al final de la tarde. ¿Cuál es la ciudad de Basilio Sánchez cuyas puertas solo pueden abrirnos sus libros? La ciudad a la que nos asomamos, como peregrinos, desde todos y cada uno de sus nueve poemarios editados hasta la fecha, y que culminan con el recién publicado Cristalizaciones, tiene la exacta dimensión de sus versos: la tensión entre una mirada serena, pero con un acendrado soplo de tristeza, sobre la naturaleza, y la de quien vierte una meditación nostálgica con un fondo metafísico-existencialista sobre la fugacidad de la propia vida, el desengaño y la identidad del hombre como poeta. Entre uno y otro extremo de esta tensión, sobre la ciudad de Basilio Sánchez se eleva una sola casa, una casa vacía que solo el poeta habita y a menudo reconstruye, que es la casa del alma, emblema del recogimiento espiritual y refugio del ser, rodeada de un paisaje mítico que el poeta suele recorrer a solas, vaciando su corazón en el deseo de que el aire que lo acoge sea "un indicio de que todo respira /…/ De que debe haber algo, más allá de mí mismo, / que aún pueda convencerme de vivir" (Del libro Para guardar el sueño). Este paisaje aparece con frecuencia sumido en la noche, entre árboles que suelen formar bosques, y ríos de agua límpida y nevadas, lámparas, lentitud, y una gran propensión a la melancolía, "un sistema perfecto, pero desmoronable, / tan insustituible como frágil", puntualiza en Cristalizaciones, dibujando -¡ay!- el lugar en lontananza de los derrumbamientos y de la nostalgia, de la conciencia de la inexorabilidad de la muerte y de la soledad, y de la fragilidad de la belleza.

La casa del poeta Basilio Sánchez es también la casa de la palabra, donde el poeta se explora y explora el lenguaje, donde tiene lugar el consuelo de que la escritura participe en cierto modo de la creación del mundo y no se agote en el decir, influya quizá en la trascendencia del hombre.

Allí, junto al laurel de las bodegas, / frente a los desconchados azules de los muros, / aquello que lo salva: la escritura / que en su despojamiento, en su deliberada lentitud, / …/ y en la que intuye a veces un confuso / deseo de trascendencia, / pueda doblarse un poco por sus goznes, / comenzar a ceder (De Las estaciones lentas).

Una sola ventana es el ojo omnisciente de esta casa del poeta, una ventana emblemática a la que el poeta se asoma para meditar sobre las cosas del mundo -“Detrás de la ventana, el universo / continúa vaciándose sobre el barro del mundo”, (de Cristalizaciones)-, pero que es también la medida de su corazón de demiurgo, que construye y reconstruye su país interior con sus palabras, y que guarda toda su metafísica y algunas de sus quimeras sin dejar de abrirse a “la luz que hace apacible / la inquietud de la noche, la llama que convoca / la austeridad del frío” (de La mirada apacible). La tristeza del poeta es la de quien ha visto desde la ventana la inconmensurable hermosura del mundo que él desea inamovible, pero que sabe de su finitud; la de quien mira con nostalgia otro tiempo y una identidad desaparecidos para siempre -“Quién ha vuelto a esta casa, / quién ha vivido entonces bajo este mismo techo / que ahora cubren las hojas y el fruto de los años, / qué hombre he sido antes” (De Al final de la tarde). La mirada hacia el exterior que propicia la ventana está sujeta a la indeclinable conciencia de un paraíso fugaz y efímero, con sus ríos y sus lluvias y sus árboles edénicos prontos a ser exiliados, símbolos del poeta que vislumbra con melancolía la precariedad del mundo.

La casa de Basilio Sánchez se debate, pues, entre su proyección al exterior a través de esa ventana también mítica y el ansia de proteger al poeta en su interior, entre los muros domésticos donde el poeta traza las líneas maestras de sus versos.

Todos los libros de Basilio Sánchez, incluido este último, Cristalizaciones, se mueven en estas coordenadas, impulsados por una meditación serena, pudorosa y delicada y tendente a la trascendencia, y por semejantes símbolos del quehacer poético y de su propia alma, rociados con el mismo sentimiento de armonía y pérdida, de gozo y desazón, de instinto vital y de referencias a la constancia ineludible de Tánatos y del fátum. Sus títulos lo delatan, además, y jamás son caprichosos, como naturalmente tampoco lo son las citas que los jalonan: Bajo el título genérico de Los bosques de la mirada, que compila su obra completa hasta el 2009, -y de la que, por voluntad expresa del autor, desaparece un primer libro-, ha ido el poeta publicando con regularidad los siguientes: Los bosques interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde, El cielo de las cosas, Entre una sombra y otra, Para guardar el sueño y Las estaciones lentas, un recorrido, que invito a hacer al lector, de enorme honestidad y coherencia, de rotunda aserción poética, delimitado por contornos tangibles apuntalados sobre una soberbia poética y un magistral dominio del verso -heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos- y del lenguaje poético, y, sobre todo, único, perfectamente reconocible, como que es la casa de un poeta de voz propia construida con el rigor de unas palabras que solo a él le pertenecen. La demostración palmaria de que aún hay poetas con un universo inconfundible y de extraordinaria raigambre en sus entrañas. Pues sabemos de la posición de verdad de Basilio Sánchez por la fidelidad a su poética, por la constancia de sus emblemas o símbolos, por la entrega total a un lenguaje y a una mirada; es su absoluto. De todas las posturas posibles, él duerme siempre, “como diría Caeiro, del lado del corazón”.

Sin dejar de lado estas premisas fundacionales regidas por idénticos y feraces símbolos, Cristalizaciones supone un paso adelante en la índole de su quehacer poético, pues es en sí mismo La Poética de Basilio Sánchez. Es un libro de extraordinaria madurez donde el poeta, ya saciado de vida no siempre realizada y a menudo desconcertante y sin consuelo -“Nunca le he dicho a nadie que vivir fuera fácil”-, y, colmada su visión del mundo, ya asumida la derrota, deliberadamente / conciliado con todo, que culmina en la percepción del paso del tiempo y de la propia desaparición, decide que es la hora de que sus poemas se contemplen a sí mismos, y reflexiona sobre la labor poética, sobre el lenguaje y las palabras, y sobre el sentido de la vida, al mismo tiempo que se acentúa su sensibilidad moral:

Cuando sale a la calle, ¿qué puede hacer un hombre / que es consciente de sus limitaciones / [que debe] enfrentarse con lo inmenso / con lo que desconoce?

Como refugio de su manera de concebir la creación poética, este libro está impulsado por sugerentes reflexiones que giran en torno al concepto del acto creador “ex nihilo” que ya José Ángel Valente había explicitado: “La idea de la creación “ex nihilo” es una estética para mí”, según la cual, y en palabras de Elisa Martín Ortega, “el hombre ha de retirarse de sí para poder acceder a su propio ser. Tal paradoja se encuentra en el corazón de la labor poética”. En su poema “Teoría lingüística”, Basilio Sánchez explica cómo el poeta debe exiliarse al principio de los tiempos, a una etapa protohistórica, prelingüística, para poder sumirse desde ella y a continuación en la labor creadora:

“Antes de que comience la vida del poema / hay una oscuridad elemental, / una extensión más grande que la noche / sin conciencia ni culpa: / la materia sin forma de un paisaje / desprovisto de sus significados, / excluido de los discernimientos del espíritu, / de aquello que convierte / lo visible en hermoso, lo que existe / en acompañamiento y en consuelo /…/”.

Esta consideración del poeta como demiurgo y la certeza de la utilidad de la poesía, que Basilio identifica con una lámpara -otro símbolo tan propio del poeta, la lámpara sagrada de la condición humana que alumbra todas sus perplejidades e incertidumbres, su desconsuelo, y que es en sí misma luz, y además guía en la oscuridad del mundo al hombre-, se explica en otro poema, “Bajo la llama azul del alquimista”: “Sin embargo, el poeta / no es más que un alquimista /…/ el chamán que suscita, / allí donde los hombres construimos / una pared o un muro, / la idea de una ventana, la ilusión de una puerta”. Nuevamente el fundamental símbolo de la ventana en la poética de Basilio Sánchez, la ventana desde la que el poeta-chamán permite que se acceda a un mundo liberado de corsés y de tópicos, un mundo innominado pero que, como la lámpara, solo la poesía vislumbra frente a los estrechos márgenes donde queda aprisionado el hombre. Pero Basilio Sánchez es consciente de los peligros de estar siempre asomado, como a un libro de imágenes, a esa ventana simbólica donde el poeta extrema su emotividad, el riesgo de cargar con el peso insoportable del mundo: “Cuando se ha agudizado hasta el extremo, / la sensibilidad es, en sí misma, / quizá la más perversa de las formas del paraíso”.

Este libro supone, con respecto a todos los anteriores, en los que predominaba, como resumían estos versos de “Entre una sombra y otra”, “un dolor tranquilo, /…/ una melancolía silenciosa, / una de esas tristezas que se pueden llevar en una mano”, una progresiva caída en el desaliento, con una mayor presencia de la noche, del paso del tiempo y de la muerte, una muerte también desconcertante en su serenidad, y que adquiere la forma del desconsuelo, que es el envés del consuelo que la escritura propicia, pues, como si hiciera suyos los versos de Julia Otxoa -el secreto de la poesía pertenece más al náufrago que al navegante- Basilio Sánchez escribe:

“Mi lámpara ilumina / un universo pobre /…/ el mapa de una vida con pocas certidumbres / y sin ningún consuelo”.

El poeta sabe, sin embargo, cuáles son sus límites, y así lo expresa, “sin sentimentalismos, pero con el vigor del sentimiento /…/ convencidos de nada, reincidentes / en la melancolía, esperanzados / en la desesperanza, / seguimos ocultándonos para temblar a solas”. Una escritura la de Basilio Sánchez que contiene los mejores aparejos del clasicismo, con esos lentos y apacibles alejandrinos, tan recios entre la perfección de endecasílabos y heptasílabos y que aportan a sus poemas un aura de sosegada e inteligente meditación; versos todos que testimonian el dolor contenido, alejados de toda desmesura, prestos a dar fe, a pesar de su reserva, del desamparo del hombre en la noche y de lo que hay de fraudulento / en la letra pequeña del contrato de la felicidad. Un libro hermoso, Cristalizaciones, cuya lectura, como la de los demás libros de Basilio Sánchez, lo aseguro, se convierte en una experiencia inolvidable.

Fuente: revistadeletras.net/basilio-sanchez-la-casa-la-ventana-y-la-lampara


Francisco Onieva: Serenidad e Incertidumbre. Cuadernos del Sur, Diario de Córdoba, 26 mayo 2013

Después de recopilar casi toda su poesía en Los bosques de la mirada (Poesía reunida 1984-2009), Basilio Sánchez publica Cristalizaciones, poemario con el que ha conseguido, por unanimidad, el XX Premio de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina. Se trata de una nueva aproximación a las mismas preocupaciones y motivaciones --el tiempo, la memoria, el hombre o la escritura, unidas por un único tema vertebrador: la mirada como proceso de autoconocimiento-- sobre las que se levanta la obra de este poeta cacereño que sondea los estratos más profundos de la propia interioridad y actúa sobre ellos con la paciencia y la precisión del químico que enlaza iones, átomos o moléculas hasta formar el cristal que, nacido del fuego del yo, es capaz de contener la intemperie del mundo.

Cristalizaciones ahonda en la doble naturaleza del poeta, en la medida en que es hombre y escritor. Aunque semejante dualidad esté presente en casi toda su producción, es en sus tres libros anteriores --Para guardar el sueño (2003), Entre una sombra y otra (2006) y, en especial, Las estaciones lentas (2008)-- donde adquiere una formulación más nítida y contundente. Esta intención inicial se articula como una aritmética y cuidada sinfonía en tres movimientos: La noche desmantela las obras de los hombres, Apenas nada y El carbón encendido, compuestos, respectivamente, por 22, 23 y 22 poemas, siendo el central tanto del libro como de la segunda parte el que da título a la obra, al tiempo que divide tanto una como otra en dos partes simétricas en las que se establecen, con sutileza, las coordenadas de un itinerario lector. De este modo, el autor va más allá del poema y trabaja como pocos la idea general de libro, concibiendo cada poema como un fotograma capaz de aportar un matiz nuevo, un ángulo diferente de una misma realidad, por definición, poliédrica e inabarcable, y que, por ello, tan solo puede ser experimentada desde la propia intimidad.

La creación es concebida, así pues, como un ahondamiento en la complejidad interior del ser humano a partir de la contemplación de lo que lo rodea, con lo que todo paisaje, sea natural o urbano, posee inevitablemente una dimensión interior. Esta labor de introspección se realiza a ciegas y en ella el yo cuenta, como únicos asideros, con la intuición y la palabra, erosionada por factores sociales, culturales, ideológicos e históricos. Ante los excesos cometidos por parte de no pocos autores anteriores y coetáneos (A media altura), él propone convertir las cosas pequeñas en símbolos capaces de articular toda su producción, en tanto consigue cargarlos de valores metafóricos que trascienden la simple contemplación.

Estamos, por tanto, ante una poesía de una honda raíz simbólica y meditativa que consigue ganarse la complicidad del lector por el tono confidencial y mesurado, por la musicalidad del verso blanco, por la cuidada y pausada cadencia discursiva, por la precisión en la selección léxica y en el empleo de las imágenes, por los silencios, por el dominio técnico hecho sencillez, por la autenticidad de un discurso que hunde sus raíces en el propio yo y habla de él mismo sin estridencias ni efectistas pirotecnias verbales, por la singular intensidad de unos versos serenos en la dicción pero nacidos de la incertidumbre de la existencia y de la relación con el mundo, unos versos que buscan más las preguntas que las respuestas en la medida en que indagan en lo desconocido, en el misterio, en lo que no puede ni debe ser explicado.

Por todo esto, la apuesta estética de Basilio Sánchez, ajena a modas pasajeras, se me antoja precursora de algunas de las líneas más interesantes de la nueva poesía española y su lectura es imprescindible y necesaria no solo por los valores intrínsecos que hacen de ella una de las más interesantes de las últimas décadas, sino también por haber intuido los caminos por los que transitaría la poesía española del siglo XXI.


Miguel Ángel Lama. Una oculta cohesión: Cristalizaciones, de Basilio Sánchez. Transtierros, Revista latinoamericana de poesía. Edición digital, Perú, agosto 2013

Algunos poetas suelen mostrarse renuentes a hablar de su propia obra, sobre todo en público. Insisten en que para ello ya están sus poemas; y por eso muchas veces se excusan cuando se les requiere para que escriban una poética. Otras veces, cuando lo hacen, son contundentes y afirmativos; y resultan igualmente provechosas e iluminadoras sus palabras en prosa. A veces muy iluminadoras, por la sólida fundamentación teórica, un riquísimo bagaje de lecturas y la fina inteligencia del autor. Es verdad que si el libro de poemas no precisa de más explicaciones es porque el poeta ya ha sabido expresar su intención en sus versos, cuando éstos, por ejemplo, son de carácter autorreferencial, en torno al mismo hecho de la expresión poética. Aun así, el poeta teorizador que se esconde bajo el poema no se conforma, y se expresa de otras maneras. A veces, redacta una poética; aunque la inicie con una negación; otras veces se preocupa de que su propósito quede bien reflejado en solapas y banderines de su libro; y en ocasiones se deja ver cuando escribe sobre otros poetas; algo muy frecuente porque la crítica de poesía y los prólogos de los libros de poemas están llenos de poetas. Finalmente, es el lector el que gana.

En un poeta como Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) se cumplen muchos de estos extremos sin que se note. Su poesía —que juntó en el volumen Los bosques de la mirada. Poesía reunida 1984-2009 (Madrid, Calambur Editorial, 2010)— es un ejemplo de revelación de las claves sobre las que se sustenta una madura reflexión sobre la propia escritura; de modo que muchos de sus poemas se explican a sí mismos. Pero también Basilio Sánchez es un escritor muy preocupado —sana inseguridad— por matizar o aclarar lo ya expuesto en el poema una vez publicado; tarea a la que se aplica con meditada preparación, con un esmero admirable y con discreción ejemplar. Poco dado a la teorización fuera de su territorio personal, también, sin embargo, ha escrito sobre otros, y recientemente, sobre un libro de poemas de Ana María Reviriego (Aldeanueva del Camino, 1958), Una caja de piedras y otra caja de palabras (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2012), en un texto titulado “La poesía como acercamiento”. El texto de Basilio Sánchez, cuyo título es una definición asumida, se nutre de palabras como las de Wallace Stevens (“La poesía es un esfuerzo de un hombre insatisfecho para encontrar satisfacción a través de las palabras; ocasionalmente, del pensador insatisfecho para encontrar satisfacción a través de las emociones”), de SaintJohn Perse (“El hombre nace en casa, pero muere en el desierto”) o de Antonella Anedda (“La realidad no es tenaz, necesita nuestra protección, las casas se hunden, mundos enteros desaparecen […] Si algo puede hacer el lenguaje es excavar una y otra vez un espacio en cuyo interior nada sea superfluo, un espacio manso, como un recinto donde los objetos y los seres respiren los unos al lado de los otros, tengan duración y luz”) y a estas palabras acompañan en el mismo texto nombres (y palabras) como los de Octavio Paz, Joan Vinyoli o Gioconda Belli, además de la propia Ana María Reviriego. La excusa es ésta, la obra poética de una autora contemporánea; pero Basilio Sánchez está exponiendo ideas compartidas, cuando no su propio ideario, el que está en casi todos sus libros y, de manera sublime, en su último libro, Cristalizaciones (2013).

En él hay un ejemplo de lo que decía arriba. Hay un poema nuclear, espléndidamente explicativo de la intención del libro, situado en el centro del mismo —el trigésimo cuarto de sesenta y siete— y al que presta el título de “Cristalizaciones” y que dice así:

El cristal hace suyo
el frío de la intemperie,
pero es obra del fuego: el resultado
de un proceso secreto
de sedimentación y transparencia
que tiene lugar en los estratos más profundos
de lo que somos
y en el que participan,
además de las presiones y la temperatura,
la soledad y el tiempo.

Su condición de glosa del significado del conjunto es evidente, con su sabia combinación del mundo de los procesos geológicos y el mundo de los procesos poéticos; pero lo relevante es que su enunciación sobrepasa los límites del poema y llega al paratexto de la cubierta en donde el poeta vuelve a explicarse —oculto bajo el anonimato que brinda la supuesta información editorial— para decir que “Cristalizaciones es un libro que indaga en la contingencia y fragilidad de la doble naturaleza del poeta, la del hombre y la del escritor, y que busca en la poesía no un reflejo del mundo o de nosotros mismos —que también sería lícito—, sino la transparencia que permite percibir a través de ella la realidad del mundo. Esa realidad objetiva que configura nuestro espacio moral y que, en palabras de Claudio Magris, se encuentra más allá y por encima del propio yo”. Es un texto autorizado que expresa con precisión las claves de la obra y que continúa con la transcripción literal en prosa del poema mencionado antes. Es un ejemplo elocuente de la conciencia poética de Basilio Sánchez, su manera responsable y honesta de abordar la escritura, que se aprecia en todos y cada uno de sus libros desde Los bosques interiores, que el propio autor quiso en 2010 —cuando reunió Los bosques de la mirada— que fuese el principio de su obra poética tras la publicación de A este lado del alba (1984).

Como en otros libros del cacereño, la solidez de concepto se sustenta en una estructura muy equilibrada del conjunto. Tres partes, “La noche desmantela las obras de los hombres”, “Apenas nada” y “El carbón encendido” (22 + 23 + 22), cuyos títulos se repiten en los de sendos poemas del interior de cada sección, el último de la primera, el séptimo de la segunda y el segundo de la tercera, respectivamente; de modo que al lector se le ofrece la glosa de los tres grandes epígrafes del libro. La conciencia de la insignificancia del hombre frente a la inmesidad natural, con la noche y Hölderlin al fondo. La poetización de la realidad y el porqué de las palabras. Y el significado deéstas como ofrenda y sacrificio. Los tres textos son como ejes que actúan en cada una de sus partes, y los tres, a su vez, están sustentados sobre otra base que es el poema “Cristalizaciones”, que, como ya se ha dicho, queda situado casi en el centro exacto del libro. Sobre esta estructura va cubriendo el conjunto la argamasa del resto de los poemas sin que en ningún momento decaiga en hondura poética. La unidad argumental la aporta la elección de la noche como el escenario de la incertidumbre, de las preguntas, y es también una noción temporal y espacial anterior a la vida del poema, como en “Teoría lingüística”, que explica esto. La noche abre y cierra el libro, y está presente en poemas esenciales, acompaña el luminoso discurso que ahonda en el porqué de las palabras (“Apenas nada”), o de la escritura (“El incendio en la casa de las lámparas”); en el maridaje de escritura y de vida (“La puerta tras de ti” o “La vida que nos damos”); o en el afán del lenguaje (“Regreso a la casa de la infancia” o “Lenguaje”).

Como no ocurría desde Entre una sombra y otra (2006), en donde está uno de los poemas más breves escritos por Basilio Sánchez, de tan solo tres versos (“El invitado”), la variedad interior del libro se apoya en poemas cortos que van combinándose con otros más largos en cada una de las tres secciones. Hay algunos como “A media altura” que parecen una viñeta; otros, como “La posteridad es una amante pobre”, también de cinco versos, que tienden a lo aforístico. Pero también en Cristalizaciones hay una variedad de motivos que, sin que se pierda el común denominador del escritor y lo escrito, es un brillante contrapeso en donde el referente real o la circunstancia es un punto de partida del poema. Así en “La Porciúncula, octubre de 1226” o “El aljibe”, de la primera parte; en “Peña de Francia” o “Maltravieso”, de la parte central, o en “Los lugares de paso”, “Cementerio judío de Praga” o “Santa Lucía del Trampal”, de la última sección.

La lectura del libro parece dibujar un viaje hacia la profundidad de las cosas, como una muestra de estratos que reproduzca el camino hacia el poema, como se sugiere en uno de la apertura, “Cordel de ciegos”:

Propietarios, entre los poderosos, de la debilidad,
llegamos al poema atravesando
una serie de círculos concéntricos
al final de los cuales,
en el pequeño centro irreductible,
o no encontramos nada o allí estamos nosotros.

Cristalizaciones sabe acompañar al lector en ese camino hacia la transparencia y gracias al cual el que lee también termina encontrándose consigo mismo y con la constatación de que mantenemos con la realidad una relación misteriosa, frágil y perfecta, que hay una oculta cohesión entre nosotros y lo que han escrito otros; el otro, nominalizado aquí como Basilio Sánchez. El cierre también es un acierto. El último poema es “La vida mientras tanto”. Su construcción enumerativa parece abrir la obra hacia un final que se prolonga, como si continuase el discurrir poético del autor, la necesidad de seguir haciéndose preguntas, de seguir buscando, de estar en vigilia poética permanente. Con la luz sobre los ojos, como dice el poema. El poema, elíptico de verbos principales —no es el único del libro—, es como un índice de una próxima obra, de la obra continua. Finalmente, si por cristalizar también entendemos el dar una forma clara y precisa a algo, sin duda, Basilio Sánchez ha conseguido su objetivo. Como siempre, añado.

Fuente: www.transtierros.com/?p=538


E. García Fuentes: Intensidad. Trazos, suplemento cultural Diario Hoy, Cáceres, 29 de julio de 2013

Como en el propio título se indica, Basilio Sánchez recopiló en “Los bosques de la mirada. Poesía reunida 1984-2009” (Madrid, Calambur, 2010) la totalidad de su producción poética, salvo el primero de sus libros, “A este lado del alba”. El resto, “Los bosques interiores”, “La mirada apacible”, “Al final de la tarde”, “El cielo de las cosas”, “Para guardar el sueño”, “Entre una sombra y otra” (Premio Extremadura a la Creación) en 2007) y “Las estaciones lentas”, se incluyó en esta panorámica donde al final aparecían algunos inéditos que, curiosamente, no han venido (salvo en algún caso aislado) a engrosas este “Cristalizaciones” que hoy nos ocupa y que llega avalado por la concesión unánime del XX premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina” (galardón que poetas extremeños obtuvieron antaño, como Álvaro Valverde, Isla Correyero o Ada Salas). Si me he tomado la molestia de incluir todos los libros poéticos que hasta le fecha ha publicado el médico y autor cacereño ha sido para dar cumplida cuenta de lo extenso de su producción; veinticinco años de dedicación que han proporcionado una cosecha de lo más estimable, no solo por cantidad, sino —no hará falta decirlo— por su contrastada e indudable calidad. pero a la par de extensa, su obra guarda una envidiable característica que solo los muy versados poseen como en exclusiva: unidad. Y esa unidad se sigue manteniendo en este nuevo poemario que ahora nos llega.

Muy variopintas suelen ser las razones por la que un poeta recopila su producción en un solo volumen; pueden ir de lo cronológico (una determinada fecha, múltiplo siempre de cinco, que cosechas años de creación) a lo mercantil (un silencio alargado que hay que resolver con una antología o recopilación que atenúe el compás de espera) y, si se me apura, filológica (recuperación de poemarios aparecidos en ediciones absolutamente inencontrables por los motivos que sean), etc.

Sean cuales sean los motivos, es innegable el arome a cierre que suelen traer este tipo de empresas y, lo que es mejor, la indudable expectación que crea la aparición de una nueva obra después de la suma. En general, caemos sobre ella tan ilusionados como escamados por si el autor ha dado un giro en su trayectoria; como si la decisión de compilar toda la obra anterior conllevase necesariamente un cambio de rumbo, una manera nueva de entender el hecho poético, una toma de postura obligatoriamentedistinta a la que se haya venido sosteniendo.

Bien; pues en el caso de Basilio Sánchez la casa sigue en su sitio y el poeta permanece en su ventana abierta (por poner de relieve la afortunada interpretación de Yolanda Izard) dilucidando una vez más el mundo que se aparece ante su mirada y el papel que la poesía desempeña para asumirlo, desbrozarlo e intentar comprenderlo. Los más crítico (o inconformes) dirán que Basilio lleva mucho tiempo escribiendo el mismo libro, pero otros pensamos que ya desde el mismo título se está poniendo de relieve una declaración de intenciones; un intento, cuando menos, de que los procesos puestos en marcha durante tantos años estén, en el sentido, químico, precipitándose.

Eso sí, el asedio no va a terminar, eso está claro; esperamos todavía más libros que confirmen este aserto porque la poesía está para formular preguntas y nuestra existencia presume de su categoría de insondable y nos obliga a bucear constantemente en ella.

Dividido en tres secciones, “La noche desmantela las obras de los hombres”, “Apenas nada” y “El carbón encendido”, de similar extensión entre ellas, orlada, una vez más, con el magistral uso del verso clásico (heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos) que es patente del autor, “Cristalizaciones” es, en palabras de su creador, “un libro que indaga en la fragilidad de la doble naturaleza del poeta, la del hombre y la del escritor, y que busca en la poesía no un reflejo del mundo o de nosotros mismos, sino la transparencia que permite percibir a través de ella la realidad del mundo, esa realidad objetiva que constituye nuestro espacio moral”.

Como le sucede a los alquimistas, la búsqueda poética es, por vocación, más intensa siempre que extensa; quizá no se trate de ampliar el campo, sino de perforar cada vez más en el mismo.

En un poema que, no por casualidad, relaciona a los buscadores de la piedra filosofal con los poetas, nuestro autor lo pone de relieve: “el poema tiene que iluminar lo que la época / confunde u oscurece” y el poeta “no es más que el alquimista / que hace de su dolor un linimento / para las torceduras del espíritu” y que es capaz de vislumbrar “allí donde los hombres construimos / una pared o un muro, / la idea de una ventana, la ilusión de una puerta”.

Parejos a esta búsqueda, os otros temas de siempre en la poesía de Basilio: su mirada serena y meditativa (tan británica) sobre la naturaleza, la conciencia de finitud de la vida y de las cosas (“todo gira alrededor de todo; / un sistema perfecto, pero desmoronable, / tan insustituible como frágil”), la insoslayable fe, teñida de tristeza, en nosotros mismos porque, aunque “Solo somos felices cuando no lo sabemos, siempre podamos dar con “días que salen buenos” y, entonces, ”a la vida le perdonas la ofensa de la muerte”. La esperanza, en fin y pese a todo, pese a la noche evidente y el vacío que nos circunda.


Alejandro López Andrada: El fulgor de las sombras. Turia, Nº 108. Noviembre de 2013

Como el viento que sopla en la oscuridad del bosque y en su tránsito arrastra las hojas más inválidas, los quejumbrosos tallos de la hierba, las diminutas espinas de los cardos, dejando un fulgor metálico en las sombras a la hora en que muere el aliento del crepúsculo, así, con la misma fuerza de ese viento, la palabra poética, azul, de Basilio Sánchez va iluminando las sombras cotidianas, la lejanía intemporal de los silencios, los murmullos segados por la tristeza de un olvido que crece en las cosas que tenemos alrededor: las ventanas de casa, los muebles del pasillo, los bancos de un parque abandonado por la luz… Todo lo que está oscuro, o está en sombra, acaba vistiéndose de un tibio resplandor que resucita las ruinas de este mundo transformándolo en un lugar sonoro, un sagrado recinto iluminado por el halo de una sosegada e íntima ternura, como puede apreciarse en cualquier pieza de este libro, “Cristalizaciones”, donde la luz cenital de la palabra humaniza y da vida a lo inanimado. Para conseguir este prodigioso efecto el vate extremeño sacraliza el exterior, la realidad más cálida, cercana, con el temblor de su mágico lirismo: “Las luces de las casas/ atraviesan las ramas de los árboles/ como dardos en un puesto de feria” (Pág. 85). Aquí la poesía adquiere un tono luminoso bruñido por la sencillez de una mirada que todo lo capta y, al nombrar lo cotidiano, lo baña de una ternura incandescente.

Superando la atmósfera de sus libros anteriores, unos poemarios densos, prodigiosos, cargados de un tierno y esbelto simbolismo, en éste encontramos quizá la misma magia y ese estilo suntuoso y limpio al mismo tiempo, henchido de imágenes sobrecogedoras, que identifica tanto a su poesía; sin embargo, “Cristalizaciones” es un poemario que supera con creces la anterior obra del autor, pues no en balde Basilio Sánchez ha conseguido en casi todas las piezas de este libro revestir su palabra, antes más densa y surrealista, de una claridad profunda, cristalina, que humaniza las cosas, los objetos inanimados y presenta al lector un mundo sutil, desconocido, una realidad recién estrenada, diferente a la que nos mostró en otros poemarios. Y es que estamos, sin duda, ante una de las voces poéticas más sólidas del panorama lírico nacional, una voz singular que, no obstante, aún no ha sido reconocida como se merece. Nacido en Cáceres (1958), Basilio Sánchez ha publicado poemarios fundamentales dentro de la poesía española última; títulos como “La mirada apacible” (1996), “Para guardar el sueño” (2003), o su más reciente “Las estaciones lentas” (2008) constituyen un corpus poético muy sólido, original, a la altura estética, y ética, de la obra de un Antonio Gamoneda, por poner un ejemplo, o un Claudio Rodríguez. Y aunque su poesía ha sido muy premiada, no importan tanto sus premios recibidos (los tiene, es verdad, y muy señeros) como la honda calidad de su voz lírica, una voz que traspasa y vivifica la materia y se posa en las cosas más nobles y más sencillas reavivando la luz que éstas contienen en su penumbra: “En la penumbra gris del alumbrado,/ las raíces expuestas de los muros/ brillan como las armas funerarias/ de un hallazgo arqueológico” (Pág. 32). En esta poesía destaca la fuerza de la imagen, la solidez de una música muy pura que se posa en el corazón de las palabras y las mueve serenamente en un vaivén ceremonioso, cálido, ancestral que envuelve al lector que se adentra en este libro cristalizado por el resplandor del tiempo y por el ritmo armónico de un aire que sopla y mueve a los versos dulcemente, como si fuesen pétalos muy frágiles, y al mismo tiempo sobrios, de un rosal. La poesía de Basilio posee la elegancia vespertina de esos rosales silvestres alineados como duendes metálicos a la orilla de un camino escoltado de chopos que dan sombra y oscurecen las tonalidades suaves del arbusto pero no pueden robar el resplandor que deja el sol en sus misteriosos pétalos y en sus hojas de una fosforescencia añil.

Los versos de este poeta cacereño son intensos y diáfanos, puros, transparentes como esas veredas limpias que en la tarde, en mitad de las sombras, destellan bajo el sol; algunos de los contenidos en “Cristalizaciones” parecen tenderse serenos ante el lector ofreciéndole un horizonte abierto, amplio para que éste se adentre sin miedo en sus veredas vestidas por un misterioso resplandor, como ocurre en la pieza titulada “Coordenadas”, de la que extraemos este bellísimo fragmento: “Los poemas se escriben/ para que caminemos entre ellos./ El lenguaje es un bosque./ Entre la oscuridad y las palabras/ hay un pacto secreto como el que se establece/ entre el aire y las hojas” (Pág. 39).

En el mismo poema antes citado, el autor cacereño escribe que “en lo oscuro del bosque, en su espesor/ fermentan las palabras”, y eso es lo que uno percibe en estos versos, que fermentan despacio como uvas luminosas dejando dulzura en nuestro corazón. Esto puede observarse en poemas como “La mudanza”, donde se nos presenta ese transcurrir del tiempo que va desgastando los muebles de las casas, mientras nos va mudando de lugar, transformando a su paso nuestro modo de existir. Y esto es más destacable en “Los lugares de paso”, donde el poeta medita y reflexiona sobre aquellos lugares que vamos dejando atrás físicamente, pero espiritualmente siguen estando con nosotros y, de alguna manera, nos van ayudando a madurar, pues la melancolía también ayuda a vivir. Finalmente, el mensaje de este “Cristalizaciones” podría resumirse en estos versos: “Uno llega a las cosas/ como el que equivocándose/ se adentra en una casa que nunca fue la suya,/ pero que reconoce como propia/ y en la que permanece para siempre” (Pág. 72). Nadie ha sabido expresar y definir de un modo más claro la esencia de la vida. Ahí, sobre todo, radica el mérito de este libro, de este poemario insólito, esencial.


Álex Chico: Una región oculta. Clarín, Nº 107. Septiembre-Octubre de 2013

«…el agua que gotea sobre la mesa/ de la mendicidad,/ la nieve en la ventana de un ciego». Con estas palabras, casi a modo de cita, da comienzo Cristalizaciones (Hiperión, 2013), el nuevo libro de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). Ese será el lugar de los poemas y esas, también, las sensaciones que provoca. Una casa pobre que alberga a alguien que no ve y, no obstante, percibe con intensidad lo que sucede fuera de ella. Una voz poética que está en perpetua duda, debatiéndose entre permanecer o abandonar la casa, entre decir o no una palabra, entre “alimentar un fuego o apagarlo”. Un hogar, insistimos, pobre y en penumbra, que sirve como atalaya desde la que observar todo aquello que está ensombrecido, aquello que a primera vista no se aprecia. Si algo define la poesía de Basilio Sánchez, es su capacidad para abordar estos espacios ocultos, ahondando en la profundidad de lo que en apariencia no tiene más que superficie. Son esos detalles, insignificantes, casi triviales, los que definen o explican una vida. Los que provocan, en definitiva, su asombro («¿qué puede hacer un hombre/ que es consciente de sus limitaciones/ y que además escribe/ ante la expectativa,/ afianzada en la noche, de enfrentarse/ de nuevo con lo inmenso, con lo que desconoce?», “Cartografía incompleta”). Como nos explica en su poema “Las horas quietas”, no es la muerte lo que desconcierta, sino su serenidad. Es la inestable y extraña armonía la que inquieta al sujeto poético. Una engañosa inmovilidad que genera movimiento o una forma de transitar por todo el universo a partir de la quietud («Aunque parezco inmóvil,/ mis ojos dan brazadas en el mar del crepúsculo,/ me desplazo sobre el limo del fondo», “La llama alta”). Desde unas pocas, sencillas verdades, el ser que aparece en los poemas de Basilio Sánchez no desdeña nada por insignificante. Se detiene, asume sus limitaciones y observa. Se lanza al exterior con la motivación que supone hurgar en una nueva capa, a la búsqueda de esos puntos de apoyo que sirvan como referencia y activen por enésima vez los mecanismos de la mirada.

Cristalizaciones es, ante todo, una meditación sobre la identidad en relación a la escritura. Quizás el mejor ejemplo sea la segunda parte, titulada significativamente “Apenas nada”. El sujeto poético sólo existe cuando escribe. Es en ese proceso creativo cuando incorpora e interpreta todo lo que le rodea. Reacciona frente al simulacro con más simulaciones. Así, a través de la ficción logra encontrarse con la realidad («asumo haber urdido, en mi debilidad,/ un cielo trascendente sobre un cielo sin vida», “Primeras diligencias”). La esencia de estos poemas, también la de los seres que la habitan, consiste en acceder a las cosas por el camino inverso. De ahí las continuas dicotomías y contradicciones («no hay otro testimonio de la altura que el de nuestra caída», “El pozo”; «La lengua que te hiere te resarce. Tienes el sufrimiento,/ solo te queda ahora la esperanza», “Lenguaje”). El poeta reflexiona sobre su oficio y sobre el lugar que ocupa. Le acompañan papel, lápices y tinta, y prescinde de otros accesorios altisonantes, como armas, joyas o caballos. No observa el mundo desde un mirador o desde un palco, sino a través de una ventana. Con esos pocos elementos y desde esa perspectiva sucede la vida y lo que en ella acontece («Me asomo a la ventana como a un libro de imágenes», “Cuadrante solar”). La escritura le permite habitar dos mundos paralelos, dos intimidades. O, como nos dice en su poema “La puerta tras de ti”, lo que nos proporciona «es la tranquilidad de vernos dentro/ sin dejar de estar fuera». Le basta con hablar sin que le escuchen, de ver sin que le vean. Su mundo va cristalizándose a partir de esos caminos dobles. Al final, de todo ello no queda más que una mínima capa, frágil, trasparente. Una línea casi imperceptible que separa lo visible de lo que permanece oculto.

“Sé que lo que conozco es sólo una comarca de lo que no conozco”, dejó escrito Basilio Sánchez en una ocasión. El poema, nos explica en “El soplador de vidrio”, «convive con lo que desconoce». La profundidad de su poesía y su capacidad para penetrar en esas comarcas oscuras hacen de su obra una de las piezas más interesantes y sugerentes del panorama literario actual. Cristalizaciones se suma ahora a su particular universo literario, construido con la lentitud y la hondura de quien edifica un mundo para permanecer en él. Por eso su poesía continuará siempre en los lectores.