Basilio Sánchez


Crítica a El cuenco de la mano

JUAN PATRICIO LOMBERA, El cuenco de la mano. ABC Cultural, 19/03/2007

El doctor y poeta Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), accésit de los Premios Adonais de Poesía (1983) y Jaime Gil de Biedma en un par de ocasiones (1995 y 2003), plasma en esta obra el relato de toda una vida a través de una exquisita narrativa poética.

El cuenco de la mano, título del libro, hace referencia a toda una serie de sentimientos que se entremezclan a lo largo de la vida del protagonista. En efecto, es ahí donde deposita su mano para recibir la protección paterna en los paseos que ambos realizan, también ahí es donde apresa la pluma a la hora de escribir sus poemas y por último, cuando ya es mayor, es el contacto de la mano con las paredes y objetos lo que le sirve para recordar el pasado.

Otra de las virtudes de esta obra consiste en la capacidad del autor para moldear la voz narrativa del texto a cada una de las edades comprendidas. De esta forma, el lector ve a través de unos ojos infantiles las primeras andanzas del protagonista, mientras que una visión cansada concluye el relato. Escrito en prosa, este libro rezuma en sus páginas una fuerte carga de nostalgia y lirismo.

MANUEL PECELLÍN, La mano protectora. Suplemento Cultural Diario HOY, 11/03/2007.

[...] La pulcritud de su prosa, fenómeno clásico entre los grandes artífices de versos, se enriquece con la hondura, calidez y sinceridad de los contenidos, dando así origen a una gavilla de excelentes relatos, un soliloquio al que presta unidad el río de la memoria subjetiva. 'El cuenco de la mano' evoca un mundo de plurales vivencias, que abarcan la figura del padre protector, la madre cariñosa, el pulso nervioso del joven iniciado a la escritura, el desconcierto del rapsoda novel o la suerte del arqueólogo ocasional, que guarda celosamente la estatuilla prehistórica hallada por las laderas del misterioso Jálama. Sin atenerse de modo estricto a la cronología de los acontecimientos, el autor nos conduce por los mundos de su infancia y juventud, hasta permitirnos junto a él un viaje , no sabemos si real o imaginado, hacia los territorios de la utopía, «al abrigo de todas las miradas y donde es poco probable que nos encuentren esas temibles bandas de furtivos que buscan por la noche, con la ayuda de sus linternas, nuestros dientes de oro». Así concluye la obra, que antes nos deleitó con otros pasajes tan atractivos como éste en el que se recuerdan los juegos de aquel muchacho: «el zumbido de las peonzas y el crepitar de barro de los bolindres, los latidos de goma de los fajos de cromos desvaídos de animales y plantas, o el martilleo leve, sobre las escaleras, de la taba prehistórica». El etnógrafo cede ante el impulso poético, como se antepondrán al memorialista la pasión por las palabras y el recuerdo de sus creadores predilectos, generando así un libro signado con la mejor literatura.