Basilio Sánchez


Crítica de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes

Piedad Bonnett, texto de la contracubierta:

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es un libro de gran unidad y consistencia que con aliento místico nos invita a reencontrarnos con el mundo de lo natural, anterior, como dice el poeta, al tiempo del recelo, de la desconfianza. Partiendo de una mirada contemplativa, el libro se detiene en la humildad de lo pequeño, en sus fulgores y revelaciones, pero también exalta el misterio del origen, de lo inmenso, y la labor tesonera del poeta, que no es un iluminado sino un artesano de la palabra. Esta austeridad que el poeta busca no está exenta, sin embargo, de sensualidad, de imágenes teñidas de colores, sonidos y sensaciones. La suya es una poesía sutil, serena, sin estridencias, que propone una utopía que es también una ética: consustanciarse con el todo. Este libro reafirma la poesía como acto de fe, como un camino de vuelta a lo esencial, a lo que aun callando se revela.


Luis María Ansón: Basilio Sánchez hereda un nogal sobre la tumba de los reyes. El Cultural de El Mundo, 26/04/2019

https://elcultural.com/revista/opinion/Basilio-Sanchez-hereda-un-nogal-sobre-la-tumba-de-los-reyes/42251

Basilio Sánchez reflexiona en medio centenar de poemas acerca de la sencilla grandeza de las cosas cotidianas. El poeta construye sus versos sobre las ruinas del agua, sobre las brasas de la reflexión, escribiendo entre las flores rojas del cilantro. Ama la austeridad y apenas sabe qué hacer con el silencio. Se siente el escritor abandonado por las estrellas. Gota de agua en el hueco de una concha, aún puede reflejar la incógnita del hombre en el universo, no saber adónde vamos ni de dónde venimos.

Busca entonces el escritor las palomas dormidas entre las grietas y cae genuflexo ante las dos cerezas rojas con las que ilumina el mundo. Para Basilio Sánchez la poesía es el oficio del espíritu, siempre asistido por el silencio. En su ventana se acurruca como un pájaro enfermo la memoria del sol. Sabe que ha heredado el árbol de la vida sobre el reguero de los dioses. Elige entonces descalzarse en el umbral del desierto. La soledad le revela lo pequeños que somos y que el valor verdadero está en las cosas sencillas. La zozobra transporta el centelleo precario del espíritu en el amanecer de los sentidos. Y conquistada la soledad, abre de par en par las puertas del silencio.

Escribo estas líneas con los propios versos de Basilio Sánchez en su libro premiado con el Loewe, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, en Visor. Conmociona la profundidad de la palabra del poeta. Emociona su aliento lírico, la musicalidad de su rima libre, la soledad sonora de sus endecasílabos. Estamos ante un poeta de rara originalidad, tal vez con resonancias machadianas vertebradas por los poemas de la consumación de Vicente Aleixandre. Escucha Sánchez los pequeños sonidos de las cosas y sus escarchas secretas. El silencio es para él un océano en calma. En el hilo transparente de sus versos beben las abubillas y los cárabos. Piensa que nadie sabe estar en el mundo, que vivimos en una ciudad en ruinas, entre la extensa escombrera de los desaparecidos. El camino oscuro de los hombres es el dogal de la pena que lleva hasta las casas la cosecha del hambre. Solo los peces conocen la palabra silenciosa del poeta, el lenguaje del mar, las cimas azules del sentido, la música callada de Juan de la Cruz, la profundidad de la noche, el cielo sin estrellas. Como un pájaro ciego sostiene el poeta la luz del mediodía mientras levanta los estandartes rojos del crepúsculo.

Basilio Sánchez vuela a la cima del monte armenio Ararat, cubierto de nieve perpetua, allí donde reposó el arca, pero regresa como la paloma sin sorber una sola gota de agua del diluvio. Las sombras perfumadas, las azules espesuras, los musgos transparentes iluminan el sueño en penumbra de las cosas, el pensamiento de la luz. El río lo recibe cuando retorna a su lado mientras un escalofrío incierto zarandea su vida. El poeta carece ya de razones para engañar al corazón. Escribe poemas porque quiere sentirse vivo. El verso ha movido la piedra que le impedía entrar en la gruta de la resurrección. Apenas es capaz de escuchar el sonido de la página en blanco, entre el temor y el temblor. Ha aprendido a convivir con las ruinas de la inteligencia, escribiendo sus versos sobre la tierra amarga porque un libro de poemas es el campo arrasado por el viento que permanece repleto de semillas. Si el humo ha ennegrecido las bóvedas de la vida, el olor del incienso iluminó los arcos de piedra de sus naves.

Siente el poeta la vibración telúrica de la existencia, arroja la manzana de Newton sobre la fuente de los pájaros que vuelan a la región donde nada se olvida. Retorna entonces al hervor silencioso de la nada, a los cielos sin luna, a la inminencia de las casualidades y los astros, en la noche serena con llama que consume y no da pena. “Que nadie lo miraba, Aminadab tampoco parecía, y el cerco sosegaba, y la caballería a vista de las aguas descendía”.


Túa Blesa: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. El Cultural, 8/3/2019.

https://elcultural.com/revista/letras/He-heredado-un-nogal-sobre-la-tumba-de-los-reyes/42063

Desde A este lado del alba, el primer libro de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) publicado en 1984, a este He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes hay una unidad profunda en su obra poética, el presupuesto de que, más allá de la relación con las cosas, exista la posibilidad de trascenderlas para establecer otro vínculo con ellas, con el mundo, un vínculo que se nombra como lo sagrado, término que no falta en este nuevo libro: "Acercarnos con afecto a las cosas / permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas". Esta idea lo hace conectar con la poesía de Hölderlin, Wallace Stevens o René Char y, entre los poetas de la tradición hispana con Claudio Rodríguez o Colinas, por nombrar unos pocos y, por supuesto, en cada caso con sus características particulares. Viene a acercarse esa visión de la poesía a lo que María Zambrano nombró como "razón poética", un oxímoron para algunos pero que expresa bien cómo Razón y Poesía no son discursos distintos y distantes, sino que se exigen para un modo de conocimiento que ha de superar a ambos y que se abriría al ser.

Los poemas de Sánchez se sitúan, así, en la poesía del conocimiento, una de las tradiciones más fructíferas, si es que no la más, un discurso que no pretende decir lo que hay, lo que se ofrece a la vista y el resto de los sentidos, sino que trata de sobrepasar esos límites, de servir de apertura al ser, para decirlo casi al modo de Heidegger.

Pero, como ya se ha insinuado, lo metafísico de esta poesía -todavía no he dicho que de excelente calidad, lo digo ahora- arranca de la vivencia de la realidad, de la contemplación de las cosas mismas y, así se afirma aquí, son ellas las que dictan el poema: "En la ventana arde / la lámpara de cobre / de la que se desprenden las palabras", y la cita invita a llamar la atención sobre la poderosa función de lo lumínico en esta poesía, la luz que es, al fin, una metáfora del conocimiento.

Y ¿qué imponen las cosas al decir del poeta? Los versos que suceden a los citados dan la respuesta rotunda y clara: "Lo conocido excava / una puerta en el muro de lo desconocido." Y estos versos a su vez son una nueva invitación a señalar cómo los poemas de Sánchez se deslizan con toda naturalidad a la reflexión de la experiencia poética y el quehacer del poeta.

¿Visión particular de la poesía y del ser? Cómo no habría de serlo. Aunque han quedado nombrados algunos de los poetas con los que coincide, esta escritura poética es universal: la mano, dice, "guarda en su interior una palabra / que arderá para todos" y unos versos más adelante el poeta se vacía en un espacio que "me deja a veces / escuchar en silencio el murmullo de la especie".

El poeta da ese murmullo, la voz metafísica, a la lectura con economía de medios. Por supuesto, con musicalidad, expresión de la armonía, la vieja y nunca olvidada armonía cósmica, la del tiempo comprimido en un instante, la de la conciliación de las cosas, tan diferentes, en la unidad del ser. Poemas de léxico sencillo, de sintaxis clara, que sirven bien para desentrañar lo secreto, para desvelar el misterio -secreto y misterio son voces del libro-. Palabra propia la de Basilio Sánchez, si bien la poesía, como reflexiona en uno de los poemas, "es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro / de asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya", un ejercicio de enajenación apropiada que habla de cómo lo íntimo, dicho poéticamente, se ofrece a ser compartido, que muestra, en definitiva ,el valor ético de esta escritura.

Libro espléndido este, como los son los anteriores de este poeta, cuya obra ha tenido el orgullo de recibir diversos premios, aunque el mejor reconocimiento posible es el de la lectura, a la que desde aquí se invita con vehemencia. ¿Quién se resistirá a estos poemas que son todo un regalo?

El lenguaje
te obliga a decir bien lo que has oído
de la brizna de hierba,
lo que intuyes de la gota de ámbar,
lo que no has comprendido de la vida.

Escribir un poema
supone, de algún modo, regresar
otra vez al principio,
al hervor silencioso de la nada,
al caldo primigenio
y a los cielos sin luna, a la inminencia
de las casualidades y los astros.

De la fricción continua
de una rama con otra brota el fuego
que ilumina la gruta
y hace brillar los ojos de los hombres
congregados en su noche perpetua.

El sonido de la página en blanco
es el de un hueso golpeado contra una piedra.


Nuria Azancot: Entrevista a Basilio Sánchez. “La poesía es un mensaje en la pared de una gruta”. El Cultural 11/3/2019

https://www.elcultural.com/noticias/letras/Basilio-Sanchez-La-poesia-es-un-mensaje-en-la-pared-de-una-gruta/13149

Acostumbrado a tratar el dolor ajeno -es médico de cuidados intensivos-, Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es uno de esos poetas secretos que vuelcan en versos de aparente sencillez la angustia de vivir un mundo pulcro pero insufrible. Su último libro, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, conquistó el XXXXI Premio Loewe y ve la luz estos días.

Abrumado pero feliz, el poeta intuye lo que le espera: recitales, entrevistas, presentaciones. Más visibilidad y nuevos, inesperados lectores. “Desde luego. Nuestra época, con su despliegue de ofertas para el ocio y la dispersión, no favorece la lectura, y menos la de poesía, que requiere esfuerzo, una inmersión en la profundidad. Pero siempre habrá lectores, porque la poesía, como se ha dicho, se dirige a quienes salen a recibirla, gusta a quienes ya han decidido quererla. La poesía es un mensaje en la pared de una gruta, una nota a propósito para los que se pierden en la noche, para los que no tienen un lugar como propio. Hacia ellos va dirigida mi poesía, ellos son los lectores que me interesan”.

Pregunta. ¿Qué significa He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes en el conjunto de su obra?

Respuesta. Utilizando una imagen del poeta peruano Eduardo Chirinos, percibo mis libros como planetas solitarios que giran alrededor de su propio eje, pero sometidos todos a unas mismas leyes de movimiento, a un orden cosmológico superior que no es otro que la idea que yo tengo de la poesía. Concibo la creación poética como una especie de diario del espíritu, como una forma de anotar y de poner en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes etapas por las que va pasando. He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es una expresión más, sin duda incompleta, pero reveladora, de mi forma de decir y de vivir en el tiempo. En lo formal, es un paso más hacia la naturalidad y la transparencia.

P. ¿Y en relación con su libro anterior, Esperando las noticias del agua?

R. Esperando las noticias del agua recoge, por su cercanía en el tiempo, muchas de mis inquietudes vitales y literarias actuales. Entre ellas, mi preocupación por el hecho de que el positivismo deshumanizado y la transformación de los valores nos hayan dejado en herencia una sociedad más pulcra en lo material, pero enormemente pobre en lo espiritual; una forma de vida en la que la riqueza, la comodidad y la complacencia hedonista se han acabado pagando, como decía Tolstoi, con sordidez moral. En ambos libros prevalece la idea de que la resistencia activa de carácter moral es lo único que nos puede ayudar a superar las inclemencias de una época que en muchos de sus aspectos esenciales adolece de inanición y de sequía; que el acuerdo entre nosotros y nuestra vida -entre el actor y su escenario, como escribió Camus-, es lo único que puede hacer posible la viabilidad de nuestro futuro.

P. ¿Cuánto hay de autorretrato en estos versos?

R. Bastante, pero no porque lo haya buscado expresamente, sino porque la imagen que la escritura forma de uno mismo se construye, al estilo de Borges, por acumulación: el poeta va poblando un espacio con árboles, paisajes, intuiciones, fulgores y recuerdos y, al cabo de los años, todo eso no es más que un laberinto cuyas líneas trazan la imagen de su rostro. Yo escribo, además, desde la experiencia en el sentido de que es poesía de la vida, poesía que acompaña a la vida para confortarla, trascenderla y transformarla. En poesía la verdad debe estar, como mínimo, a la altura de la belleza.

P. ¿Qué le deben estos versos a otros poetas contemporáneos, como Eloy Sánchez Rosillo o Álvaro Valverde?

R. Creo que mis versos comparten con los suyos, además de la búsqueda de la esencialidad y la sencillez, una misma visión humanista de la vida, una forma de entender la escritura que arraiga en la poesía meditativa y que pretende conciliar en el poema el pensamiento con la imagen y el sentimiento con la ética.

P. ¿En qué tradición poética se inscribe, y a quiénes lee?

R. Podría ser en la poesía del fervor, como la llamaría el poeta polaco Adam Zagajewski, o en la poesía del entusiasmo, como querría Hölderlin. En cualquier caso, me inscribo en la poesía que, consciente de la realidad en que la vive, y comprometida con ella, es capaz de sobreponerse al agotamiento y desengaño de nuestro tiempo. De formación ecléctica, he leído a poetas de muy diversas tendencias y regiones. Entre los que más me han interesado están Aleixandre, Machado, Cernuda, Rilke, Brines, Colinas, John Berger, Wallace Stevens, Brodsky, Jacottet, Edmon Jabès, René Char, Paul Celan, Valente, Milosz, Eugénio de Andrade, Pessoa, Pavese, Octavio Paz o Roberto Juarroz.

P. Escribe: "El poeta es el hombre arrodillado". ¿Ante qué, por qué?

R. El poeta sólo se arrodilla ante sí mismo, es una forma de recogimiento y de búsqueda del centro. Una actitud de escucha que en todas las religiones -y también fuera de ellas- ha sido utilizada como cauce para el conocimiento gratuito y maravillado del mundo. También es una forma de expresar la humildad con la que uno debe afrontar la escritura y su propia vida. Ya se sabe lo que decía Heidegger: "El hombre no es señor del universo, sino el pastor del ser".

P. ¿Y ante el poder? ¿cuál debe ser la actitud de un poeta?

R. Ante el poder siempre hay que mantenerse erguido y sonreír. Eso es, al menos, lo que aprendí de Lanza del Vasto, poeta, filósofo y activista de la no violencia al que pude conocer personalmente y cuyo libro, Umbral de la vida interior, me ayudó a superar los desvaríos de la edad en mis años de estudiante de medicina.

P. "Acercarnos con afecto a las cosas nos permite intimar con lo sagrado": ¿Es la única salida ante el vértigo cotidiano?

R. En un poema he escrito: "La idea de lo sagrado es lo completo, lo que no ha sido nunca circunscrito, lo que nos une al todo y a la nada, ese núcleo infinito, silencioso, del que manan las posibilidades". Yo creo que esa concepción de lo sagrado constituye la esencia de lo que nos rodea y descubrirlo requiere de nosotros atención y perseverancia. Ante el vértigo de nuestra existencia cotidiana no hay otra salida que devolverle a la vida lo que es suyo: la sombra a la semilla, la comida a los pájaros, el consuelo de unas pocas palabras a lo que no lo tiene.

P. Como dicen sus versos, el universo, vienen de "la sustancia de la tierra", sin olvidar la trascendencia... ¿no es una apuesta arriesgada en estos tiempos de ripios y ciberpoesía?

R. Una poesía que asume una conciencia humanista de la existencia, que intenta situar al individuo en armonía con su entorno y que, al margen de honores y beneficios, no ambiciona otra cosa que la obra bien hecha, de algún modo cuestiona la forma de vida que tenemos y subvierte muchos de los valores de nuestras sociedades actuales. Con las redes sociales los mapas se han modificado, la geografía ha desaparecido: ya no existen escritores periféricos, sólo escritores desconectados. Leer poesía ya no es un problema ni económico ni de latitudes, y esto es bueno, pero añoro, por encima de todo, la vigencia de unas relaciones personales en las que el tacto, la mirada y el tono de la voz les confieran a las palabras el sentido que les corresponde. También, frente a la inmediatez y fugacidad de mucha de la poesía que se escribe ahora mismo, echo de menos la escritura que se hace lentamente, la que exige atención, la que demanda esfuerzo.

P. ¿Sabe ya "qué hacer con el silencio"? ¿A qué creadores y por qué les recomendaría callar?

R. Es posible que sólo los místicos hayan conseguido hacer del silencio su ciudad en la tierra. Yo me conformo con poder escuchar, de vez en cuando, en el silencio de un poema, la música secreta de las cosas. El creador verdadero sabe por sí mismo cuándo tiene que callar, porque sólo en el silencio puede llegar a ser quien es.

P. ¿Y a los políticos que sólo se acuerdan de la cultura cuando se acercan las elecciones?

R. En sociedades en gran parte deshumanizadas como la nuestra, a los políticos se les exige lo mismo que a los artistas: que puedan devolvernos a un estado de convivencia con lo que nos rodea que asegure nuestro futuro y nos permita recuperar para el presente el sentido perdido de las cosas. La cultura, que es indisociable de la conciencia ética, es la que impulsa, con la ayuda del silencio creador, las grandes transformaciones de la humanidad. El resto es griterío que se disuelve en nada.

P. ¿Cómo se admite que uno "ya no tiene razones para engañar al corazón"? ¿Y, sobre todo, cómo se llega a esa verdad infinita?

R. A todos nos llega una edad en la que empezamos a desprendernos de lo que hemos sido. Lo que era expectativa, conjetura, se convierte, para bien o para mal, en la realidad de lo que somos. Llegado ese momento, uno adquiere la doble certeza de saber que está solo frente a su propia vida y que, por ese motivo, ya no tiene razones para engañarse. Pero ésta es una verdad que se adquiere con los años.

P. Escribe también: "la soledad se gana, se defiende, uno lucha por ella mientras le quedan fuerzas" ¿Cuál es su secreto, qué debe uno hacer o leer para iniciarse?

R. Uno escribe cuando puede y cuando le dejan, no siempre cuando quiere. Los momentos de escritura tenemos que buscarlos como espigadores, agachándonos un momento en medio de la multitud. Igual que la escritura, la vida también nos pide que desaparezcamos, que retomemos los asuntos que tenemos pendientes con nosotros mismos y que disfrutemos del recogimiento que nos hace crecer. En mi libro en prosa La creación del sentido decía que la individualidad es la tierra fecunda en la que hunde sus raíces nuestra capacidad de convivencia. Y sigo estando de acuerdo. La opción de estar solo ha de tener también su dignidad.


Asunción Escribano: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez. Salamancaaldia.es 15/3/2019

https://salamancartvaldia.es/not/203981/asuncion-escribano-analiza-poemario-basilio-sanchez-gano-premio/

En un poema con el que se presenta líricamente en su espacio web, Basilio Sánchez escribe que es el hombre quien “para guarecerse/ necesita los nombres de todos los que ha sido, /recordar las palabras con las que cada día/ ha vivido o ha muerto.” Y eso es exactamente lo que hace en su último poemario, ‘He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes’, ganador del último Premio Loewe, recordar y reescribir los nombres y las palabras que le constituyen y le han hecho ser. En este sentido es significativo y simbólico el último verso de la obra: “Las palabras son mi forma de ser”.

El libro se estructura en tres partes y una coda final, encabezada cada una con un título largo y sorprendente, tomado del verso final del último poema de la parte anterior (excepto la primera, que lo toma de un poema contenido en ella), que se van engarzando a modo de argollas de una cadena, conformando, de este modo, un libro perfectamente unitario en forma y en fondo.

Se abordan en él temas esenciales con una voz muy pura, con un equilibrio muy logrado entre la contención expresiva y la dicción profundamente emocional. El primer poema ya establece la manera de mirar y de decir. En él, un árbol lanza al mundo su fragancia, antes incluso de percibirse el fulgor de sus hojas, se hace aroma: “un aroma incesante/ subiendo por las médulas/ hasta las nervaduras de las hojas”, y el lector se pregunta, entonces, si ese aroma está fuera o dentro de los ojos del sujeto lírico, porque en su avance, el texto exclama reconociendo agradecido: “Sobre la intimidad de lo que existe,/ sobre el mundo/ que ahora empiezo de pronto a percibir,/ va pasando en silencio,/ iluminando el suelo en penumbra de las cosas,/ el pensamiento de la luz.” El pensamiento de la luz, sintagma con el que finaliza este primer poema sitúa a los lectores ante la actitud de la escritura y de la vida: la mente captando y transformando las cosas desde dentro. intimidad de fragancia, de iluminación que viaja de fuera adentro y también en el sentido contrario. La luz como horizonte implorado: “yo mendigo la luz”, escribe al finalizar el libro. Del pensamiento al espíritu, en un profundo viaje de 81 páginas. Una maravilla de libro.

Paisaje interior, por tanto, como primer desgarro. Mirada que sabe contemplar y extraer de la rutina los destellos en la malla de lo cotidiano y, también, rescatar en él todos sus milagros: “En un vuelo rasante/ un pájaro acaricia con su vientre/ el penacho amarillo de una espiga”. Un suceso aparentemente intrascendente, repetido cada día, el vuelo de un pájaro o una hoja que brilla con la lluvia, se vuelven resplandores que iluminan lo real y, por ello, merecen ser nombrados, rescatados de su sombra y guardados en el cesto de las palabras, para poder decir a partir de ellos que “la realidad es un relámpago que persiste”.

La palabra y la reflexión sobre la escritura ocupan un lugar relevante en el poemario, y lo sujetan, como si fueran hilos transparentes, flotando -casi- sobre el aire. Reflejan el estado de espera anterior al decir, anterior incluso al contemplar. Se sitúan fuera del tiempo, en el palpitar íntimo que sale al encuentro de lo que ha de venir: “El corazón no sabe/ que algo dentro de él, calladamente,/ se prepara en secreto.” El poeta se detiene, y comparte en su demora la cualidad de lo que es realidad y también de su admiración. Hay mucho de sacral en la escritura de Basilio Sánchez, que se manifiesta siempre humilde, como puede verse en el poema en el que el dibujo de un hombre arrodillado en un muro de un retablo derruido, con una preciosa simetría textual, hace concluir al escritor: “El poeta es el hombre arrodillado./ El poeta es el hombre que lo pinta.”

El sujeto lírico tiene conciencia de que para poder decir acertadamente es necesario estar aislado, y ese aislamiento también puede ser una desgarradura, un estar como “una isla en medio del océano”, o como “una flor plantada en la llanura del mundo”. Así se encuentra el hombre y así, también, el escritor: “no hay ningún escritor/ que no se sienta abandonado por las estrellas”. Qué hermosura de versos. Conciencia y unidad. El oficio de poeta tiene mucho de abandono: “Cuando escribo/ paseo con un ángel/ arrojado innecesariamente del paraíso”. Todo lo donado le parece grande a quien se siente pequeño y desconcertado ante las gracias que le regala el mundo. Con un balbuceo anafórico, igual que el de nuestros místicos, confiesa el poeta: no sé qué hacer con el silencio”, “no sé qué hacer con la ternura que me inspiran los pájaros”.

Hay una metáfora estructural que subyace a la concepción de la propia escritura, y que se manifiesta en la elección de las formas verbales, y también en la contradicción semántica que se establece entre ellas. Flotar frente a extraer. Dos actitudes líricas posibles: “Las palabras/ que escribo en un poema/ no flotan en el agua,/ las extraigo del fondo”. El fondo, el agua, el útero, la vuelta a los orígenes del individuo, y asimismo de la especie: “Escribir un poema es sumergirse/ en las profundidades de otra noche,/ vincularse al misterio”. Se escoge en cada momento entre lo que asciende desde abajo o lo que baja desde arriba: “El buscador de esponjas no conoce la nieve”. Todo lo exterior penetra la escritura y lo hace hasta de manera física: “El viento del oeste/ deja sobre las hojas del cuaderno/ semillas de cilantro y filamentos de hinojo”. La palabra, el poema, la escritura se convierten así en un lugar de plenitud: “no nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto” señala, e imbuido por esa conciencia convierte sus palabras en cauce profundo de esta idea, ellas son su medio de conocimiento: “Presiento con palabras/ un mundo elemental, un universo/ que, abismado en sí mismo, sigue intacto”. Por eso él busca rozar, acariciar ese mundo invocado en sus versos, y así lo consigue. El poeta se vuelve testigo de tal privilegio en estado de silencio, de noche, de encuentro, porque “la poesía es el oficio del espíritu”, y la concurrencia con ese viento puede llegar sin que se sepa cuándo y cómo y, sobre todo, por qué: “Hay que estar muy adentro/ en la circunferencia de la noche/ para encontrar las cosas que nos salvan la vida./ Ninguno de nosotros/ está aún preparado para lo incomprensible”, afirma con una intensidad -y una belleza- que duele.

Ser poeta para Basilio Sánchez es una seña de identidad que viene precedida por el amor, por la lentitud, por el detalle, por el tiempo detenido, por la verdad o la conciencia del instante en plenitud: “Amo lo que se hace lentamente,/ lo que exige atención,/ lo que demanda esfuerzo”. Y ante ese remanso se detiene el mundo. El poeta, con su manera de ser deja su señal, y así la nombra, con una alegoría profundamente bella y expresiva, Basilio Sánchez: “El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto”. Como un nuevo padre del desierto, eremita de lo hermoso. Entrega su huella al futuro, pero también la anuda a las palabras de la tribu, de las que es custodio, cuando escucha “en silencio el murmullo de la especie”.

El poemario está cargado de nudos temáticos intensos, imbricados entre ellos, como sólo ocurre cuando los versos son de verdad y a ella apuntan con toda la fuerza que contienen. Lo pobre y lo pequeño también halla en él su hueco. Los pastores de cabras del desierto que se vuelven modelos de la vida en sencillez y plenitud, porque “contemplan un crepúsculo/ que se basta a sí mismo”. Los seres sencillos y simples que se muestran como índices de autenticidad, y como ejemplo de la estética que ha de alcanzarse con la escritura, y su desapego de glorias vanas: “Me conmueve la humildad de los pájaros/ que trabajan día y noche para trenzar un nido/ en un árbol sin nombre.” A veces, frente a la vida sin sentido, frente a su dolor, es suficiente un pequeño gesto salvador, una mínima resistencia, desapercibida para el mundo, que, en Basilio Sánchez es mucho más que un puro símbolo, sino que le dice en su ser profundo: “Pero cuido un jardín y he iluminado/ con dos cerezas rojas una parte del mundo”. Un pequeño signo para que la realidad se recomponga y todo pueda volver a ser uno y, así, redimido cobre sentido.

Todo el poemario muestra, de igual modo, en su desplegarse un uso prodigioso de figuras retóricas de todo tipo, apretadas, unas dentro de otras, que agradece un lector acostumbrado -cada vez en mayor medida- a una literatura ramplona expresivamente. Estas no son meros detalles ornamentales, ni ejercicios de estilo, sino que crean un estado emocional compartido que penetra el poema y su lectura. Sorprende ver multitud de acertadísimas imágenes como cuando, entre otras, el poeta nombra la ciudad que “se levanta/ sobre el velo de ayuno de sus muertos”, o cuando escribe que “un libro de poemas/ es un campo arrasado por un viento/ repleto de semillas”, o al nombrar al poeta de quien afirma que “procede/ de un grano de mostaza/ olvidado en uno de los bolsillos de la creación.” Ese poeta en el grano de mostaza, nombrado antaño por Mateo, que tan bien representa Basilio Sánchez, contiene en su palabra toda la pujanza de la fe en el futuro. Y al lector se le antoja que también en el de la poesía.

Es Basilio Sánchez, en todos sus poemarios, pero en este de especial manera, un escritor que dibuja pensamientos, palabras y emociones íntimos y fulgurantes en estado de quietud. Un poeta grande que nombra el universo en estado de pasmo y de gracia. Hermoso libro este, escrito desde el lugar más profundo del hombre, el de la emoción. Todo lo que sucede alrededor de la vida refulge ante los ojos del poeta, que escribe entre estremecimientos, nombra y celebra, guardándolo todo en silencio en el corazón: “Ocupado en secreto en este oficio de acarrear imágenes/ para un templo sin culto.” Los fieles lectores se lo agradecemos.


Alejandro López Andrada: Teselas de un tiempo incandescente. Cuadernos del Sur. Diario de Córdoba. 30/3/2019

https://www.diariocordoba.com/noticias/cuadernos-del-sur/teselas-espacio-incandescente_1291623.html

Si no viviéramos en una sociedad tan zafia, vulgar y soez, la poesía del autor que vamos a reseñar se habría leído en todos los colegios, institutos y universidades del país, un país insensible, prosaico hasta la médula, muy necesitado de ternura, lirismo, delicadeza y emoción. Todo eso (ternura, lirismo, delicadeza y emoción) bulle en todos los ángulos de la obra poética esencial de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), un autor que, de residir en otro país, por ejemplo, Francia, sería a estas alturas una gloria nacional. Y es que estamos, sin duda, ante uno de los grandes poetas europeos del momento, prueba de ello es que en cualquiera de sus libros, muchos de ellos premiados, fulge el vértigo de la poesía limpia, auténtica, en la que nunca cabe la impostura, pues nace y pervive hermanada con la luz y el puro temblor del aire matinal que eterniza las cosas y los seres más sencillos, como hiciera en su día la poesía mayestática de Juan de la Cruz, poeta universal.

Olvidémonos, por tanto, ya de entrada de Marwanes, Deffreds, Sesmas, y otros bestellers liricoides, autores de libros de prosa entrecortada, para afirmar que Basilio Sánchez es un poeta serio, dueño de una voz lírica pura e intemporal. Recordemos aquí, por poner algún ejemplo, títulos suyos imprescindibles como, Para guardar el sueño (Visor, 2003), Las estaciones lentas (Visor, 2008) o Cristalizaciones (Hiperión, 2013), con idea de anotar la enorme calidad poética del autor extremeño. Ha sido en las tres colecciones mejores del país, Visor, Hiperión y Pre-Textos, donde hasta el momento ha venido publicando su docena de libros de versos memorables y, aun así, la crítica literaria nacional, tan cicatera a la hora de alabar la buena poesía, no ha dado a su obra el valor que esta merece. No obstante, es ahora, con este libro nuevo, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Premio Internacional de Poesía Loewe, cuando al fin se le empieza a considerar como uno de los grandes poetas del país, algo que ya lo era antes de este galardón, aunque es cierto que este viene a resaltar el sereno destello de una poesía humanísima que eterniza y transciende la chata realidad desplegando un mosaico de románticas teselas que construyen el mundo, el elegante espacio lírico de un poeta que escribe versos así de cálidos: «Un libro de poemas/es un campo arrasado por un viento/repleto de semillas» (Pág. 69), versos que relampaguean en nuestros ojos como alas de azor en un bosque diamantino.

La poesía de Basilio -lo vemos en los versos antes citados- llega al lector repleta de semillas que se van derramando en sus ojos y en su alma produciendo ternura, nostalgia, gratitud, delicadeza, esperanza y firme fe en un mundo sensible, aunque imposible de alcanzar si no es a través de la siembra del amor: «Hay en el interior de cada uno/un hombre conmovido/que no nombra las cosas con grandeza,/sino con gratitud» (Pág. 79).

Y es en esa sencilla, humilde gratitud, dentro de una ternura esbelta, cristalina, donde se mueve la magia de este libro límpido y centelleante como pocos, pues su autor ha logrado fundir en una pieza tres tonos distintos, aunque complementarios: el épico, el místico y el romántico, los cuales sustentan la emoción de estas teselas serenas e hipnóticas como ágiles libélulas sobrevolando un lago en la quietud sagrada y feliz de la luz crepuscular.

Este poemario es un mágico mosaico en el que confluyen nostalgias y soledades, pájaros, nubes, abejas, cielos y árboles, pues no en balde la luz que destella en cada verso, en cada poema, es la que nos recuerda la inocencia perdida y azul de la niñez: «Un hilo transparente,/un reflejo del agua en el que beben,/como si fuesen trazos de ese río,/ las abubillas y los cárabos» (Pág. 56). El poeta medita, hila poemas extraordinarios, coloca gladiolos en el temblor de nuestros lágrimas, pone bálsamo ocre en el dolor que nos rodea, y es místico, épico y romántico, a la vez, regalándonos un mundo lírico admirable donde sopla una brisa dulce, horizontal, «heredando un nogal sobre la tumba de los reyes», cuando nos deja estos versos lapidarios: «La primera conquista es la de la ternura./Luego viene la de la soledad,/esa conquista/que nos abre las puertas del silencio» (Pág. 57).

Detrás de esas puertas se abre la inocencia, la eternidad del niño que se baña en la gratitud dorada de este libro, de este amable poemario que todos debiéramos leer para ser más sensibles y poder amarnos más.


Arturo Tendero: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez. El mundanal ruido.

http://articulosdearturotendero.blogspot.com/2019/03/basilio-sanchez-he-heredado-un-nogal.html

«Presiento con palabras / un mundo elemental, un universo / que, abismado en sí mismo, sigue intacto. / La honradez de un paisaje / que, a espaldas de nosotros, excluido / de nuestras percepciones y de nuestros afectos / desborda plenitud». El extremeño Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) ha desnudado el mundo de todas las contaminaciones y nos lo sirve limpio y primigenio en un libro desbordado de imágenes puras detrás de un título muy largo: He heredado un nogal sobre la tumba de los dioses.

Un título que termina siendo verdad tanto para el autor como para el lector que se sumerge a fondo en sus versos: «Hay que estar muy adentro / en la circunferencia de la noche / para encontrar las cosas que nos salvan la vida. / Ninguno de nosotros / está aún preparado para lo incomprensible». El firmamento nocturno, el horizonte, la naturaleza desbordante se abren y nos ofrecen una sabiduría anterior al pensamiento, es decir anterior al hombre, que pasea en los versos de Sánchez como si estuviera estrenando la creación: «Dichoso el que, sentado / bajo los grandes árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo, / no renuncia al regalo de lo inmenso». Pero el poeta está presente como tal. En muchas ocasiones nos recuerda y se recuerda a sí mismo que está escribiendo, creando lo que leemos: «Mi mesa de madera es del tamaño de un nido». Y varias veces define su cometido: «El poeta no es otro / que el que entra de noche en una habitación / y permanece inmóvil / frente a una oscuridad / a la que poco a poco consigue acostumbrarse». Se mantiene «ocupado en secreto en este oficio de acarrear imágenes / para un templo sin culto». Cuando aparecen símbolos humanos, son vagas reminiscencias bíblicas o de las mil y una noches, borrosas ruinas de casas desfiguradas por las ortigas. Porque «nosotros no venimos de los profetas, / nosotros descendemos / de un pastor de rebaños / al que no permitieron, en mitad de la noche / entrar en la ciudad». Al fin y al cabo, «no hay nada más hermoso / que dejarse convencer por la noche / de que todo es eterno».


Irene Sánchez Carrón: Poética de la gratitud. Diario HOY, 7 de abril de 2019

https://www.hoy.es/extremadura/poetica-gratitud-20190405190454-nt.html

Resulta cada vez más sencillo identificarse con la poesía que escribe Basilio Sánchez, acompasar nuestra respiración a la del poeta, mientras recorremos los caminos que van abriendo sus versos sobre la espesura del mundo. Llevamos años acompañándole en sus paseos sosegados, que suelen comenzar con la percepción de la realidad a través de los sentidos, para terminar con una reflexión en la que se trata de encontrar un significado trascendente a todo lo aprehendido. Y para ir de la realidad a la reflexión se utiliza el lenguaje poético como elemento fundamental de comunicación.

Podríamos definir la de Basilio Sánchez como una «poética de la gratitud» hacia el mundo natural y también hacia las creaciones del ser humano. Esta poética de la gratitud cobra una importancia fundamental en su último libro, titulado 'He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes' (XXXI Premio Loewe). Desconocemos la referencia exacta de este sugerente título, pero en todo caso sus sílabas dejan un regusto bíblico que nos conduce a los «salmos» o a los versos de celebración de El Cantar de los Cantares. En la 'Coda' que va al final de la obra se resume el sentimiento de gratitud que embarga a alguien capaz de encontrar emoción en el entorno que habita: «Hay en el interior de cada uno / un hombre conmovido / que no nombra las cosas con grandeza, / sino con gratitud».

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es una oración de acción de gracias que convoca los cinco sentidos para gozar del mundo. De hecho, la primera parte del libro lleva como título el epígrafe «Hay un olor de agua y de resinas», y el primer poema se abre con un auténtico festín olfativo: «Hay un olor de agua y de resinas, / un aroma incesante / subiendo por las médulas / hasta las nervaduras de las hojas, / un espacio oloroso, / una fragancia / de sombras perfumadas».

En un recorrido que se torna espiritual, el sujeto lírico nos comunica su percepción del mundo y comparte con nosotros las meditaciones y las emociones que le suscita una realidad en la que naturaleza y arte se entrelazan formando un todo sin estridencias. En sus versos tienen cabida la lámpara de cobre que arde en la ventana, el vuelo del pájaro que acaricia una espiga, la hoja verde mojada en medio de la acera, la tesela de un mosaico, el sol en el horizonte, las ruinas de una pequeña iglesia, la nieve, una teja, fragmentos de cerámica, la pila de una fuente, los narcisos, un río subterráneo, la casa blanca rodeada de árboles. Lo natural y lo creado por el ser humano se unen en un planteamiento artístico que propugna el «hermanamiento» entre todos los elementos convocados, «como si cada cosa cuidara de la otra». Esta unión entre lo natural y lo fabricado se expresa en versos de gran plasticidad, capaces de unir la naturaleza y el impulso artístico: «Un pintor dominico usaría pan de oro para el cielo / luminoso y humilde de este día».

De todas las formas posibles de relacionarse con la realidad exterior, Basilio Sánchez ha elegido la de acercarse con «afecto a las cosas», a través de una poética calificada de humanística, en cuanto que plantea la convivencia armónica del ser humano con su entorno. Esta poética difiere en fondo y forma de otras corrientes que optan por mostrar las dialécticas, las contradicciones o las rupturas con lo que nos rodea, lo que se hace a través de discursos que denuncian los problemas, intentan sacudir las conciencias e incluso salvar el mundo.

No es el caso de la propuesta serena de Basilio Sánchez, que opta por fundirse con el entorno, en un hermanamiento (palabra utilizada por el autor) que acerca su poética al ideario de figuras como San Francisco de Asís.

Al igual que el místico italiano, el autor cacereño plantea el goce de la naturaleza, del que surge la alegría de saberse una criatura más. Asimismo, se respira en su poesía la celebración de la sencillez, al fijar la atención en elementos cercanos del paisaje, así como en objetos cotidianos que han acompañado nuestra existencia desde tiempos remotos.

Su poesía no necesita anécdotas, denuncias ni ironía para lanzar un claro mensaje de compromiso con la realidad, ya que este compromiso se halla en la raíz misma de la escritura y en una determinada manera de estar en el mundo. En sus versos la vida no es nunca un campo de batalla, y el ser humano no es presentado como un lobo para sus semejantes.

A largo de los años la poesía de Basilio Sánchez ha evolucionado de la mejor manera que puede hacerlo una obra construida con sumo cuidado y asombrosa coherencia. Los interrogantes y los planteamientos no han variado, pero las respuestas que se nos ofrecen en forma de poemas son cada vez más decantadas, sencillas y llenas de sentido, como si la voz del autor hubiera ido escarbando un cauce por el que corre cada vez con dirección más firme.


José Enrique Martínez: El fuego que ilumina la gruta. Diario de León, 7 de abril de 2019.

https://www.diariodeleon.es/noticias/filandon/fuego-ilumina-gruta_1326313.html

A grandes rasgos se puede hablar de dos líneas diferentes en la manera de entender la poesía: hay una de ritmo esquinado, quebrado, que no busca el halago del oído, sino el golpe sorpresivo y la perturbación anímica; la otra línea es melódica, fluida, sin accidentes bruscos, grata al oído. Por este segundo carril circula la poesía de Basilio Sánchez sobre la base acentual del endecasílabo. Desde la soledad del yo, el poeta expresa su meditación sobre el hombre y el mundo.

Las sensaciones que recibe de ese mundo, y sobre todo de la naturaleza, son las que dan pábulo al pensamiento del poeta y a su poesía, desde una mirada apacible y comedida, como sus versos que discurren armoniosamente al compás del pensamiento. Pero su poesía no permanece atada a la sensación o a la mirada, sino que trasciende lo inmediato hacia mayores honduras o hacia el ancho páramo de la imaginación, del sueño o de la percepción del misterio de las cosas, de la familiaridad entre lo dispar que expresa un poema, entre la luz del mediodía y las raíces en lo profundo de la tierra.

La naturaleza es una constante en la poesía de Basilio Sánchez; generalmente la naturaleza cercana, pero puede aparecer también el paisaje «excluido de nuestras percepciones y nuestros afectos» si «desborda plenitud». La naturaleza aporta símbolos como la luz o el bosque y es ejemplo de vida humilde y sencilla, de un estado de vida conducido «con naturalidad, sin artificio». El tópico del beatus ille, acuñado por Horacio y entre nosotros por fray Luis de León reaparece renovado en la poesía para la que lo natural es el ámbito placentero de la vida: «Dichoso el que, sentado / bajo los grandes árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo, / no renuncia al regalo de lo inmenso».

Los versos de Basilio Sánchez expresan también un pensamiento sobre la poesía, «oficio del espíritu», reveladora del secreto de las cosas a las que ilumina cuando las nombra. «Hay viajes que se emprenden a oscuras», en soledad y sigilo: es el viaje del poeta: «Uno empieza un poema / por aquello que sabe / y lo acaba por lo que desconoce». Nos está hablando del alumbramiento de lo oculto, de la revelación de lo secreto, de «el fuego que ilumina la gruta». Escribir un poema es «regresar al principio, / al hervor silencioso de la nada, / al caldo primigenio». Pero no se cumple si no suscita en el lector el silencio o la perplejidad con que fue escrito.


Manuel Rico: Cuando los árboles tienen sed. Babelia. El País. 15 abril 2019

https://elpais.com/cultura/2019/04/03/babelia/1554290270_778045.html

Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), último ganador del Premio Loewe de poesía, es un autor de larga trayectoria y de obra compacta y depurada desde sus orígenes en el ya lejano 1984, cuando fue accésit del Adonais con A este lado del alba, pero sobre todo a partir de Los bosques interiores (1993). Poesía meditativa y esencial, propicia a contagiarse del temblor de la naturaleza y de las consignas básicas de la vida: amar, contemplar, recordar, compartir, soñar, reflexionar. En poco más de un año ha publicado dos libros: Esperando las noticias del agua (2018) y el premiado, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes.

El primero es un libro poema compuesto por 48 “fragmentos” en el que recorre la experiencia de una pareja de jóvenes amantes en un espacio natural amenazado aunque en gran parte virgen. Es un canto al amor en su fusión con la naturaleza, una búsqueda de la sustancia última de un sentimiento no por misterioso menos real, que se impone si el medio natural afirma su vocación frente a la devastación que intereses ajenos a lo humano provocan.

El agua es la salvación y la esperanza, el agua alimenta los cambios y es símbolo de feracidad y de vida aunque también sin el agua “lo secreto sobrevive”. El amor, y la vida, en una pugna por salir de la desolación de la sequía: “Aquel año se agotaron los pozos”, escribe en el fragmento XXVII afianzando así la declaración del primer verso del libro: “Fue el año de la sed”. Los insectos, los árboles, el desierto, las piedras, los pájaros, no viven sin el agua. Tampoco la relación amorosa sin medio en el que enraizarse. El mundo y sus raíces, el conocimiento del ser, lo originario. El agua.

En el libro galardonado con el Loewe, ese hilo que une al sujeto poético (y al poeta) con la naturaleza (la sed y el deseo) nos lleva al cauce por el que se distribuye el alimento que nos nutre, a la fuente de la vida: “Hay un olor de agua y de resinas”. Es decir, el medio nutricio y la savia que le da sentido. Todo cuanto nos rodea en un escenario precivilizatorio aporta sentido a la existencia, es la realidad verdadera que el mundo contemporáneo ha ido relegando y prostituyendo. El sujeto poético tantea en lo telúrico y radical.

En el nogal, paradigma y símbolo de lo originario, más que en la tumba de quienes lo tuvieron todo, se vivifica la posibilidad de fundirse con el paisaje, ser parte de un universo en el que las ruinas conviven con los bosques, con el cobre de una lámpara o con un río. En poemas esenciales, austeros y luminosos, Sánchez despliega toda una poética, una teoría del lenguaje (“plagado de signos invisibles”) que parte de la complejidad visible a la luz, a lo esencial del conocimiento, al lugar imaginario que todo lo resume y concentra: “El que busca entender el firmamento / se concentra en una única estrella”. Basilio Sánchez busca, en el poema, la frontera del silencio, regresar “al caldo primigenio”. Al origen.


Michelle Roche Rodríguez: Basilio Sánchez busca lo divino desde la copa de un árbol: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. Colofón Revista Literaria. 10/5/2019

http://www.colofonrevistaliteraria.com/basilio-sanchez-busca-lo-divino-desde-la-copa-arbol-he-heredado-nogal-la-tumba-los-reyes/

El misticismo de Basilio Sánchez (1958) no se sustenta sobre la comunicación directa entre el poeta y la divinidad. Al sentimiento de lo eterno y lo oceánico, el cruce entre el tiempo y el lugar que Romain Rolland limitaba al simple hecho cognitivo de un contacto, la lírica de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes le añade un significante adicional: la experiencia completamente consciente de que el Paraíso está perdido y no hay posibilidad de recuperarlo. “Estoy buscando ahora/ la pila de una fuente/ y una piedra grabada,/ una gota de agua en el hueco de una concha/ que aún pueda reflejar el universo,/ aunque ya no sea el mar”. Más que el encuentro, los versos se refieren a una inmersión, pero no en la consciencia de lo inefable, sino en la imposibilidad de encontrar ya, a estas alturas de la historia y desde el mundo gris de las incertidumbres donde habitamos, aquello de tal grandeza que no pueda expresarse con palabras.

Como la concha del verso aquí aludido, se trata de un universo “aunque ya no sea el mar”, una divinidad que ya no puede ser aprehendida. Es una vuelta al Mito de la Caverna enunciado por Platón al principio de nuestro mundo consciente, pero en esta oportunidad aquello que está detrás de las sombras y las produce no tiene posibilidad de ser descubierto. Por eso, la misión del poeta es una herencia que no se espera, una vocación inadvertida que se recibe del pasado y que no ha sido buscada. Es una condena a sólo enunciar, a la imposibilidad de nombrar: “La poesía no explica ni argumenta/ la poesía sólo llama a las cosas”. No, el poeta no es para Sánchez un sacerdote, aunque su misión sea recuperar la conexión prístina; tampoco un chamán capaz de convertir en verdad las falsedades. Sustentada sobre el convencimiento, su objetivo es la búsqueda en sí misma.

Si el poema apunta a una revelación que no puede ser descubierta y el poeta no puede nombrar nada, en la mística de su actividad no hay éxtasis ni levitaciones, solo los estigmas como marcas del pasado y la herencia de muerte que ha dejado el tiempo de recelo. Por eso el nogal del verso está sobre una tumba y no hunde sus raíces en un pastizal. Sin embargo, la poética de Sánchez aún contempla la esperanza del descubrimiento, escondida como el último aliento de la vida en cada poema: el hallazgo del silencio, después de contemplar dentro de la ternura al afecto.

Poesía y poética son una misma cosa en la obra de Sánchez: una búsqueda para no encontrar nada; para descubrir que lo menos importante es el hallazgo. Por eso el verso “He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes” aparece dos veces en la obra: una vez en la primera de las tres partes en que está dividido el poemario, donde quien enuncia el poema pondera el “regalo de lo inmenso”, preguntándose si podrá aceptarlo; la otra vez, en el último poema del libro marcado por el descubrimiento no de lo inmenso, sino de lo ínfimo —“He aprendido a vivir con las ruinas,/ a abrir una ventana y asomarme al silencio y a la ternura/ de lo que ya no existe”—, aparece el verso del título cuando el bardo ha aceptado su destino: “Las palabras son mi forma de ser”.

Con “He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes”, Sánchez ganó la trigésimo primera edición del Premio Loewe de Madrid. Ha publicado diez poemarios, entre los que se encuentran Esperando las noticias del agua (2018), Cristalizaciones (2013) y Las estaciones lentas (2008). También ha publicado el libro de relatos autobiográfico La creación del sentido (2015).


Yolanda Izard: ´El mundo está bien hecho. La esencialidad del mundo y de la palabra en el último poemario de Basilio Sánchez`. Suplemento La sombra del ciprés. El Norte de Castilla 23/5/2019

https://www.elnortedecastilla.es/culturas/la-sombra-del-cipres/mundo-bien-20190524164258-nt.html

Confieso que tengo una especial debilidad por la poesía de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) y que siento hacia ella una profunda afinidad de sensibilidades. Libro tras libro, he ido conociéndola y degustándola, y ella solo ha exigido de mí que abra mis sentidos y me disponga a escucharla. Eso es lo que de nuevo he hecho con su último poemario, ´He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes`, Premio de Poesía Fundación Loewe, alertada ya desde el mismo título de que lo que alojaba en su interior era sagrado, como los antiguos reyes-dioses, y que permanecía en ese lugar en el que uno siempre se siente a gusto, en la naturaleza que heredamos y en la trascendencia. Pero también el título me daba algunas pistas sobre las palabras que iba a escuchar, y que en efecto están talladas con sensibilidad y rigor y un fecundo poso de misterio.

Y voy a decirlo desde el principio: este es su mejor libro. No solo por la voluntad de su autor de abarcar un mundo unitario y espiritual; no solo por la forma como acomete la entronización de sus temas habituales, dándoles un giro definitivo hacia lo esencial, o por los guiños que hay en su construcción (tomando el último verso del último poema como título de la siguiente parte), sino también por su capacidad para acotar lo intemporal, los espacios primitivos, el eco de la antigüedad previo al desorden, y que todo ello simbolice al hombre con mayúscula, su esencia sin historia. El ser humano en su pureza más absoluta interactuando con el mundo en su pureza más absoluta.

Es un mundo elemental, primitivo, sin contaminar, un universo que «sigue intacto» y que «desborda plenitud». Y el poeta representa con su palabra a cada uno de los hombres en comunión con la tierra: «Vengo de la sustancia de la tierra, / de su barro balsámico». Es casi el tiempo de la protohistoria o, en todo caso, no hay nada en este libro que recuerde o sea reflejo del mundo actual: es «el amanecer de los sentidos» de un mundo ancestral donde hay monasterios, pastores de cabras, hachas de sílex o peregrinos que apenas pespuntean un paisaje que lo abarca todo, porque se trata de celebrar todo lo que existe. Basilio Sánchez traza un mundo benigno, compasivo, de una pureza meditativa y contemplativa que pace en la serenidad y en el sosiego, pero sin falsa inocencia, porque «el poeta no es un profeta visionario, sino quien lucha contra los elementos» sirviéndose del lenguaje.

De hecho, en la tercera parte abunda la meditación sobre el quehacer poético y la poesía: el poeta es uno de esos arqueólogos de uno de sus poemas que trabaja en la profundidad del yacimiento, que excava en busca de las primeras palabras, de los primeros signos: «El lenguaje / te obliga a decir bien lo que has oído / de la brizna de la hierba», y escribir supone «regresar otra vez al principio, / al hervor silencioso de la nada, / al caldo primigenio».

En definitiva, este libro, como un tesoro oculto durante milenios y recién descubierto, trata de un mundo bien hecho, repleto de semillas, en el que los lugares y los tiempos están interconectados, como realidades simultáneas, y el poeta siente tanta gratitud por formar parte de él que utiliza las palabras como un regalo para devolverle lo que le ha sido ofrecido: la luz, un riachuelo, el viento, árboles, agua, pájaros, hojas, musgo, bosques, un relámpago, una higuera, el mar, las estrellas… porque «la poesía es el oficio del espíritu» y la misión del poeta es «abrir una ventana y asomarse en silencio a la ternura / de lo que ya no existe», atento a revivir sus revelaciones y sus señales de luz. Un poemario exquisito, ungido por una extraordinaria sensibilidad hacia el mundo y sus bienes.


Antonio Reseco: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Basilio Sánchez. Revista Quimera, nº 426, junio de 2019

Los seguidores de la poesía de Basilio Sánchez nos hemos acostumbrado a que cada una de sus entregas no desmerezca a la anterior. A que sea muy difícil encontrar un altibajo o un poemario que distorsione la trayectoria. He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor, 2019), XXXI Premio Loewe, entra en esta meritoria rutina. Tal vez esto haga más exigente al lector pero, hasta la fecha, el autor ha sabido convencernos como quien acuna a un niño o cuenta un cuento.

La poesía de Basilio Sánchez no tiene un carácter efectista, ni está influenciada por las tendencias más “cool” del verborreico panorama internauta, ni esconde la más mínima intención de seducir al advenedizo que se acerca a la poesía como el que se acerca a un yogurt. Es una poesía que demanda de sus seguidores el mismo sosiego y la misma meditación con la que parece haber sido escrita. Su lectura establece una alineación donde cualquier murmullo puede quebrar la armonía que llevó al autor a concebirla y al lector a asimilarla.

Escribió Leibniz que Dios creó este mundo porque es el mejor de todos los mundos posibles. Algo parecido ocurre en este libro. El mundo no es perfecto pero es el que tenemos. Y es, sin embargo, fascinante. La belleza del mar sueña con la belleza de los árboles. La búsqueda racional del sentido de la existencia y de sus circunstancias empuja al autor a un estadio superior que se vale del lenguaje para acompañar ese acercamiento. El humanismo implícito de la escritura de Basilio Sánchez nos hace recalar en nuestro entorno, ese que pasa desapercibido, pero que está ahí con su magia y su imperfección.

Me preocupa/ pensar que ha sido el hombre/ el único que se ha quedado fuera/ del convite del mundo.

Una consideración especial tiene la naturaleza en las dos primeras partes del poemario. El desarrollo y concreción de las mismas subraya una suerte de misticismo naturalista que podría convertir la lectura de estos poemas en el mantra de cabecera del taoísmo o del sintoísmo. Despliega en ellas un elegante ecologismo amasado por la voz poética del autor, diferenciable y personal. Lejos de cualquier soflama de pancarta, la naturaleza se contempla como el tesoro que debemos proteger, que nos integra en el universo y que nos explica como especie. Necesito vivir en un país/ que no haya renegado de sus árboles,/ necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra. El autor hace suya la preocupación por la tierra, por el hombre, y lo hace con la sabiduría de quien tiene la posibilidad de observarlo todo desde la atalaya de la invisibilidad, dentro y fuera a un mismo tiempo. Decíamos, el mundo no es perfecto, y así debe aceptarse: Es verdad/ que en la idea del jardín subyace oculta/ la idea del sufrimiento.

La contemplación de lo que pasa inadvertido, un castaño, el tejado rojo de una casa, la respiración de los caballos, articulan una forma de valorar y mirar la vida con un indudable enfoque whitmaniano. Lo diminuto cobra relevancia, se entrona como elemento esencial del poema y protagoniza la esencia misma de la poética del autor. Me conmueve la humildad de los pájaros/ que trabajan día y noche para trenzar un nido/ en un árbol sin nombre.

Cierra el libro una tercera parte en la que la temática vira hacia un terreno más metapoético. El lenguaje y la expresión creativa se yerguen en argumento fundamental del texto. Es una de las constantes en la obra del autor. La reflexión sobre la forma que el mismo tiene de entender las cosas a través de la palabra. Pero, con la finura a que nos acostumbra, logra insertar este leitmotiv dentro del plano casi cósmico y global del conjunto: El poeta procede/ de un grano de mostaza / olvidado en uno de los bolsillos de la creación./ Una luz en la noche es una carta/ enviada por un muerto.


César Iglesias: La poesía es la medicina más antigua del mundo. La Nueva España. Suplemento Cultura. 13 de junio de 2019

"El compromiso del poeta es vincularse con sus contemporáneos y excavar un espacio moral de convivencia"

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor, 2019) es el libro con el que Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) ha logrado el Premio Loewe, uno de los galardones más prestigiosos de la poesía hispana. La escritura de este poeta y médico de cuidados intensivos se enmarca en la mejor tradición de la poesía del conocimiento, una de las más fructíferas, esa que "excava un espacio moral de convivencia" y hace suya la herencia de la razón poética zambraniana: vivencia y reflexión de lo real para nombrar lo innombrable. Basilio Sánchez se inscribe en una tradición de poetas -Anton Chejov, William Carlos Williams, Miguel Torga- a los que su profesión médica les hizo estar más cerca de la verdad y de la emoción.

-¿Qué ha significado el premio Loewe?

-Satisfacción y responsabilidad. Me enorgullece que el libro haya sido reconocido por un jurado que es historia viva de la poesía y en el que se encuentran muchos de mis maestros; un reconocimiento que lleva implícito el de mi obra precedente, de la que este libro es deudor.

-Tiene dicho que la poesía es una nota "para los que se pierden en la noche".

-Tanto en la literatura como en la medicina se establece una relación de ayuda. Los médicos —como los antiguos chamanes de la tribu— y los escritores proyectan sombras chinescas sobre las paredes de las grutas que nos ayudan a encontrar el camino de la salida. Como dice Christian Bobin, la poesía nace a la vez que el fuego: en la misma época en que los hombres iluminaban las cavernas con los fantasmas coloreados de animales, la poesía les llegaba también a ellos por la misma grieta de la piel por la que les entraba el miedo, el dolor y la angustia. La poesía es la medicina más antigua del mundo. Es anterior a la escritura. Antes de depositarse sobre unas tablas de arcilla, tranquilizaba almas, sosegaba inquietudes.

-Hay un anhelo rehumanizador en su poesía.

-A pesar de llevar escribiendo más de 35 años, continúo con muchas de las dudas y vacilaciones que tenía al principio, aunque he conseguido alcanzar algunas pequeñas certezas, como la de creer en el carácter íntimo y solitario de la poesía, en su condición humilde y en su capacidad para darnos protección y cobijo. La poesía es un recinto ético, esa casa de la que hablaba Rilke, invulnerable y frágil, que ha sido levantada con todas las voces y anhelos a lo largo de la historia, esas cuatro paredes que los hombres y mujeres nos hemos visto obligados a levantar a la intemperie para proteger nuestra intimidad, nuestros deseos y nuestros sueños. El compromiso del poeta es el de vincularse con sus contemporáneos, pero también el de excavar, mediante el lenguaje, un espacio moral en el que todas las voces puedan ser escuchadas y en el que podamos convivir los unos al lado de los otros.

-Su poesía apuesta por la lentitud y el diálogo con la tierra.

-"No somos lo bastante lentos", escribió René Char, y la vida actual no hace más que darle la razón. La mía es una forma de entender la escritura que arraiga en una larga y fructífera tradición de poesía meditativa y que pretende conciliar el pensamiento con la imagen y el sentimiento con la ética. Una ética que me obliga, entre otras cosas, a dialogar con el entorno para disfrutarlo, protegerlo y respetarlo.

-Es médico de cuidados intensivos está muy cerca del dolor. ¿cómo le ha influido?

-«La medicina y el arte parten del mismo tronco», reconoce Andrzej Szczeklik, escritor y médico humanista polaco, en palabras recogidas oportunamente por Martín López-Vega. El médico ausculta al enfermo sentado junto a él. ¿No es también la escritura una forma de atención minuciosa a los murmullos imperceptibles de las cosas, a su respiración y sus latidos? Con el paso del tiempo he empezado a apreciar lo que la medicina le ha aportado a la poesía y la poesía al ejercicio de la medicina. Al margen de que la formación científica, por su esencial objetividad, puede añadir rigor a la escritura, quizá mi relación diaria con el dolor y la enfermedad estén en la raíz de una poesía que ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia. La materia de la poesía es la propia experiencia y en mi caso se ha nutrido forzosamente de mi relación directa con la curación y el sufrimiento. De manera recíproca, es posible que la poesía, a su vez, haya podido moldear de alguna forma, con ese espíritu de aceptación y comprensión del que hablaba Miguel Torga, mi relación con los enfermos.

-Una escritura que ha conciliado el pensar y el sentir éticos.

-La época en la que vive el poeta condiciona su relación con la escritura y su forma de relacionarse con ella. En mis primeros años de formación literaria, pude descubrir que una de las tradiciones más ricas de la poesía, la del conocimiento, se amoldaba con naturalidad a mi manera de percibir el mundo y a mis esfuerzos por desentrañarlo. Una poesía que intentaba trascender nuestras relaciones con las cosas para percibirlas y disfrutarlas de otro modo, para establecer con ellas un vínculo distinto basado en la confianza, el respeto y el afecto.

-Una manera sagrada de relacionarse con el mundo. ¿Latido religioso?

-Para mí lo religioso no es otra casa que el sentimiento íntimo de que uno forma parte de un todo. No es una visión confesional, sino que se identifica con el origen etimológico del término: del latín religare, volver a ligar una cosa con otra, aglutinar lo disperso. La mística, una forma de conocimiento de la que participan todas las religiones, comparte con la poesía la búsqueda de una forma humilde y respetuosa de acercarse a las cosas, de sobrevolarlas sin agotarlas ni dominarlas. A diferencia del conocimiento científico, que es positivista, la indagación en la realidad que hace la poesía nunca es utilitaria y, porque de alguna forma se inclina hacia el misterio, asume lo sagrado.

-Habla de la "sustancia de la tierra". Aprecio un aliento sacro, casi panteísta.

-En mi primer libro, A este lado del alba (1984), no es difícil rastrear la influencia de los pocos autores que entonces constituían mi bagaje literario, entre ellos Vicente Aleixandre. Allí estaban su vigoroso panteísmo vitalista, su búsqueda del conocimiento total a través de una comunión amorosa con el universo. Algo de todo eso ha quedado en lo que escribo.

-Me he referido en alguna ocasión a la escuela de la sentimentalidad de la tierra en la que se inscriben autores del oeste ibérico. ¿Comparte esta adscripción?

-Quizás sí, aunque en menor grado que otros poetas extremeños como Álvaro Valverde o Pureza Canelo. En mi caso, la afirmación de Keats de que "La poesía de la tierra nunca muere", impregna de manera sutil la totalidad de mi obra, aunque muy pocas veces de una manera expresa y evidente.

-Hay un verso de Leopoldo Panero, "De rodillas estar", al que me ha llevado otro suyo: "El poeta es un hombre arrodillado". ¿Sumisión o resistencia íntima?

-Por supuesto, resistencia íntima. He escrito en otra parte que el poeta sólo se arrodilla ante sí mismo, como forma de recogimiento y de búsqueda del centro. Una actitud de escucha para el conocimiento gratuito y maravillado del mundo y una forma, también, de expresar la humildad con la que uno debe afrontar la escritura y su propia vida.

-Naturalidad y transparencia. ¿Ahí reside la esencialidad de la poesía meditativa?

-La poesía es una búsqueda, un intento de desentrañar una realidad que se nos escapa y en la que está incluida lo que somos. La complejidad de este empeño es de tal calibre que el poeta, cuando algo consigue vislumbrar, tiene la obligación de registrarlo, para sí y para los demás, de la forma más sencilla posible, sin añadirle oscuridad a lo que ya lo tiene. La poesía pertenece al territorio de las intuiciones y los presentimientos, porque son precisamente las condiciones de oscuridad y de pérdida las que hacen posible la aparición de las palabras. Por eso, cuando surgen, tenemos que tener la delicadeza de dejar que otros perciban, a través de ellas, lo que hemos alcanzado a entrever.

-En tiempos de la mentira industrial, ¿la receta de Keats (verdad y belleza) es el antídoto?

-La verdad y la belleza son dos atributos específicos de la poesía. Y nosotros, más allá de la satisfacción de nuestros requerimientos vitales, y a pesar de su gratuidad en una sociedad tan mercantilizada como la nuestra, las seguimos necesitando. Como necesitamos también el misterio, que es el tercer atributo de la poesía y, según Albert Einstein, la experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance.


Jesús Soria Caro: La poética de lo natural. Artes & Letras, Heraldo de Aragón. 27/6/2019

El pensamiento de la luz recorre el milagro de la vida, permitiéndonos vislumbrar en lo más elemental -la tierra, el agua, la nervadura de las hojas, su olor- la belleza que rodea la existencia, para «intimar con lo sagrado / que permanece en ellas», con su perfección casi de reloj del infinito con la que la semilla del cosmos germina como una flor de eternidad de ritmo repetido, musical. Somos gota del abismo que riega su semilla del silencio en el desierto del existir: «Una armonía, / el rumor apagado / con el que los planetas / que acabaron desgajándose del universo / continúan descendiendo hacia el abismo». Basilio Sánchez ganó el premio Loewe con “He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes” (Visor, 2019).

El “Ubi sunt” invita al “Carpe diem”, opuesto al clásico que exaltaba los excesos. Es celebración del vacío de las grandes pasiones, reside en la belleza de lo que no se valora, la luz verde de los árboles que iluminan la inmensidad de quien al ver se queda atrapado en lo que mira, pasando a ser uno con el paisaje: «He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. / Dichoso el que, sentado / bajo los grandes árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo / no renuncia al regalo de lo inmenso». Hay algo de Whitman en el canto de pertenecer a lo natural, ser uno y su nada con él, desaparecer y ser fuera del yo su belleza: «Pertenecer a algo, / al cauce de un riachuelo, / al cortejo de peces del silencio, / al agua de una nube / o al corazón callado de una lámpara, / al árbol del camino...».

Hay reminiscencias de Caspar David Friedrich en «la honradez del paisaje / que abismado en sí mismo / sigue intacto». Hemos sido expulsados por la historia y el progreso. La elegía proclama: «No nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto». Salir fuera de la civilización, del “decorado” de la Historia, recordando que «no hay nada más hermoso / que dejarse convencer por la noche / de que todo es eterno».

El silencio es el escultor del alma oculta de las cosas, desprende las esquirlas de lo que la palabra al nombrar roba al misterio, cincelando la ausencia del significado y el signo, para dejar lo que somos más allá del lenguaje: «El silencio es un océano en calma / que permite que afloren / como islas / o como promontorios / los pequeños sonidos de las cosas. / El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es». El lenguaje del poeta es el del regreso al estado “natural” del ser: «Escribir un poema /supone, de algún modo, regresar / otra vez al principio, / al hervor silencioso de la nada, / al caldo primigenio / … a la inminencia de los astros», rescatando del fondo lo que la poesía contiene, ser buzo de lo indecible en una inmersión abisal: «Escribir un poema es sumergirse / en las profundidades de otra noche, / vincularse al misterio / de un cielo sin estrellas, / de un paseo por la nada / entre los arrecifes / y las simas azules del sentido. // El lenguaje del mar / es el de los ascetas». En la belleza natural, libre del pensamiento, en la sumersión en su silencio reside la poética de lo natural


Juan Ramón Santos: La voz tranquila. PlanVe La guía de ocio de Extremadura. 4/7/2019

https://planvex.es/web/2019/07/la-voz-tranquila-juan-ramon-santos/

“Mi habla es un murmullo, / una simple presencia que en la noche, / en las proximidades del vacío, / se impone por sí sola contra el miedo, / contra la soledad que nos revela / lo pequeños que somos”, dice uno de los poemas de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, el libro con el que Basilio Sánchez ganó el año pasado el prestigioso Premio Loewe.

Si comienzo destacando estos versos es porque creo que ponen de manifiesto la sensación que siempre he tenido leyendo a este autor, la de que la suya es una voz próxima, que te habla en un susurro y que, como en un cuadro de Georges de la Tour, logra prender, en medio del silencio y la oscuridad, una llama que nos calienta, nos alumbra y da abrigo, que nos resguarda de la intemperie y nos ayuda a descubrir que el mundo es un lugar mejor de lo que, por lo general, creemos, y lo logra haciéndonos reparar no en lo grande, en lo magnífico, en lo lejano, sino en lo cercano, en los discreto, en las cosas que nos rodean y que, como dice en otro poema, “nos salvan la vida”.

“Hay un hermanamiento, / una especie de familiaridad entre las cosas / que conforman el mundo, / como si cada una cuidara de la otra, / como si la alegría en la que viven inmersas / fuera un logro de todas”, afirma en otro lugar, añadiendo a continuación que “acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas”, y lo menciono esta vez porque lo sagrado, la atención al misterio, es uno de los temas fundamentales de este libro y explica, en buena medida, el tono bíblico de muchos de sus versos –ya presente, por ejemplo, en su penúltimo libro, Esperando las noticias del agua–, que se me antojan, también, hondamente antropológicos, como si propusiesen recuperar la espiritualidad laica propia de un tiempo en el que el hombre tenía una relación más inmediata e inocente con las cosas, con el mundo, en el que formaba parte activa de la secreta y hermosa conspiración que hace posible la vida, como si sugiriesen, para ello, posar una mirada humilde y desnuda, renovada, sobre lo que tenemos alrededor, la mirada que el poeta, a modo de ejemplo, acoge en sus versos pausados, impecables, sigilosos.

Pero esa atención discreta y reveladora hacia los árboles, hacia los pájaros, hacia la lluvia, va acompañada también, por medio de una serie de poemas que salpican el libro en cada una de sus partes, de una reflexión sobre la propia poesía, sobre los modos, el objeto y la razón de ser de la escritura, señalando, por ejemplo, que “uno empieza un poema / por aquello que sabe / y lo acaba por lo que desconoce”, o que “escribir un poema es sumergirse / en las profundidades de otra noche, / vincularse al misterio / de un cielo sin estrellas, / de un bosque ilimitado desprovisto de árboles, / de un paseo por la nada / entre los arrecifes / y las simas azules del sentido”, o que “la poesía / no es una ambigüedad del corazón, / es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro, / de asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya”, construyendo entre todos ellos una poética de la indagación, de la búsqueda, del encuentro.

“Los poemas que nos hacen mejores / son los que nos devuelven / a ese estado anterior / en el que era posible, / en nuestras relaciones con el mundo, / conducirnos son naturalidad, sin artificio”, afirma también Basilio Sánchez en otra de las piezas que componen He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, un libro que no sé si logrará devolvernos a ese estado primitivo, de feliz coexistencia con las cosas que evocan sus versos, pero que sin duda nos hará mejores, devolviéndonos al mundo más serenos, más tranquilos, quién sabe si no, también, más sabios.


Pilar Galán: Basilio Sánchez, el agua y la sed. Gazetilla de la Unión de Bibliófilos Extremeños. Trujillo, octubre de 2019

Late en la obra de Basilio Sánchez un corazón capaz de comprender la oscuridad del mundo, una forma de encender una luz que ilumine y muestre el camino. Se mezclan en sus poemas la cotidianidad y el extrañamiento, el respeto y la sorpresa por la naturaleza, como si sus elementos acabaran de mostrarse en su forma primigenia, uno de los días remotos de la creación, cuando solo existía el caos, y faltaba el orden limpio que se respira en estos versos, el orden que nombra al mundo y separa el cielo de la tierra.

Se abre un libro de Basilio Sánchez como quien comienza un viaje por un sendero nuevo, con la alegría aún por estrenar de la mañana, la respiración ágil, las piernas, dispuestas. La luz difusa apenas muestra el camino, pero las palabras surgen nuevas y el caminante se siente respetado y acompañado, y al mismo tiempo libre.

No sabe cuánto tardará en volver, ni siquiera si volverá siendo el mismo. Todo eso da igual hoy, solo importa lo que comienza, no lo que se deja atrás. De ese comienzo nos habla en He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, que ha obtenido el XXXI Premio de la Fundación Loewe.

En la ventana arde
la lámpara de cobre
de la que se desprenden las palabras.

El caminante deja su casa, pero se encamina hacia otra, sin saberlo.

El corazón no sabe
que algo dentro de él, calladamente,
se prepara en secreto.

Poco a poco el lector se despoja de lo innecesario, del cargamento que ha elegido llevar como si fuera importante. No se precisa nada más que unos ojos para leer, y una mirada compartida que nos presta el autor. Así vemos al mismo tiempo que miramos, algo que nos embarga de una nostalgia que puede ser a la vez nuestra y de los otros.

Los otros son también parte del poema, la parte por el todo, el continente por el contenido, la fugacidad de la vida frente a la inmortalidad del recuerdo, lo espiritual encerrado en la rutina amable de lo cotidiano.

No es una poesía de contrastes, nada hay más alejado de la brusquedad que el sosiego que encontramos en estas palabras. Si se conoce al autor, se conocen sus poemas. La voz pausada, la calma, la actitud amable y reflexiva, la bondad entendida como acercamiento al ser humano, la bonhomía, ese concepto tan antiguo, en peligro de extinción, como la honestidad y el respeto.

Ajeno a la literatura, el caminante recorre la infancia, la casa, el amor, la familia, la naturaleza…lo simple que es grandioso, lo que da sentido a su caminar. Un paseo con el padre, la música de su madre, los hijos, la calle desierta, la ciudad en que vive. No hay malas hierbas, ni retruécanos, ni atajos. El camino nace directo, en cada paso, a ratos sombrío, a ratos luminoso, sin indicaciones que nos lleven a preguntarnos dónde vamos, o dónde queremos llegar o ni siquiera si vamos a encontrar un destino. El camino no es más que un lento discurrir, un río en el podremos bañarnos cada vez que lo deseemos, o no, pero eso no es lo importante.

Dichoso el que, sentado
bajo los grandes árboles
que iluminan de verde las mañanas del mundo
no renuncia al regalo de lo inmenso.

El poeta camina a nuestro lado. Nos acompaña. Su intención no es otra que dejarnos ante la presencia de lo importante, una forma de alcanzar no solo la sabiduría o la humanidad, esas palabras mayores, sino también el sosiego, la paz interior, el silencio que viene de la aceptación de uno mismo y el conocimiento de la soledad no impuesta.

Escribir un poema es andar sobre las aguas,
confiarnos a lo bueno del mundo.

Así vamos conquistando primero la humanidad, luego el silencio.

La primera conquista es la de la ternura.
Luego viene la de la soledad,
esa conquista
que nos abre la puerta del silencio.

Y después de esta conquista, como un buen maestro, nos sigue acompañando en el descubrimiento de lo que nunca creímos saber.

El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es.
El silencio es la elegancia absoluta.

Y, por último, su declaración de fe, la poética que resume todo:

Yo creo en el poema
que es capaz de sumir al que lo lee
en el mismo silencio
que el ejercicio a solas de la propia escritura
consigue suscitar en torno a sí.
(…)
La poesía
no es una ambigüedad del corazón,
es una forma
de sentirte tú mismo siendo otro,
de asumir la existencia de los otros
como si fuese tuya.

Al final, o al principio, porque nunca se sabe y además ya no importa, el caminante se sienta al lado de la lámpara de cobre de las palabras, la misma lámpara y el mismo cobre del que se hablaba al principio.

Soy el que reconoce
los rasgos de su rostro en el cobre de una lámpara,
el que ha pintado un pez en la dovela
secreta de una bóveda.
Siempre supe estar solo
igual que la montaña que se hace
rodear por el mundo.

Para eso leemos, para eso escribimos. Para conseguir vislumbrar esa luz, para encontrar en estos versos algo que ilumine la oscuridad que nos rodea, el pánico que no nombramos, pero muestran nuestras bocas y no quieren ver nuestros ojos.

Por eso los poemas de Basilio Sánchez son un camino, una forma de conocimiento, un aprendizaje sobre nuestra manera de crear y mirar lo que nos rodea.

La escritura es el agua que sacan de los pozos los que no tienen nada que beber, dice el autor en La creación del sentido.

La escritura, añado yo, no solo es el agua, ni el pozo, sino también la sed.

La causa y la consecuencia.

La parte por el todo.

El continente por el contenido.

Lo pequeño que apenas abarca la inmensidad de estos poemas.

Gracias, Basilio, por compartir tu manera de mirar el mundo, por dejarnos entrar en la cálida fraternidad de las palabras.


Enrique García Fuentes: Panteísmo cercano. Suplemento cultural Trazos, Diario Hoy. 5 de octubre de 2019

No hace mucho tiempo que nos hemos referido a Basilio en estas mismas páginas, cuando saludábamos una entrega inmediatamente anterior que, como cualquier lector avezado intuye, guarda evidentes concomitancias con esta que hoy nos ocupa. En efecto, “Esperando las noticias del agua” ya contenía en su interior ese «espacio y tiempo poco claros —alegóricos, evidentemente—, en medio de resonancias bíblicas innegables que les confieren un carácter mistérico y alucinatorio» (perdonen la autocita) que, del mismo modo, vamos a encontrar aquí. Sería hiriente acusar al poeta de repetitivo porque, aparte de que la obra de Basilio Sánchez es una de las más coherentes y cohesionadas de la poesía actual en castellano, probablemente se trate de un periodo de encantamiento que se ha prolongado en el poeta y que ha creído necesario plasmar en más de un único libro.

Dividido en tres partes, de serenamente palpitantes títulos, —“Hay un olor de agua y de resinas”, “Mi mesa de madera es del tamaño de un nido”, “El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol” —, el poemario desglosa un rosario de versos que sugieren mucho más de lo que afirman, y sitúan al lector en un territorio muy poco delimitado donde, como ocurre frecuentemente en la poesía de Basilio, es muy difícil distinguir la realidad del sueño, o mejor dicho, la mirada de la ensoñación; una vez más nos sumimos en esa amable duermevela que sus ajustadas palabras tiñen levemente de un calmado arrullo que nos reclama la vuelta casi inmediata a ellas una vez que el poema ha concluido. Porque, como es habitual en su poesía —acaso en este libro todavía más— sus poemas se regodean en un vocabulario sencillo, sin alharacas innecesarias, y se construyen con una sintaxis clara capaz, sin embargo, de servir para intentar llegar a la esencia de las cosas, tan simple a veces y otras tan incomprensible, pero desde luego mucho más ligadas a nosotros de lo que parece cuando no nos fijamos bien: «Hay un hermanamiento, / una especie de familiaridad entre las cosas / que conforman el mundo, como si cada una cuidará de la otra, / como si la alegría en la que viven inmersas / fuera un logro de todas» y de ese logro participa el poeta (que las descubre o, al menos lo intenta) y nos llegan a nosotros por la vía de ese lenguaje claro, conciso y sereno.

Acostumbrado a tratar el dolor como médico de cuidados intensivos que es, Basilio ha ido encontrando en la poesía no sólo el consuelo y lenitivo de la existencia, sino que de manera abiertamente optimista nos brinda a sus versos («Las palabras son mi forma de ser») una invitación panteísta para unirnos con todo lo hermoso y delicado que todavía es posible encontrar en este desdichado mundo nuestro. Y para ello hay que partir de la sencillez, desposeerse de cualquier atributo que nos erija como supremos detentadores de lo que, sin embargo, es común con quienes nos rodean porque «Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas » y, además, «Hay en el interior de cada uno / un hombre con movido / que no nombra las cosas con grandeza, / sino con gratitud». Si «El poeta no es otro / que el que entra de noche en una habitación / y permanece inmóvil / frente a una oscuridad / a la que poco a poco consigue acostumbrarse», el paso siguiente sería considerar está gavilla de poemas como una suerte de oración de acción de gracias porque se nos permita descubrir y disfrutar de un mundo no necesariamente mal hecho del todo.

Coincido con García Martín en qué tal vez, por lo menos en este poemario, gocemos más con escuchar en voz alta los poemas de Basilio, «como se escucha una música, dejándose llevar por las resonancias, ajenos al sentido». De este modo, desprovistos de ataduras excesivamente intelectuales que nos lastrarían en ese acercamiento a la condición íntima de cuanto nos rodea, disfrutaríamos más de esa comunión laica que la poesía de Basilio constantemente nos propone. Pero en negro sobre blanco podemos volver a ello siempre que lo necesitemos.


Álvaro Valverde: Vivir en las palabras. Cuadernos Hispanoamericanos. Octubre 2019

https://cuadernoshispanoamericanos.com/vivir-en-las-palabras/

Que el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe (conocido como el Loewe, a secas) se ha convertido en uno de los más acreditados, si no en el que más, del panorama lírico hispanoamericano es ya un lugar común. Desde hace tiempo, además. Me atrevería a decir que desde el principio, o casi, allá por 1988. La nómina de galardonados habla por sí misma. Y lo que es más importante: el catálogo de libros que conforman ese extenso y plural palmarés, editado desde sus comienzos, uno de sus indudables aciertos, por la madrileña editorial Visor. Otro está fundado en la calidad del jurado que dictamina el fallo, constituido por relevantes poetas (sobre todo) de un lado y otro del Atlántico; un tribunal que durante unos años presidió el Nobel mexicano poeta y pesador Octavio Paz.

El verdadero lujo que patrocina esa empresa lujosa es, precisamente, la excelencia poética, más en una época dominada, siquiera en parte (la de las internáuticas redes sociales), por una aparente nueva forma de poesía que, porque de inédita y de poesía en realidad tiene poco, Luis Alberto de Cuenca ha denominado parapoesía. Nada más alejado de ese fenómeno de masas que la que representa, genuina (por parafrasear Poetry, de Marianne Moore), el libro que logró la trigésimo primera edición del premio gracias a la arriesgada, valiente decisión de un jurado presidido por el profesor y académico Víctor García de la Concha (que durante años ejerció la crítica a pie de calle en el diario ABC). Un osado acuerdo, sí, que llegó en un momento crucial en la trayectoria del Loewe, más después de que en el vídeo promocional de su treinta aniversario se diera cabida, para pasmo de algunos, a parapoetas, esto es, a portavoces de lo que el estudioso Martín Rodríguez-Gaona ha denominado poesía pop tardoadolescente y, en consecuencia, a algo que está en las antípodas del rigor y la eminencia de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, el extenso título de aires bíblicos del laureado libro que ahora reseñamos.

Para no pocos, apuntaremos antes, ese resultado fue una sorpresa. No para quienes conocían el sólido, coherente itinerario de Sánchez, al que ahora muchos celebran en este país tan dado a las frívolas y fugaces exaltaciones. Los lectores lo acogieron, ya digo, como lo que es: un motivo de esperanza, de fe en la poesía, en tiempos de vacío, incultura y miseria.

Su autor, Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), no fue un poeta temprano. Su primer libro, A este lado del alba, obtuvo en 1983 un accésit del premio Adonáis (el más reconocido hasta que apareció el Loewe). A esa ópera prima le siguieron: Los bosques interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde, El cielo de las cosas, Para guardar el sueño, Entre una sombra y otra y Las estaciones lentas. En 2010 publicó su poesía reunida: Los bosques de la mirada (Calambur). Después llegaron Cristalizaciones y Esperando las noticias del agua.

La mayor parte de estas obras merecieron algún premio. Además de un accésit en el Gil de Biedma, Basilio Sánchez obtuvo el Unicaja, el Tiflos, el Extremadura a la Creación y el Ciudad de Córdoba.

Conviene mencionar dos libros en prosa de su bibliografía: El cuenco de la mano y La creación del sentido. Dos entregas, cabe matizar, que podrían pasar, en sentido estricto, por poéticas. Por el asunto del que se ocupan y la escritura que las identifica.

En una entrevista concedida a Nuria Azancot para El Cultural, Sánchez comentaba: «Utilizando una imagen del poeta peruano Eduardo Chirinos, percibo mis libros como planetas solitarios que giran alrededor de su propio eje, pero sometidos todos a unas mismas leyes de movimiento, a un orden cosmológico superior que no es otro que la idea que yo tengo de la poesía. Concibo la creación poética como una especie de diario del espíritu, como una forma de anotar y de poner en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes etapas por las que va pasando. He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es una expresión más, sin duda incompleta, pero reveladora, de mi forma de decir y de vivir en el tiempo. En lo formal, es un paso más hacia la naturalidad y la transparencia».

Aunque extensa, transcribo la cita por su elocuencia. Sánchez, ya se ve, aborda con lucidez la lectura de sí mismo. Se constatará luego. De ahí que cuando le pregunta la periodista por la tradición poética en la que se inscribe, responda: «Podría ser en la poesía del fervor, como la llamaría el poeta polaco Adam Zagajewski, o en la poesía del entusiasmo, como querría Hölderlin».

Pronto cae en la cuenta el lector de que He heredado un nogal… tiene mucho que ver con su entrega anterior: Esperando las noticias del agua. Un año separa ambas ediciones. A mi modo de leer, conforman incluso una suerte de bilogía, más allá de su indiscutible independencia.

De aquél, dijo Basilio Sánchez: «es un poema único compuesto por cuarenta y ocho fragmentos que, de una forma alegórica y utilizando como hilo narrativo el amor entre dos jóvenes, reflexiona sobre la entereza y la perseverancia como únicas maneras de sobrevivir al extravío ético de nuestras sociedades actuales».

Uno, al reseñarlo, destacó, por ejemplo, su sutileza, transmitida «a través de un lenguaje altamente imaginativo, que a rachas parece el fruto de la más elevada inspiración (aquella que linda con la mística), alegórico en todo caso, construido con palabras comunes que remiten a conceptos metafóricos y simbólicos complejos», o el uso de versos que podrían pasar por aforismos.

Anoté, en fin, algo acerca del marco, porque «lo temporal y lo espacial (aunque aquí caben más los términos intemporal e inespacial)» se diluyen para conseguir aún más protagonismo del misterio, una palabra clave para entender esta poética del secreto y el enigma. «Del origen», según Piedad Bonnett, miembro del jurado y autora del penetrante texto de la contracubierta. Como el autor ha escrito, «sin apenas anclajes geográficos o temporales, el poema construye el escenario mítico», si bien, nunca pierde de vista el presente.

Todo lo dicho sirve para explicar esta nueva obra dividida en tres partes y una coda; compuesta por sucesivos fragmentos (a su imán, que diría Lezama), sin título, que fundan su unidad de sonido y sentido en un lenguaje claro y austero («Amo la austeridad de los que escriben / como el que excava un pozo»), y en un ritmo muy particular también y muy logrado que se aprecia, sobre todo, al leer los poemas en voz alta.

Al decir de Basilio Sánchez, un hombre esforzado y contemplativo, tiene un «carácter de libro de meditaciones» (también lo ha denominado «cuaderno de campo de un naturalista») construido con lentitud («Amo lo que se hace lentamente») en la soledad («Siempre supe estar solo») y el silencio («El silencio es la elegancia absoluta»). En efecto, a esa tradición, la meditativa (escrutada en su día por Valente) se adscribe esta poesía del pensamiento (que siente). Lo que no obsta, como señala Colinas, para que tienda «a lo surreal, al irracionalismo». Por eso, es normal que a veces el lector pierda pie («Ninguno de nosotros / está aún preparado para lo incomprensible») y, sin entender, vislumbre, absorto en la enigmática belleza de unos versos que a rachas devienen versículos, algo del todo adecuado si tenemos en cuenta la honda espiritualidad que emana del conjunto.

A través de las cosas («Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas»). En medio de la naturaleza (tan presente aquí): «Dichoso el que, sentado / bajo los grandes árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo, / no renuncia al regalo de lo inmenso».

Sí, el tono es hímnico. Hay «una celebración tenaz de lo que existe». Porque aún se oye el último eco de «la canción del paraíso». Porque, evocando a Claudio Rodríguez, «El mundo se nos revela siempre en un estado / de perfecta ebriedad».

A pesar del dolor (léase el precioso poema de la página 68, que comienza «No hay azafrán ni clavo») y la muerte (Basilio Sánchez es médico intensivista) y de que nadie sepa «cómo estar en el mundo»: «Es verdad / que en la idea del jardín subyace oculta / la idea del sufrimiento, / la de que prevalece / sobre el orden de la naturaleza / el orden de los hombres». No en vano esta poesía se distingue por su alta carga de humanismo.

«Yo mendigo la luz», escribe. Y: «He aprendido a convivir con las ruinas».

No puedo concluir esta nota sin aludir a una línea central del libro, la que a uno más le ha interesado. Me refiero a los numerosos poemas que indagan acerca de la propia escritura. Metapoéticamente. También sobre la frágil figura del poeta. Son, además, una perfecta guía de lectura. Así, leemos: «Los poemas que nos hacen mejores / son los que nos devuelven / a ese estado anterior / en el que era posible, / en nuestras relaciones con el mundo, / conducirnos con naturalidad, sin artificio».

«La poesía no explica ni argumenta. / La poesía sólo llama a las cosas». Es «el oficio del espíritu».

«Vivir en las palabras, / asumir el fervor como una forma secreta de penuria / lo decide uno mismo».

«Escribir un poema es andar sobre las aguas, / confiarnos a lo bueno del mundo».

«Uno escribe un poema para sentirse vivo». Y añade: «para que otro descubra que está vivo».

Y, desde la compasión: «La poesía / no es una ambigüedad del corazón, / es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro, / de asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya».

No es preciso comentar nada.

En un momento dado, Basilio Sánchez escribe: «Hay libros que son fértiles». Este es el caso. Armonía sería un término muy adecuado para definir de una vez la obra de alguien que confiesa: «Las palabras son mi forma de ser». Además de avalar a un premio prestigioso y a un jurado digno, resalta la importancia de la verdadera poesía, en rigor la única posible, ajena a las modas, las ocurrencias y la prisa. Porque sólo desde la tradición se puede alumbrar lo nuevo.


Benjamín G. Rosado: La física de las palabras. Entrevista a Basilio Sánchez. Revista el Duende. Noviembre 2019

http://www.duendemad.com/es/entrevistas/entrevista-basilio-sanchez-la-fisica-de-las-palabras#detalle

Tras conquistar el XXXI Premio Loewe con su último libro, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor), Basilio Sánchez habla en limpio, casi como si leyera, de la sordidez moral de una sociedad obsesionada con lo material.

Confiesa Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) haber llegado tarde a la literatura. Médico de formación, empezó a escribir mientras opositaba, sin imaginar entonces que aquellos «espacios de resistencia frente al dolor y la angustia» le ayudarían a educar la mirada, también en las noches largas de la unidad de cuidados intensivos donde trabaja. En estas tres décadas y media, su poesía se ha vuelto más nítida y transparente con la imprevisible certeza de quien escribe no sólo "desde" la experiencia sino también "hacia" otra realidad.

¿De dónde surge el "nogal sobre la tumba de los reyes" y qué ha heredado de esa imagen tan sugestiva? El título emana de un verso espontáneo e intuitivo que queda flotando en el aire. A medida que avanzo en la escritura, me doy cuenta de que lo vertebra todo con una gran carga simbólica: un hombre inclinado ante el misterio en tiempos de sequía y un árbol que fructifica sobre el mantillo de ceniza de nuestra época. La herencia de esa imagen es todo lo aprendido en el proceso, una vuelta de tuerca en mi formación personal.

¿Cuánto ha cambiado su escritura en estos 35 años? Diría que ha ganado en nitidez. Cuando uno empieza a escribir poesía lo confía todo a la precisión del lenguaje, obsesionado con el peso y el volumen de cada palabra. Con el tiempo te das cuenta de que el lenguaje, como advertía Wallace Stevens, ha de estar al servicio de las ideas. La realidad que nos rodea es de tal complejidad que el poeta tiene la obligación de transcribir lo que ve y lo que siente con la mayor sencillez y transparencia.

Médico de formación, ¿cuánto hay de antídoto, de bálsamo, de curativo ungüento en su poesía? Nunca he recurrido a la poesía como válvula de escape, más bien al contrario. Ambas vocaciones comparten una misma raíz humanista. Al principio renegaba de cualquier interferencia, pero hoy sé que esos espacios de resistencia frente al dolor y la angustia se complementan de alguna forma. Ser médico me ha hecho mejor poeta, de la misma manera que mis libros me han acercado más a los enfermos.

Tras su debut con A este lado del alba, nueve años de silencio. ¿Por qué? Cada libro es una búsqueda que parte de cero. Debuté como poeta con un bagaje de lecturas más bien escaso. A este lado del alba reunía algunas de las características de mis libros posteriores, pero carecía de voz propia, que llegó con la publicación de Los bosques interiores. Digamos, para sintetizar, que conseguí afinar el tono varias octavas más abajo [risas].

¿Es su poesía una forma de resistencia? Mi poesía cultiva un sentimiento ético de la existencia que rompe con esa tendencia tan actual a observarlo todo desde el escepticismo y la superioridad. Algunos la han considerado rural o ingenua, incluso religiosa sin ser yo un hombre confesional. Quizá yo también sea descreído a mi manera, pero me consuela pensar que, al menos, lucho creyendo.

"Antes de que comience la vida del poema / hay una oscuridad elemental", escribe en Cristalizaciones. "Una extensión más grande que la noche / sin conciencia ni culpa […]". ¿Se siente desheredado de la tradición moderna de los tuits, las redes sociales y la ciberpoesía? Uno no se puede sentir desheredado de lo que jamás le ha pertenecido. Yo no hablo desde la soberbia cuando digo que las redes sociales me producen cierta incomodidad. La poesía es tan independiente del sustrato en el que se escribe, papel o tuit, como enemiga de la inmediatez y la futilidad. Yo no aspiro a la torre de Montaigne, pero soy muy celoso de mi intimidad y soledad.

¿Le ha obligado el Premio Loewe —por su notoriedad y trascendencia mediática— a abandonar la cueva, a salir de la guarida que lo protege del mundanal ruido? En parte sí, pero no le puedo estar más agradecido al jurado, entre cuyos miembros se encuentran algunos de mis maestros: Francisco Brines, Jaime Siles, Antonio Colinas... Me siento como el galápago que asoma la cabeza y se deja deslumbrar por las luces antes de volver a la oscuridad de la concha.

¿Se escribe igual cuando uno intuye que hay (más) gente al otro lado? Al terminar un libro suelo pasar un par de años sin escribir nada. Creo, como decía Cernuda, que esos periodos de aparente esterilidad nos van cargando de intensidad para cuando llega el momento. En cuanto a los lectores, no les pongo cara. Pienso en ellos de manera genérica: alguien que se encierra en su habitación y siente que eso que está leyendo lo podría haber escrito él mismo.


Agustín Pérez Leal: Lección quietista. He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez. Turia, N.º 132. Noviembre 2019 — Febrero 2020.

El libro He heredado un local sobre la tumba de los reyes de Basilio Sánchez se alzó el pasado noviembre con el premio de la fundación Loewe, sin duda uno de los más prestigiosos del actual abanico de concursos de poesía. Que un poeta tan discreto, tampoco dado a las alharacas y la exhibición como Basilio Sánchez se haya hecho con el codiciado galardón no deja de ser una buena noticia, al mismo tiempo que una saludable anomalía en tiempos mediáticos y revueltos como los nuestros. Que un libro tan sereno y plácido como el suyo haya llamado la atención del jurado habla también, en mi opinión, de la necesidad o el deseo de remansar las agitadas aguas de nuestro panorama poético: uno tiene la impresión de que optar por una apuesta tan clásica, comedida y equilibrada como esta es casi una declaración de intenciones.

La poesía de Basilio Sánchez ha ido decantándose con parsimonia y regularidad a lo largo de las tres últimas décadas. Autor de más de una decena de libros de poemas, Sánchez ha escrito sus versos con un espíritu totalmente ajeno a modas y camarillas, fiel a una austeridad verbal y unos presupuestos estéticos que le han venido acompañando sin desmayo hasta sus libros más recientes: el también espléndido Esperando las noticias del agua (Pre-Textos, 2018) y este que venimos a comentar. Es la suya una poesía tersa, pulida, hondamente arraigada en una tradición que Sánchez ha ido haciendo propia con los años y la experiencia, y que abarca desde el Antiguo Testamento (varios de sus modos de escritura arrancan de la poética hebrea, tan laboriosamente estudiada y documentada entre nosotros por Luis Alonso Schökel), pasando por nuestra Edad Media y nuestros Siglos de Oro, hasta llegar al simbolismo francés y el surrealismo, su heredero. Que tras ese extenso periplo de lecturas (a las que habría que sumar probablemente otras pertenecientes a la espiritualidad oriental) sigamos escuchando, nítida y sin impostar, la voz propia del poeta no es uno de los méritos menores de la obra de Sánchez.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es un libro orgánico, distribuido en forma de tríptico y coda, cuyos poemas sin título (solo las tres partes lo tienen) aparecen con frecuencia fragmentos, piezas de una unidad mayor: como teselas de un mosaico. Algo parecido sucede a menudo con las estrofas de los poemas, tomadas de una en una, aisladas del resto, muestran una cohesión que las hace brillar como aforismos o metáforas aisladas. Por contraste, la inserción de cada estrofa en el poema, como la de cada poema en la parte a la que pertenece, es frecuentemente problemática, misteriosa. Sánchez opera a menudo mediante la suma (la colección) de afirmaciones vibrantes con valor de máxima y deja al lector la libertad de elegir cuáles son las conexiones que se dan entre sus aserciones. Por ello abundan la impersonalidad y el presente gnómico, tan evidentemente encarnados en la abundancia de la forma Hay; por ello, también, el libro contiene varios poemas que adquieren el ritmo y el tono de la salmodia o que se acercan, tal vez de un modo no totalmente consciente, a la enumeración caótica y a la definición. Comentaré algunos ejemplos.

Son declaraciones con valor categórico que inciden en uno de los temas principales del libro: la naturaleza de la propia escritura poética: «Escribir un poema es andar sobre las aguas, / confiarnos a lo bueno del mundo (p. 57). «Escribir un poema / supone, de algún modo, regresar / otra vez al principio, / al hervor silencioso de la nada, / al caldo primigenio / y a los cielos sin luna, a la inminencia / de las casualidades y los astros» (p. 63). «Uno escribe un poema para sentirse vivo. / Uno escribe un poema / para que otro descubra que estás vivo» (p. 62). Estas afirmaciones, a menudo vinculadas con un espacio de intimidad someramente descrito (una lámpara de cobre, una mesa de madera, una ventana), tienen el valor de un programa vital: la primera asocia la escritura poética al ámbito de la espiritualidad de raíz cristiana; la segunda, a la fuerza adánica de lo todavía nunca dicho, lo aún inexistente (con Huidobro, probablemente, guiñando un ojo al lector desde una esquina de la página) y, por ende, con la oscura voluntad de fundar un mundo verbal; la tercera, en fin, se lanza a la búsqueda de un interlocutor capaz de acoger estos versos como quien acepta a un huésped en su casa.

En cualquier caso, las tres desvelan también que más que el mundo natural, la inmediatez de lo vivo, el paisaje natural constantemente evocado en el libro es de naturaleza eminentemente verbal, mental, simbólica e icónica. No es que lo sensorial esté totalmente excluido, como tampoco lo está lo anecdótico. Es más bien que los sentidos se difuminan y aminoran tras una gruesa capa de reflexión estética y moral; y que la escasa anécdota, reducida a la mínima expresión, se ve sometida al quietismo que palpita en todas las definiciones, las afirmaciones en presente, los pensamientos que parecen tallados en la piedra: «La realidad es un relámpago que persiste» (p. 13); «Somos hijos de un árbol / al que le falta solo una manzana» (p. 16); «El que entiende de pájaros entiende de narcisos» (p. 17); «No hay ningún escritor / que no se sienta abandonado por las estrellas» (p. 18); «El poeta no ha elegido el futuro. / El poeta elegido descalzarse en el umbral del desierto» (p. 22). Son todos ejemplos de la primera parte del libro.

En su conjunto, la música de los versos (a menudo versículos) de Sánchez se fía principalmente al significado y el poder evocador de las palabras, prescindiendo con frecuencia tanto de la prosodia clásica como de la medida silábica. Es la suya una opción deliberadamente austera que a menudo aproxima el ritmo del texto a la prosa de ideas, y que va calando poco a poco en el lector. Y hay en ello una más que probable elección moral: en vez de deslumbrar, el poeta pretende sugerir; en vez de empatar, empapa. Él mismo afirma «que no nombra las cosas con grandeza, / sino con gratitud» (p. 79), y un poco antes: «Yo creo en el poema / que es capaz de sumir al que lo lee / en el mismo silencio / que el ejercicio a solas de la propia escritura / consigue suscitar en torno a sí» (p. 74). Ese deseo de comunicación sincera, esencial, tan alejada de la frivolidad y el lugar común como de la grandilocuencia vacía, es uno de los rasgos más valiosos del libro: «La poesía es el oficio del espíritu», llega a decir en la página 44, en uno de los más logrados momentos de la obra.

Y de ahí, de ese constante deseo de trascendencia, de ese valor adánico, convocatorio, que Sánchez otorga a la palabra poética, extraigo yo la afirmación con que habría esta reseña. Dice el poeta en la página 22: «Amo lo que se hace lentamente, / lo que exige atención, / lo que demanda esfuerzo». ¿Acaso no es esta toda una declaración de intenciones, una aguja de marear en los actuales mares revueltos de la poesía nuestra de hoy? Basilio Sánchez ha escrito un libro deliberadamente austero, demorado y reflexivo que pretende regresar a la raíz, al fondo de lo poético, y al fondo de lo humano. Ya solo el esfuerzo, la atención puesta en ello, merecen la lectura.


Matteo Barbato: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez. Proverso, Revista Cultural. 16 octubre 2019

http://www.latintadelpoema.com/proverso/2019/10/16/he-heredado-nogal-la-tumba-los-reyes-basilio-sanchez/

Basilio Sánchez, Cáceres 1958, llega nuevamente a las estanterías con He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, el último trabajo de una larga trayectoria poética.

Médico de profesión, poeta desde temprana edad, Basilio Sánchez es un personaje que, por su forma de ser, me proporciona simpatía (su calidad rehúye de los circuitos literarios influyentes), interés (su refinada poesía, fiel a su voz interior, es también una búsqueda constante y continua que se aleja de las modas del momento) y admiración (su virtuosismo nos regala un conjunto de reflexiones y versos que, en mi opinión, se mantendrán en el tiempo).

Su trabajo, dicho con sus mismas palabras, es el breviario de un contemplativo y reúne las meditaciones de alguien que se muestra y se define a través de la palabra. Sus versos a su vez forman y convierten, definen y explican la realidad que le rodea.

La poesía para Basilio Sánchez es su manera de ser, su lugar en el mundo: su compromiso, la contemplación y la exploración de la realidad («la realidad es un relámpago que persiste»), se revela con el ejercicio de su arte: «la palabra es lo conocido excavando una puerta dentro de lo desconocido». Su búsqueda («Estoy buscando ahora / la pila de una fuente / y una piedra grabada, / una gota de agua en el hueco de una concha / que aún pueda reflejar el universo, / aunque ya no sea el mar») reconduce sus pasos a lo cotidiano, a lo sencillo, a lo sagrado («Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas») y la conexión primigenia con el Todo se detiene ante la belleza de lo ínfimo («He aprendido a vivir con las ruinas, / a abrir una ventana y asomarme al silencio y a la ternura/ de lo que ya no existe»).

La poesía de Sánchez establece un vínculo con el mundo a través de lo sagrado de las cosas («Acercarnos con afecto a las cosas / permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas») y es la naturaleza la que nos regalará las respuestas que anhelamos («En la ventana arde / la lámpara de cobre / de la que se desprenden las palabras»).

Razón y poesía, sencillez y esencia, la experiencia y lo sagrado: el lenguaje poético de Sánchez huye de grandilocuencias refugiándose en la divinidad de lo cotidiano. Muy interesante.



Silvia Gallego Serrano: Versos celebrativos y exquisitos: Basilio Sánchez. El coloquio de los Perros. Revista de Literatura. 27/3/2020

https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/artiacuteculos/versos-celebrativos-y-exquisitos-basilio-sanchez

Este gran poeta cacereño presenta una unidad profunda en su trayectoria, una coherencia que se amplía en cada entrega. Nos centraremos en su primer libro, accésit de Adonáis en 1984, A este lado del alba, y el último, excelso premio Loewe (en su trigésima primera edición), He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. Convoca los cinco sentidos para gozar del mundo. Por ejemplo, en los dos libros aparece una fuente y la naturaleza en plenitud («el regalo de lo inmenso»). Este nogal es símbolo de lo originario y puede ilustrar el misticismo de la obra. Desde el primer poemario mencionado aparece un panteísmo vitalista que mantiene una comunión amorosa con el universo.

Desde la visión de María Zambrano de la razón poética, consigue una esencialidad en la forma y el contenido, se sitúa en la línea de la poesía como conocimiento y una visión humanista. Plantea la poesía como cobijo y recinto ético, además «una forma/ de sentirte tú mismo siendo otro»; porque el poeta sería «el que ha pintado un pez en la dovela».

Se da una reflexión sobre la escritura, especialmente en la tercera parte del último poemario, vinculada a la plenitud y al oficio del espíritu ante el misterio: «Hay que estar muy adentro / en la circunferencia de la noche / para encontrar las cosas que nos salvan la vida». Además, según el texto de la contracubierta de Piedad Bonnett, se trata de un «artesano de la palabra» cuyo libro reafirma la visión de la poesía como «acto de fe».

Esta concepción de la poesía se vincula con lo sagrado, por ejemplo «la poesía es un mensaje en la pared de una gruta» o «un libro de poemas / es un campo arrasado por un viento / repleto de semillas». Predomina la emoción y el tono celebrativo, como aparece en estos versos: «Hay en el interior de cada uno / un hombre conmovido / que no nombra las cosas con grandeza, sino con gratitud». Además, se manifiesta con claridad la actitud del sujeto lírico: «La primera conquista es la de la ternura. / Luego viene la de la soledad, / esa conquista / que nos abre las puertas del silencio». Vertebra la obra la noción de que «uno escribe un poema para sentirse vivo».

Sabiamente el poeta concluye: «las palabras son mi forma de ser». Se trata de un ejemplo de la hondura y sencillez de la obra, tras un proceso de decantación y lecturas muy bien asimiladas. En una entrevista para El Cultural (11/03/2019) señaló el cacereño: «la verdad debe estar a la altura de la belleza».

Conviene recordar también dos libros en prosa que, como señala Álvaro Valverde (Cuadernos Hispanoamericanos, Octubre 2019) podrían pasar, en sentido estricto, por entregas poéticas: El cuenco de la mano (2007, que se lo dedica a las imágenes del padre y la música de la madre; en el que alude por ejemplo al «cielo doméstico») y La creación del sentido (2015; unos relatos de carácter autobiográfico). También resulta esencial su libro anterior, Esperando las noticias del agua (2018), ya que según el citado crítico extremeño, conforman las dos obras «una suerte de bilogía, más allá de su indiscutible independencia».

La primera obra, ya citada, presenta un lirismo absoluto: «evadidos del diente de los años / los ojos que te hicieron infinita (…) / como un grito de agua que estalla entre las piedras / para empapar de espiga nuestros cuerpos». Parece contener elementos que después desarrollará en la amplia trayectoria: «en la orquestal liturgia de las cosas»; en esa «deshabitada luz distinta» y en ese último verso que cierra («donde la aurora espera»). Con coherencia y sentido el sujeto lírico del reciente poemario premiado considera: «acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado» porque «no hay ningún escritor / que no se sienta abandonado por las estrellas». Una invitación a la relectura, a compartir el prisma de esta propuesta.

Concluimos con una larga cita que ilustra la calidad de la obra y la situación del fenómeno de la recepción. Publicado por Alejandro López Andrada en el Diario de Córdoba (30/3/2019): «Si no viviéramos en una sociedad tan zafia, vulgar y soez, la poesía de este autor se habría leído en todos los colegios, institutos y universidades del país, un país insensible y prosaico hasta la médula, muy necesitado de ternura, lirismo, delicadeza y emoción. Todo eso bulle en todos los ángulos de la obra poética de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), un autor que, de residir en otro país, por ejemplo, Francia, sería a estas alturas una gloria nacional. Y es que estamos, sin duda, ante uno de los grandes poetas europeos del momento. Prueba de ello es que en cualquiera de sus libros, muchos de ellos premiados, fulge el vértigo de la poesía limpia, auténtica, en la que nunca cabe la impostura, pues nace y pervive hermanada con la luz y el puro temblor del aire matinal que eterniza las cosas y los seres más sencillos, como hiciera en su día la poesía mayestática de Juan de la Cruz, poeta universal».

El poeta Basilio Sánchez advierte en una entrevista para La Nueva España (del 13 de junio de 2019) de que «el poeta es un hombre arrodillado» porque se trataría de una forma de resistencia íntima, de recogimiento y búsqueda del centro. Una invitación a la llamada celebrativa de sus versos.


Gregorio Muelas Bermúdez: La naturaleza viva de Basilio Sánchez. CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea. Nº 7, invierno 2020.

http://labibliotecadegregorovius.blogspot.com/2020/05/he-heredado-un-nogal-sobre-la-tumba-de.html

Ganador del XXXI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes -uno de los títulos más bellos de la Colección Visor- de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), es un poemario de una gran unidad temática que supone una reconciliación con la esencia del ars poetica: decir a la luz de la lámpara de cobre que ilustra la portada, “de la que se desprenden las palabras”, las pequeñas cosas, tal vez las más importantes, que nos otorga la naturaleza, con un aliento místico de hondo calado que retoma al poeta como ser contemplativo, evocador de un mundo sensorial que sabe captar con humilde maestría.

Basilio Sánchez es un autor con obra y consecuencia, que inició su andadura lírica en 1983 con A este lado del alba, que fue accésit del prestigioso Premio Adonáis, y que tras un largo período de silencio de diez años, retoma con Los bosques interiores (1993) hasta Esperando las noticias del agua (2018). He aquí una obra coherente, jalonada por importantes galardones, como el Premio Unicaja, el Tiflos y el Ricardo Molina, que dan fe de una progresiva depuración estilística.

Dedicado a su mujer y sus hijos, y sin una sola cita que condicione o distraiga al lector, el libro se divide en tres ejes con títulos de una belleza arrobadora: “Hay un olor de agua y de resinas”, “Mi mesa de madera es del tamaño de un nido”, y “El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol”, rematados por una “Coda” que alberga la tesis del libro: “Hay en el interior de cada uno / un hombre conmovido / que no nombra las cosas con grandeza / sino con gratitud”. Es esta actitud la que define la obra de madurez del poeta extremeño, pues el aedo es un observador atento que canta “la grandeza sencilla de las cosas”, ese milagro cotidiano que la naturaleza nos ofrece con su luz y sus sombras, y con el misterio que solo el poeta sabe desvelar y donar en sus ahuesadas páginas.

Basilio Sánchez expresa su mensaje con hondura y serenidad: “La poesía no explica ni argumenta, / la poesía solo llama a las cosas.”. Es ese afán por nombrar el que guía su discurso pues diciendo las cosas estas se hacen, como el pintor que pinta a un poeta pues solo así se puede esquilmar “el muro de lo desconocido” para retener el espacio, el paisaje que nos protege y aleja de la muerte.

La poesía de Basilio Sánchez es telúrica, íntima, casi sacra: “Somos hijos de un árbol / al que le falta sólo una manzana”. La aparición de los cuatro elementos es constante: el fulgor de la luz en sus diversas fases horarias, el aire y las nubes que el viento arrastra, el agua tranquila de un acuario o el continuo movimiento del mar, y la presencia inmarcesible de la tierra, elementos que se devanan en los versos con excelsa naturalidad, ese es el prodigio de Basilio Sánchez, saber hilvanar imágenes serenas con otras de gran emotividad.

El silencio y la lentitud también se propalan por los poemas, así dice el poeta: “Amo lo que se hace lentamente, / lo que exige atención, / lo que demanda esfuerzo”. En efecto, Basilio Sánchez conoce que su oficio exige compromiso y tenacidad, hacer arder a las palabras, un quehacer en soledad sabiéndose parte de algo más grande que él, “el agua de una nube” o el “árbol del camino”, solo así podrá prepararse para lo incomprensible.

Basilio Sánchez tiene la virtud de crear imágenes de gran plasticidad donde los aperos del poeta (cuaderno, mesa) se funden con el paisaje o escena que recrea, es admirable su dominio del lenguaje de la flora y la maestría que demuestra en el ejercicio del ritmo imparisílabo, que dota al conjunto del equilibrio necesario para transmitir al lector la vibración interior de las palabras cuando se las sabe juntar.

Pero el libro es, también, una aguda reflexión sobre su medio de expresión, así lo define el poeta: “es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro”. En efecto, su objetivo primordial es “asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya”. Con esta idea desarrolla sesenta y tres maneras de sentirse vivo, que es el número de composiciones, en buena parte breves, que conforman este poemario lúcido, revelador.

En conclusión, Basilio Sánchez nos ofrenda una poesía sutil que logra sublimar ética y estética y que avanza de lo conocido a lo desconocido en un itinerario iniciático que desde la soledad llama a las puertas del silencio, “el sonido de la página en blanco”, para golpear con las palabras la piedra del papel.


Antonio Daganzo: He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez. Entreletras. Revista digital en español. Septiembre 2020

https://www.entreletras.eu/libros/he-heredado-un-nogal-sobre-la-tumba-de-los-reyes/

El escritor y médico Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), que a comienzos de 2019 obtuvo el Premio Centrifugados – 2018 con la magnífica obra Esperando las noticias del agua (Editorial Pre-Textos, Colección “La Cruz del Sur”), había recibido, apenas unas semanas antes, la feliz noticia de la consecución del XXXI Premio Loewe, galardón que viene a sumarse, en el contexto de su reconocida carrera como poeta, al Premio Unicaja, al Tiflos, al Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”, al Premio Extremadura a la Creación, y a los accésits en el Adonáis y en el “Jaime Gil de Biedma”. Undécimo de los poemarios del autor cacereño –sin contar su volumen de poesía reunida, titulado Los bosques de la mirada-, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes ha visto la luz para confirmarnos, con el añadido prestigio del Premio Loewe, el estado de gracia de toda una propuesta lírica de singular altura.

Basilio Sánchez profundiza aquí en la idea sobre la que había sustentado Esperando las noticias del agua: “la posible refundación del mundo (…) por medio de la redención de un “locus amoenus” perdido”, en palabras de la Asociación de Editores de Poesía. Y profundiza hacia lo alto, que tal contradicción –sólo aparente contradicción- es admisible. Pues la actitud contemplativa de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes encamina al descubrimiento consciente de la iluminación poética: “En la ventana arde / la lámpara de cobre / de la que se desprenden las palabras”. Palabras gracias a las cuales se presiente “un mundo elemental, un universo / que, abismado en sí mismo, sigue intacto”.

Y admirable resulta, en estas páginas, cómo el autor acierta a vincular el latido cósmico de todo lo vivo con lo metaliterario y el ejercicio de una escritura transparente: “Los poemas que nos hacen mejores / son los que nos devuelven (…)” a “conducirnos con naturalidad, sin artificio”; “Escribir un poema / supone, de algún modo, regresar / (…) al caldo primigenio / y a los cielos sin luna, a la inminencia / de las casualidades y los astros”.

Estructurado el libro en tres partes y una coda, los títulos de la segunda y la tercera toman el último verso de la sección inmediatamente anterior, en cada caso, lo que refuerza la unidad de un conjunto de gran hondura, cálido, armonioso, y enaltecido además por momentos muy brillantes: “Cuando escribo / paseo con un ángel / arrojado innecesariamente del paraíso”; “…la herida es la distancia / que nos convierte en extranjeros. // En el dolor no hay pájaros, / sólo dioses hablando con los dioses”.

“La poesía es el oficio del espíritu”, leemos mediada la obra; más aún: “Las palabras son mi forma de ser”, llega a escribir Basilio Sánchez –uno de los mejores representantes de nuestra lírica meditativa contemporánea-. A juzgar por los resultados de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, debemos felicitarnos por ello sin resquicio para la duda.


Michelle Roche Rodríguez: Entrevista a Basilio Sánchez. Cuadernos Hispanoamericanos. Octubre 2020

https://cuadernoshispanoamericanos.com/basilio-sanchez/

«Los poemas no se escriben en las ciudades, sino fuera de ellas»

Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es poeta y médico de cuidados intensivos. Lleva más de tres décadas dedicado al solitario trabajo de amasar una obra aislada de las corrientes literarias y concentrada en la estrecha relación entre la ética y el legado del poeta. Es autor de Los bosques interiores (Visor, 1993), La mirada apacible (Pre-Textos, 1996), Al final de la tarde (Calambur, 1998), Para guardar el sueño (Visor, 2003), Entre una sombra y otra (Visor, 2006), Las estaciones lentas (Visor, 2008), Cristalizaciones (Hiperión, 2013) y Esperando noticias del agua (Pre-Textos, 2018). En 2010 publicó la antología Los bosques de la mirada (Calambur), donde reúne su poesía escrita desde 1984.

Con el libro He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019) ganó la trigésimo primera edición del Premio Internacional Loewe de Poesía; se trata de un poemario en donde continúa el mensaje y la trayectoria simbólica del libro editado el año anterior. En ambas publicaciones, la poesía emerge como vocación y forma del ejercicio místico. «El poeta es el hombre arrodillado. / El poeta es el hombre que lo pinta»; «El poeta no ha elegido el futuro. / El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto», escribe Sánchez en dos poemas diferentes de su libro más reciente. Antes ha recibido el Premio Adonáis (1995), el Jaime Gil de Biedma (2003), el Internacional de Unicaja (2005) y el Internacional de Tiflos (2008), así como el Premio Extremadura a la Creación de la Mejor Obra Literaria de autor extremeño (2007) y el Premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina (2012).

Su vida combina dos oficios que trabajan en dimensiones esenciales pero opuestas de lo humano: la material del médico dedicado a los cuidados intensivos y la espiritual de la poesía. ¿Cómo, a lo largo de tantos años, se han ido complementando ambos aspectos de su vida?, ¿qué ha ganado o perdido cada uno?

Aunque siempre he intentado separar ambas actividades, con el paso del tiempo he empezado a apreciar lo que la medicina le ha aportado a mi poesía y la poesía al ejercicio de mi profesión. Dice Christian Bobin que la poesía es la medicina más antigua del mundo, que, en la misma época en que los hombres iluminaban las cavernas con figuras de animales, la poesía les llegaba a ellos por la misma grieta en la piel por la que les entraba el miedo, la angustia y el dolor; que aun antes de que apareciese la escritura, ya estaba ella tranquilizando almas, sosegando inquietudes.

Quizá mi relación diaria con el dolor y la enfermedad estén en la raíz de una poesía que para mí ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia. La materia de la poesía es la propia experiencia y, en mi caso, se ha nutrido forzosamente de mi relación directa con la curación y el sufrimiento. De manera recíproca, es posible que la poesía, a su vez, haya podido moldear, con ese espíritu de aceptación y comprensión del que hablaba Miguel Torga, mi relación con los enfermos.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es el tercero de los libros de poemas que publica después de reunir su poesía en Los bosques de la mirada. A través del asunto de la fragilidad del poeta se establece una conexión entre ese libro con Cristalizaciones y Esperando noticias del agua, quizá, aquí emerge una especie de tríptico donde la palabra busca la transparencia a través de lo esencial. ¿Cómo se relacionan los hallazgos de estos libros con el realizado en los poemarios anteriores a 2009?

Creo que la poesía que llevo escribiendo desde hace más de treinta y cinco años tiene como pretensión la de construir, en medio de la intemperie y fragilidad de nuestra naturaleza, un territorio ético, un lugar de acogida en el que podamos sentirnos confortados y desde el que podamos gozar y percibir mejor el mundo. Cada uno de mis libros es una manera de registrar, con sus diversos matices, esta forma de relacionarme con las cosas a través de las diferentes fases o etapas por las que voy pasando. Cristalizaciones es un libro que indaga en la contingencia y fragilidad de la doble naturaleza del poeta: la del hombre y la del escritor. La del hombre, porque al carácter provisional de nuestra existencia se nos une nuestra radical incapacidad para desentrañarla. La del escritor, porque las mismas palabras con las que intentamos explicarnos nos llevan al convencimiento, como a Dante, de la «cortedad de nuestro decir», de la insuficiencia del lenguaje poético para dilucidar lo que somos y lo que nos rodea.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, al igual que Esperando las noticias del agua, publicado sólo un año antes, recoge, fundamentalmente, mi preocupación por el hecho de que las transformaciones sociales de las últimas décadas nos están dejando como herencia una sociedad más pulcra en lo material, pero enormemente pobre en lo espiritual; una forma de vida en la que la riqueza, la comodidad y la complacencia hedonista se han acabado pagando con sordidez moral. En ambos, la idea fundamental es que la resistencia activa de carácter moral es lo único que nos puede ayudar a superar las inclemencias de una época que, en muchos de sus aspectos esenciales, adolece de inanición y de sequía. Que el acuerdo con lo que nos rodea es lo único que puede hacer posible la viabilidad de nuestro futuro.

Llama la atención que en la antología Los bosques de la mirada no incluyera su primer poemario publicado, A este lado del alba (1984). En su libro biográfico La creación del sentido ha escrito estas bellas frases: «Pero con veinticuatro años, no conoce todavía el orden secreto de las palabras. Con veinticuatro años todas las tentativas le parecen hallazgos». ¿Cree que para llegar a la voz más personal es necesario romper el silencio con un primer libro y luego olvidarlo?

Los que me conocen saben que a lo largo de todos estos años no he cambiado sustancialmente. Los poemas de A este lado del alba, escrito en 1983, tal vez traten de los mismos asuntos que los poemas más recientes. Quizás hayan cambiado las formas, ahora pretendo ser más claro, más transparente, intento que el poema de las ideas que está dentro del poema de las palabras pueda ser escuchado, como decía Wallace Stevens. Pero los temas son los mismos, y esto es algo que he sabido reconocer siempre. En aquel primer libro sensorial y apasionado de la juventud ya estaba todo lo que quería expresar, pero mi voz no tenía todavía el tono definitivo de mi lenguaje, ese timbre personal que mi estrecha relación con las palabras se ha encargado de afinar con los años. Nunca he querido olvidar mi primer libro, pero la voz con la que me identifico no conseguí encontrarla hasta más tarde.

Su formación como poeta coincide con el desarrollo de la llamada «poesía de la experiencia», que proclama lo opuesto a lo defendido por sus obras: el hincapié en la existencia cotidiana, el acercamiento a lo material y la ruptura con el esteticismo. ¿Por qué dos sentidos opuestos de lo literario pueden haberse desarrollado durante el mismo tiempo histórico?

En cualquier tiempo histórico pueden convivir, sin anularse, las diferentes voces personales con las que puede llegarse a la poesía. En la época hegemónica de la «poesía de la experiencia», yo vivía en la clandestinidad de la provincia y en una relativa oposición a esa forma de entender la poesía, a mi juicio excesivamente plana y escorada a lo obvio. Sin embargo, los conceptos de claridad, historicidad y reflexión moral que tradicionalmente se han asociado a esta corriente no andaban muy lejos de mis propios planteamientos poéticos, a pesar de defender escrituras como las de José Ángel Valente, Edmond Jabès o René Char, tendentes a la esencialidad y con vocación mística y filosófica. Con el paso de los años, mi escritura se ha ido situando en una posición intermedia, asumiendo la naturalidad y la transparencia como formas de expresión de un pensamiento hondo de carácter moral, comprometido con su época y con afán de trascendencia.

Algunas influencias literarias que ciertos críticos le han atribuido incluyen las obras de Claudio Magris, Giuseppe Lanza del Vasto y Adam Zagajewski: ¿A través de qué rasgo se integran poéticas tan diversas en su obra?, ¿existe en castellano algún poeta, o poetas, que presente ese mismo rasgo?

Yo creo que la ética es parte fundamental e indisociable de la experiencia estética de la poesía, por eso comparto con los poetas que me gustan, además de la búsqueda de la esencialidad y la sencillez, una misma visión humanista de la vida, una forma de entender la escritura que arraiga en la tradición meditativa y que pretende conciliar en el poema el pensamiento con la imagen y el sentimiento con la ética. Que intenta trascender nuestras relaciones con las cosas para percibirlas y disfrutarlas de otro modo, para establecer con ellas un vínculo distinto basado en la confianza y el respeto.

El fervor, del que habla Adam Zagajewski, —que es el entusiasmo al que hacía referencia Friedrich Hölderlin—, es el rasgo que integra en mi poesía a diferentes autores con los que comparto una misma forma de entender la experiencia poética. Un modo de escritura que, consciente de la realidad en la que vive y comprometido con ella, es capaz de sobreponerse al agotamiento y desengaño de nuestra época. Somos muchos los poetas que, de una manera u otra, asumimos estos planteamientos, pero es el manejo individual de los materiales estéticos lo que nos singulariza.

En La creación de sentido establece la relación entre la índole de una obra y la personalidad de un autor. Entre varios ejemplos, se refiere a su lectura de Campos de Castilla (1912), de Antonio Machado, en quien descubre la producción de una poesía que se adentra en sí misma para buscar no sólo aquello que «la humanidad tiene de genérico», sino además el talante intimista que relaciona con esa búsqueda. ¿Qué resulta cuando hace el mismo ejercicio con su propia obra?

En ese libro decía que, si bien es cierto que la excelencia de una obra literaria se produce al margen de la buena voluntad del autor y de los valores éticos con los que afronta su vida y la de los demás, la naturaleza del escritor determina de alguna manera la naturaleza de su obra. Y ponía como ejemplo a Antonio Machado, al que tuve la ocasión de acercarme, a principios de la década de los años noventa, atraído por la sensación de compañía humana que irradiaba y por ese halo de honradez que caracteriza a los autores que asumen el compromiso de su época y ofrecen a la ciudadanía el esfuerzo de un lenguaje desprovisto de falsificaciones. Es un poeta cuya obra se vuelve hacia su interior, pero sólo para buscar en él lo que de genérico tiene nuestra naturaleza y en el que encuentra el fundamento ético de su quehacer. Para mí, y esto intento recordármelo cada día cuando escribo, la poesía es inseparable de la vida, pues así como la índole de un hombre es deducible de su obra, la idiosincracia de una obra tan sólo es deducible de la personalidad y la conducta de su autor.

En esta pregunta, tomada del poema «Cartografía incompleta» de Cristalizaciones, se reconoce una preocupación constante de su literatura: «¿quién puede mantener en lo que dice / la solvencia de sus significados?». ¿A qué se refiere con la «solvencia» de los significados?

La poesía es el fraseo de lo humano ante el asombro de lo que permanece sin sentido, el vaho de una palabra en el espejo sobre el que reinventamos el lenguaje. «Cuando sale a la calle —escribo en el poema—, ¿qué puede hacer un hombre / que es consciente de sus limitaciones / y que además escribe / ante la expectativa, / afianzada en la noche, de enfrentarse / de nuevo con lo inmenso, ¿con lo que desconoce?». Los poemas de Cristalizaciones ahondan en la fragilidad de nuestra naturaleza, nos hacen ver que, habitando en un mundo que nos precede y nos rebasa, que desmantela una y otra vez nuestras previsiones y proyectos, estamos condenados a asumir la condición de extranjeros. Una fragilidad que se extiende también a la escritura, a la que acudimos para protegernos de la intemperie, pero que en realidad nos deja sólo ante las puertas, en el mismo zaguán.

La imagen del poeta que se arrodilla para encontrar lo natural y lo transparente que puedan enriquecer al espíritu se repite a lo largo de sus últimos tres poemarios (y existe, no como alegoría sino como búsqueda personal, en libros anteriores), ¿es la misión de la poesía rescatar al mundo arcaico de la conexión prístina con lo divino?

La poesía es una forma humilde y respetuosa de acercarse a las cosas. No pretende agotarlas ni definirlas, sólo sobrevolarlas, disfrutarlas y vivirlas. Y en esto, la poesía se aproxima a la mística, que, a diferencia del conocimiento científico, que es utilitarista y dominante, se constituye en cauce para el conocimiento gratuito y maravillado del mundo. Más allá del reduccionismo de las confesiones, la poesía es la sala de silencio de los taoístas, la celda de meditación de los místicos.

En nuestra tradición, el desierto —que es el lugar donde se fundan las religiones y de donde nace la poesía— es el espacio de la espiritualidad. Los verdaderos avances de nuestra especie se han producido siempre tras una ardua marcha a través de los desiertos de la soledad, la incomprensión y el ascetismo. Todas las religiones buscan la luz. Nosotros, los poetas, mendigamos la luz porque vivimos en medio de la oscuridad, reivindicamos un mundo a nuestra medida porque hemos aprendido a convivir con las ruinas.

La imagen del poeta que se arrodilla —pero sólo ante sí mismo— es la imagen del recogimiento y de la búsqueda del centro. Una actitud de escucha, una forma de expresar la humildad con la que uno debe afrontar la escritura y su propia vida.

En He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes escribe: «Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas». Y éste es apenas un matiz que la interioridad toma en su poesía. ¿Qué relación tiene la palabra con lo sagrado?, y, puesto que no toda intimidad se incorpora en esa condición de lo venerable, ¿qué relación hay entre lo sagrado y esa dimensión que usted antes ha calificado de lo «pulcro en lo material»?

Decía el poeta cretense Nikos Kazantzakis que se sentía como una miga de pan en medio de un estanque, rodeado de sombras como peces. Que, puesto que nuestra naturaleza nos conduce de una manera u otra a convivir con la oscuridad, no nos queda otra cosa que sostener entre los dedos la cerilla de lo visible, la llama diminuta de la calidez y la esperanza, de todos los recuerdos que perseveran en la luz. Eso es para mí lo sagrado, esa esencia inmortal que vive con nosotros y que nos impulsa más allá de nuestra naturaleza.

Mi libro Las estaciones lentas, de 2008, lo encabezaba con una cita de Rainer Maria Rilke: «Soy como un hombre que recoge hierbas medicinales, que aparece ocupado en cosas menudas, mientras los árboles se alzan en torno a él, orando». Como diría el propio Kazantzakis, más que el hombre, la tierra o el cielo, lo que nos interesa a los poetas es la llama que devora al hombre, al cielo y a la tierra. Y ésa es, para mí, la condición de lo sagrado. Quizás lo religioso no sea otra cosa que el sentimiento íntimo de que uno forma parte de un todo.

La incansable labor del poeta que describe la voz de cada obra suya es la de un orfebre, ¿qué herramientas le sirven de bruñidor para las palabras?

La voz de la poesía es la voz del cuidado, la de la atención minuciosa a lo que nos rodea. La poesía es un intento de desentrañar una realidad que se nos escapa y en la que estamos incluidos nosotros. La complejidad de este empeño es de tal calibre que el poeta, cuando algo consigue vislumbrar, tiene la obligación de registrarlo, para sí y para los demás, de la forma más sencilla posible, sin añadirle oscuridad. Y para ello no hay más herramientas que las de la humildad, el trabajo y la paciencia.

En La República, Platón oponía la filosofía a la poesía, inaugurando lo que María Zambrano llama la «condenación de la poesía», o su andar errático, en la periferia de las sociedades. ¿Cree que el rechazo de Platón ha servido, más bien, para afianzar la labor de la poesía?

La crítica de Platón a la poesía se centra, fundamentalmente, en que su saber no es un saber reflexivo, sino el producto de una inspiración, un estado de ánimo o locura divina, la expresión de un don o un entusiasmo semejante al de los augures y profetas, sin ninguna utilidad práctica y sin la función social o pedagógica que sí tiene la filosofía.

Para Platón, el saber del poeta es un saber de imágenes alejado de la realidad, que no está orientado al conocimiento; para él, las palabras de la poesía tienen la capacidad de sugerir y simbolizar, pero no hacen comprender. Y ésta es, a mi parecer, una magnífica definición de la poesía, que en el fondo no es otra cosa que «un saber sobre el alma», como diría, con toda lucidez, y utilizando el lenguaje poético, la filósofa María Zambrano.

Algunos símbolos reconocibles de su poesía son el frío, el árbol —que en su poemario más reciente toma la forma de un nogal— y la palma de la mano, que con frecuencia aparece en forma de cuenco. Pero la imagen del cristal es la más poderosa, casi establece una poética: «El cristal hace suyo / el frío de la intemperie, / pero es obra del fuego […]», escribe en el poema «Cristalizaciones» del libro homónimo. El poema, como el cristal, también resulta de un proceso de «sedimentación y transparencia» en el que también participan «las presiones y la temperatura, / la soledad y el tiempo». Ahora, volviendo a la cuestión en La República, ¿cómo se explica que un oficio tan imbricado en la fibra moral de las sociedades necesite del aislamiento para florecer?

Es verdad que la experiencia de la poesía está imbricada en la fibra moral de las sociedades, pero a esta conciencia ética sólo puede llegarse desde la periferia de las ciudades a las que nos relega Platón, y desde el silencio. Desde el aislamiento, porque, como dice Philippe Jaccottet, cada obra comienza en el interior de cada uno a partir de una incertidumbre profunda, una suerte de estado oscuro, confuso, una pérdida, casi un extravío, pero son precisamente estas condiciones de pérdida y de oscuridad las que pueden hacer posible la aparición de las palabras. Desde el silencio, porque sólo en el silencio puede uno llegar a ser quien es. «La poesía es un mensaje en la pared de una gruta —escribo en La creación del sentido—, una nota a propósito, para los que se pierden en la noche, para los que no tienen un lugar como propio». Los poemas no se escriben en las ciudades, sino fuera de ellas. El poeta es una mujer con alcuza.

Miguel Ángel Lama señala, en el proemio a Los bosques de la mirada, que «la casa» está en el espíritu fundacional de su poesía. Quizá lo más exacto sea referirse no a la casa como elemento arquitectónico, sino al hogar como seno del desarrollo de la intimidad. ¿De qué manera la intimidad y lo familiar han sido herramientas para el desarrollo de una voz propia?

Después de muchos años escribiendo poesía, continúo con las dudas e incertidumbres que tenía al principio, pero he podido alcanzar, sin embargo, tres pequeñas certezas: la de creer en el carácter íntimo y solitario de la poesía, en su condición humilde y en su capacidad para darnos protección y cobijo. La poesía es un lugar de acogida y de resistencia, esa casa familiar, humilde e invulnerable que los hombres y las mujeres nos hemos visto obligados a levantar a la intemperie para proteger nuestra intimidad, nuestros deseos y nuestros sueños. Toda mi poesía se ha construido con estas herramientas.

En La creación de sentido, el universo de lo familiar coloca en la madre, el abuelo y el padre la concreción del poeta. El padre pintor, que antes de irse a trabajar corregía la pincelada de algún cuadro, como el escritor que «sustituye un adjetivo o una coma en un verso reticente» y para quien «la mirada del artista no está en sus ojos», ¿cómo influyó en su visión meditativa de la literatura?

Mi libro La creación del sentido está dedicado a mis padres. A mi padre, por las imágenes. A mi madre, por la música. Cuando era niño, mi padre pintaba al óleo, y yo seguía de cerca la evolución de sus pinturas, los cambios de matices y de perspectivas. Mi madre, andaluza, siempre tuvo una garganta privilegiada y nos educó a todos los hermanos en la música, en el sentido de la melodía. Decía Octavio Paz que la poesía es imagen y es ritmo, ¿podría haber recibido mejor herencia?


López López, C. M. . (2021). Basilio Sánchez y el fervor poético: "He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes". Monteagudo. Revista De Literatura Española, Hispanoamericana y Teoría De La Literatura, Universidad de Murcia, marzo 2021.

https://doi.org/10.6018/monteagudo.472901

Si por algo viene caracterizándose la voz poética de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), es por la lentitud de su cadencia, por el verso detenido, por el fervor y el sosiego. La lentitud permite que el poeta sea y se haga uno con la tierra, se congracie con la semilla, comulgue con lo virginal. Tales cualidades son la insignia de su último libro, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019), galardonado con el trigésimo primero Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe. En términos estructurales, el poemario presenta una estructura tripartita a la que sigue una coda, final o cierre que intensifica y recapitula aquellos elementos esparcidos –tras la diseminatio retórica– a lo largo del libro. El sentido unitario de cada sección (I: «Hay un olor de agua y de resinas»; II: «Mi mesa de madera es del tamaño de un nido»; III: «El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol») estriba en el encadenamiento de las partes: el verso con que concluye una se instaura como leitmotiv poético de la siguiente, y así se engarzan en un perpetuum mobile hasta crear en el lector el efecto de una especie de continuidad del poeta con las cosas y con las palabras que dan nombre a los seres del mundo.

La mirada perpleja de Basilio Sánchez abarca una amplísima diversidad de motivos poéticos. Sin embargo, son dos los ejes que enhebran subrepticiamente la materia temática de los poemas: la reflexión metaliteraria sobre qué sea escribir poesía y de qué modo cante la figura del poeta; y la naturaleza como escenario y reino de inagotable potencial expresivo. De uno y otro lado el poeta es ese ser atento que está ahí, como el que escucha las voces y los ecos para ser luego canto. ¿Qué es el poeta? Aquel que desvela el milagro del mundo. Quien, por una sensibilidad especial, se dispone a cantar la alegría minúscula, viva, cotidiana.

Las palabras son mi forma de ser

Basilio Sánchez, médico de profesión, cree en el poder curativo de las palabras. El verbo poético deviene bálsamo cicatricial de las heridas. La escritura salva de algo. No sabemos de qué, pero nos salva. Y las palabras son la huella que sobre el papel imprime ese don medicinal del lenguaje. «Las palabras son mi forma de ser» (2019: 81), reza el verso que cierra este poemario telúrico, genesíaco. La palabra se remansa, detenida, ante el misterio insondable de la creación. El resultado estético es una visión del mundo contemplativa, austera, casi mística (2019: 22):

Amo lo que se hace lentamente,
lo que demanda esfuerzo.

Amo la austeridad de los que escriben
como el que excava un pozo
o repara el esmalte de una taza.

Mi habla es un murmullo,
una simple presencia que en la noche,
en las proximidades del vacío,
se impone por sí sola contra el miedo,
contra la soledad que nos revela
lo pequeños que somos.

El poeta no ha elegido el futuro.
El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto.

Cantor de lo sencillo, el poeta es ese ser que camina descalzo en el desierto. Hay en él un canto hecho de ecos y murmullos. El poeta alcanza la plenitud lírica de lo que no se explica: «La poesía no explica ni argumenta/ la poesía sólo llama a las cosas» (2019: 44). La actividad poética se distancia del discurso racional para deslizarse por el territorio de lo que María Zambrano nombró como «razón poética», oxímoron en que se ensamblan dos conceptos en apariencia discordantes pero que, bajo su mirada lírica, se conjugan en íntima claridad.

El poeta es el hombre arrodillado

En la visión creadora de Basilio Sánchez, el poeta no es un sacerdote, no habla el lenguaje de los dioses, sino el de los hombres. Dista de ser un chamán o una figura mesiánica dotada de poderes sobrenaturales para aproximarse a quien escucha el rumor de lo pequeño, la sinfonía callada de las cosas, de los árboles, del mundo: «El poeta es el hombre arrodillado» (2019: 14). Truncada la comunicación directa entre el poeta y la divinidad, el primero condesciende a su oficio secreto: el canto de las cosas cotidianas.

La certeza de que el Paraíso es un lugar inaccesible sitúa como centro una incógnita, un desgarramiento del yo, una nostalgia del absoluto: «Ya no cabe en nosotros el asombro, / la costumbre de la perplejidad. / No nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto» (2019: 35). Queda entonces una nostalgia arcana, un sentimiento de lo primordial, una comunión del hombre con las cosas. De la perplejidad del poeta persiste ahora una contemplación serena, un eco rumoroso, una voluntad de recogimiento. Es como si la poesía solo pudiera brotar en los lugares más puros, en aquellos recodos intocados por la mano del hombre, en el verde primordial, en las alas de los pájaros (2019: 42):

Los poemas que nos hacen mejores
son los que nos devuelven
a ese estado anterior
en el que era posible,
en nuestras relaciones con el mundo,
conducirnos con naturalidad, sin artificio.

La pérdida del reino descarta toda posible pretensión de unidad íntima con la divinidad y, sin embargo, es el afecto el don que barniza las cosas de un halo sagrado: «Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas» (2019: 17). Basilio Sánchez cree, como Hölderlin, en la aristocracia del espíritu. La pureza del corazón se desprende de toda grandilocuencia. Queda entonces un lirismo en harapos, un sentido místico del mundo de los que han sido arrojados del Paraíso: «Cuando escribo /paseo con un ángel / arrojado innecesariamente del paraíso» (2019: 16).

Poesía del ser

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es poesía del ser, poesía de la esencia, poesía reducida a la materia esencial de donde brotan las cosas. En comunión con la naturaleza, el poeta nombra la luz, la tierra a tientas, las palabras. Una imagen reiterada como la de las grutas, se eleva en condición de símbolo de la oquedad esencial. El lirismo nace de las cosas, la materia viva que en su pequeñez dota de sentido al mundo. Una piedra de sílex, la cera de una abeja, un riachuelo, un árbol a la sombra de un camino, una gota de agua del diluvio, bastan para que la palabra sea, además de palabra, poesía (2019: 63):

El lenguaje
te obliga a decir bien lo que has oído
de la brizna de hierba,
lo que intuyes de la gota de ámbar,
lo que no has comprendido de la vida.

El oído atento del poeta capta los matices de las cosas. Así se hace el lenguaje. De la incomprensión de la vida nace el impulso de nombrar, inequívocamente, el gozo cotidiano, el don de la gratitud, la contemplación serena. El poeta entona entonces la plegaria del hombre conmovido: «Me conmueve la humildad de los pájaros / que trabajan día y noche para trenzar un nido / en un árbol sin nombre» (2019: 42). La poesía es también ese lugar de lo que no tiene nombre. Aquello que está más allá del lenguaje. Aquello que el poeta traduce de los dulces sonidos de la naturaleza y del mundo.

Los ecos primordiales confieren al verso una naturalidad que destierran toda posible impostación o artificio. De la desnudez se origina una subyugante belleza. Solo cuando la poesía se desprende de la hojarasca, cuando pierde el alambique, hay pureza en el canto. Basilio Sánchez capta ese momento milagroso del desprendimiento, de la resta como opción artística para sumar así intensidad lírica sin desvirtuar la emoción del conjunto. Hay en el libro un hilo que anuda los versos de los poemas. Ninguno tiene título. Nombrar es limitar, como la tarea yerma de etiquetar el continuum de la naturaleza. ¿Acaso un título podría nombrar con vocación de verdad la plenitud del canto?

La música de la poesía está en la naturaleza, en la resina esencial del árbol, en la piedra de sílex de algún árbol sin nombre. Y así, entre el fervor del origen y la esperanza de perpetuidad, se ilumina la gruta del lenguaje. En nada se distinguen los primeros pobladores que trazaban símbolos sagrados sobre la piedra de una cueva y quien ahora escribe sobre un papel en blanco. Idéntico caldo primigenio prevalece en ambos actos creativos, porque escribir es –ante todo– volver al origen: «Escribir un poema / supone, de algún modo, regresar / otra vez al principio» (2019: 63). Esta regresión a la semilla de las cosas alberga un territorio donde reina la noche. Escribir es vivir a oscuras. Pero una oscuridad plena, redentora. Las tinieblas de la poesía conducen a la orilla del misterio: «Escribir un poema es sumergirse / en las profundidades de otra noche, / vincularse al misterio / de un cielo sin estrellas […]» (2019: 29). Tal anhelo de trascendencia poética permite intimar con lo sagrado: «Hay que estar muy adentro en la circunferencia de la noche/ para encontrar las cosas que nos salvan la vida. / Ninguno de nosotros/ está aún preparado para lo incomprensible» (2019: 46).

Eremita de lo bello, Basilio Sánchez convoca una escritura en estado de gracia que nos acerca a los dones del silencio y, de ahí, a la grandeza del corazón. Poesía que, tras la devastación, hará crecer perpetuamente un nogal sobre las losas de las tumbas.


Ibai Pascual: Entrevista a Basilio Sánchez. Revista Intercostal. nº2. Valle del Jerte (Cáceres) 2021
“La tristeza es eterna como el gesto de un árbol
o la sabiduría.”

(Jardín contiguo - pág.165 – Poesías reunidas)

 

-Ibai Pascual: Bienvenido a Intercostal, Basilio. Es un placer contar con sus palabras, entre estas páginas. Además de la gracia, en poder conversar contigo dentro de estos perfiles, de manera un poco más distendida y, poder ponerle intercambio, al silencio que se llega a sentir leyéndole. He disfrutado y sufrido la hondura de su obra a partes iguales, en belleza.

-Basilio Sánchez: Muchas gracias, para mi es un placer estar con vosotros.

-Ibai Pascual: Comencemos. Echando un vistazo a su biografía no he podido evitar tener en cuenta, su relación estrecha con Asclepio. ¿Fueron acaso, simultáneas las tomas de contacto con la medicina y la lírica? ¿En algún momento ha llegado a unirlas como necesidad, en el augurio de sanar y serte sanado?

-Basilio Sánchez: Mi vocación literaria es posterior a mi inicio en la Medicina. Ya había terminado la carrera cuando comencé a escribir, con más voluntad que acierto, mis primeros poemas. Aunque siempre he procurado que ambas actividades sigan cursos independientes, con el paso del tiempo he empezado a apreciar lo que, en mi caso, mi profesión le ha aportado a la poesía y ésta a mi trabajo en el hospital. Al margen de que la formación científica, por su esencial objetividad, puede añadir rigor a la escritura, quizá mi relación diaria con el dolor y la enfermedad esté en la raíz de una poesía que para mí ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia.
La materia de la poesía es, sin duda, la propia experiencia, y ésta, en mi caso, ha tenido que nutrirse forzosamente de mi relación directa con la curación y el sufrimiento. De manera recíproca, es posible que la poesía, a su vez, haya podido moldear de alguna forma, por esa indagación en la naturaleza de lo que somos que es inherente a ella, mi forma de relacionarme con los enfermos.

-I: No pude pasar por alto, de igual modo, la cantidad de laureles que recaían en sus versos. Sobre la aplastante crítica positiva a su obra: ¿Presta atención a la crítica estudiosa? Y, teniendo en cuenta el fuerte impacto del prestigio y la opinión, en éste nuestro siglo, ¿la posa en sus consecuencias sobre los lectores? ¿Y en sí mismo, a la hora de tratarlo como una de las innúmeras brújulas a las que prestar o no atención?

-B: Mi primer libro, A este lado del aba, se publicó en 1984 y a lo largo de estos casi cuarenta años de escritura tengo que reconocer que la atención de la crítica ha sido generosa conmigo, probablemente más de lo que me merezco. Leo con atención las reseñas e intento aprender de ellas y corregir los errores que se me atribuyen. Soy pudoroso y, aunque escribo para mí, lo que se dice sobre mi poesía me afecta, porque la escritura no es en mi vida una actividad ocasional y accesoria, sino esencial y constitutiva.
En general, una reseña de un libro es una brújula que te invita a un viaje. Sólo la lectura personal podrá decirnos al final si ese viaje mereció la pena. Por eso me gustan las críticas que no cierran definitivamente las puertas a una exploración de la que podemos salir beneficiados.

 

-I: Incluso desde su más resolutiva juventud, ganando el premio Adonáis y, lo que conlleva como repercusión en el papel literario nacional. ¿Qué valor tácito y personal, puede decir que le aportan los concursos literarios? Artísticamente hablando.

-B: En los primeros años de andadura poética los certámenes ayudan valorar la propia obra, someten lo que haces a un escrutinio exterior que te sirve para colocarte en tu sitio. Más adelante, son los premios los que te abren las puertas de las editoriales, especialmente de las más grandes, que sólo suelen publicar libros premiados. No cabe duda de que los certámenes también sirven, y mucho, para dar visibilidad a lo que escribes en soledad, pero, aparte de esto, con los premios también te asalta el riesgo de profesionalizar una actividad que no es estrictamente literaria y de convertirte, como poeta, en un simple mercero de tu propia obra.

-I: Al mismo sendero de la opinión, ya sea ajena o propia. Viviendo en una interconexión permanente con el entorno humano, ya sea laboralmente, como a través de las redes sociales, ¿las vicisitudes de los pareceres sobre tu sensibilidad, coartan la inspiración o el grado de su elevación? ¿Y la atmósfera humana, entendiéndola como el estado concreto de la sociedad, en el momento de la creación?

-B: No tengo redes sociales, pero es verdad que existen muchas otras formas de interrelación con el mundo en el que vives y que el entorno en el que el poeta se mueve condiciona lo que escribe. Creo en la poesía que asume una conciencia humanista de la existencia, que intenta situar al individuo en armonía con su entorno y que, al margen de honores y beneficios, no ambiciona otra cosa que la obra bien hecha. Esto implica independencia de criterio a la hora de la creación, pero también, de algún modo, una toma de postura ante la sociedad. Un cuestionamiento, en mi caso, de la forma de vida que tenemos y una apuesta definitiva por la subversión de los valores sobre los que se sustenta nuestro mundo.
      Con las redes sociales los mapas se han modificado, la geografía ha desaparecido: ya no existen escritores periféricos, sólo escritores desconectados. Leer poesía ya no es un problema ni económico ni de latitudes, y esto es bueno, pero añoro, por encima de todo, la vigencia de unas relaciones personales en las que el tacto, la mirada y el tono de la voz les confieran a las palabras el sentido que les corresponde.

-I: Me gustaría centrarme un poco y, solamente con su planteamiento quedo agradecido, en que pudiera tendernos algunos parpadeos sobre lo que observas en el mundo artístico en el que vivimos. ¿Presta atención o tiene una nítida apreciación sobre la escena literaria nacional? ¿Y hacia los cánones establecidos en este siglo?

-B: El ejercicio de la escritura poética es indisociable del sentido general del arte. La curiosidad que lleva al escritor a indagar en las posibilidades artísticas de las palabras le lleva también a mantenerse cerca de las otras formas con las que el espíritu humano indaga en su naturaleza y en lo que le rodea.
He dicho alguna vez que, por regla general, un poeta no es más que alguien que duda, y que duda no sólo del mundo que lo rodea, sino también, y sobre todo, de sí mismo. Y esto es lo que lo empuja a la escritura. Porque la incertidumbre, la inseguridad, la sensación de pérdida o extravío es lo que suscita la creación artística en cualquiera de sus expresiones. Detrás de un poema -nos dice el poeta francés Cristian Bobin-, pero también de una música hermosa, de una pintura al óleo o de una escultura, hay siempre una angustia que se apacigua dándole forma, cadencia, ritmo, color.
Existen los cánones, es verdad, pero yo creo que el sentido de la belleza es lo suficientemente personal como para no depender del criterio de los profesionales.

 

-I: ¿Considera la creación, como un acto independiente, al margen de lo gregario? ¿Y al margen de la propia humanidad?

-B: La poesía es independiente, pero sólo hasta cierto punto. La poesía, al menos la que a mí me interesa, es siempre una reflexión sobre la intimidad, una expresión de la posibilidad cierta que ella tiene de acercarnos al conocimiento de nosotros mismos, pero también de permitirnos la comunicación con los demás. Una comunicación que se establece, eso sí, dentro de ese territorio que llamamos intimidad, conciencia o individualidad que, pese a sus lógicas diferencias particulares, de alguna forma nos unifica, es el sustrato común. La poesía, por tanto, como forma de conocimiento, pero también de comunicación en el terreno de la intimidad: la que pueden establecer dos árboles contiguos a través de sus raíces y no de sus hojas.
Parafraseando a Marcel Proust, la poesía no es otra cosa que el milagro fecundo de la comunicación en soledad. O como diría Brines, un acto secreto de intensidad que involucra tanto a quien lo hace como a quien lo recibe.

-I: Viéndose al ser humano como parte no dirimida de su sociedad y en conexión con los dolores concretos, como guerras y migraciones. ¿Qué le sugiere la poesía cuya estética es plenamente política o, si se quiere cronística?

-B: Como escribía el poeta Juan Gelman, el poema político y social ya estaba en Dante y en Shakespeare, y añadía: “Puedo escribir de la hoja del otoño, del amor, del niño que se pega en la calle y también de cuestiones sociales, no es el sujeto del poema el que determina su calidad, se puede hacer un gran poema sobre la piedra encontrada en una avenida, lo mismo que sobre aquellas situaciones sociales y humanas que transcurren a nuestro alrededor”.
De acuerdo con él, pienso que la calidad de la poesía no depende tanto del tema sobre el que se escribe como de la atmósfera que es capaz de crear a su alrededor. Lo que intenta el poema es construir con imágenes, con pensamientos, con palabras –que por otro lado no necesitan ser distintas de las que todos conocemos- un mundo propio, un espacio singular bajo cuyas leyes todo sucede como real, lo que es y lo que no es. Un mundo decididamente único capaz de sostenerse por sí mismo y de generar en torno a sí su propia atmósfera. Un mundo al que quizás debiéramos acceder, más que con la inteligencia, con los sentidos.
La poesía transforma los espacios concretos en representaciones del universo, es capaz de convertir los lugares de la experiencia en esas inmensas esferas de las que hablaban Giordiano Bruno y Pascal, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
Una poesía que, para mí, también debe ser ética y comprometida, con esa misión social indirecta que tiene el arte, esa misión honrada y fructífera de hacer verdaderamente fuertes y verdaderamente buenos a los hombres, como decía Juan Ramón. La poesía, por tanto, sea pura o comprometida, represente un paisaje o una escena migratoria, no puede perder nunca su capacidad evocadora y sugerente, creadora de espacios en los que la verdad y la belleza no sólo no se contradicen, sino que se potencian.

-I: Remontémonos o, avancemos hasta la universalidad. ¿Qué siente hacia la tradición poética en todas sus manifestaciones temporales?

-B: DecíaLeón Felipe que la poesía es una llama sin tregua: “el verso anterior al mío es una antorcha que traía en la mano el poeta delantero que me buscaba, y el verso que me sigue es una luz que está encendiendo otro en las sombras espesas de la noche”.
El poema que yo quiero escribir es un poema que no pretende hacer de la ruptura un valor en sí mismo, que sabe asumir con humildad y reconocimiento lo mejor de la tradición literaria y que cifra toda su capacidad innovadora en la mirada personal del que lo escribe, en la manera definitivamente única de percibir el mundo que tiene cada poeta.

 

-I: Teniendo en cuenta la gran narratividad de la lírica actual, ¿encontraría alguna diferencia entre ésta y la nombrada “prosa poética”?

-B: Aunque Baudelaire no fue exactamente el inventor del poema en prosa, sí fue el que supo conferirle, frente a la prosa lírica y al poema métrico tradicional, su carta de naturaleza al soñar “con una milagrosa prosa poética, musical, sin ritmo ni rima, lo bastante flexible y cadenciosa como para adaptarse a los impulsos líricos del alma, a las ondulaciones de las ensoñaciones, a los sobresaltos de la conciencia”. Este gran salto a la modernidad, que desde el romanticismo ya había insinuado Hölderlin en su Hyperion, me parece esencial y libera definitivamente a la poesía de los encorsetamientos de la forma. El poema en prosa es equivalente, en muchos aspectos, al verso libre actual y ambas son las formas de expresión poética que creo idóneas para adaptarse, sin injerencias estructurales, al impulso poético del alma del que hablaba Baudelaire. Pero prosa poética no es poesía narrativa, y la enorme expansión en la actualidad de la narratividad lírica no pocas veces esconde una imposibilidad real de poetizar, es decir, de escribir auténtica poesía.

-I: No es ningún secreto que este siglo, es el del verso libre, los poetas han apostatado de la experimentación lingüística y de fondo lírico, dentro de la cadencia directa de la rima. ¿Por qué, en usted, el verso libre?

-B: Escribo en verso libre porque la música de mi pensamiento, que en cierto modo es la música del fraseo conversacional, sólo puede lograse con esta forma expresiva. Un verso libre que, como todos sabemos, continúa siendo tributario de la métrica de los versos impares. El verso libre no es, en ningún modo, equivalente a la narratividad, aunque visualmente se le parezca; ni tampoco supone una fractura arbitraria de los versos por ambición estética. El verso libre es la expresión de una medida de tiempo diferente y, tal como entendemos desde Auden la poesía actual, la expresión rítmica con la que el pensamiento, radicalmente libre, encuentra el tono definitivo que, tal como la concebimos en la actualidad, necesita la poesía.

-I: Conviviendo en muchos casos con las palabras habitualmente atribuidas al horizonte de la poesía, han ido surgiendo, nuevas permutaciones con otras totalmente cotidianas. ¿Qué profundad o emocionalidad le merece la utilización de un vocabulario específico dentro o fuera del llamado léxico poético? ¿Qué importancia le sugiere?

-B: El escritor Gustavo Martín Garzo cuenta en uno de sus libros que una de las mayores alegrías que recuerda de su infancia era cuando, desde el pueblo, le enviaban a su familia varias cajas de membrillos que él encontraba en la cocina al regreso del colegio. Esa misma tarde, su madre preparaba con ellos dulce de membrillo, pero también una pequeña cantidad de jalea, un dulce exquisito que se cocinaba con las mondas y los corazones, ricos en semillas, de los membrillos. La poesía no opera con grandes palabras o conceptos, sino con mondas, peladuras, restos que no parecen servir para nada. La materia de la poesía son las palabras, pero las palabras que el uso ha ido gastando. Con todas ellas, con todos esos restos que los grandes gourmets de la comunicación verbal desdeñan –como nos dice Garzo–, la poesía es capaz, en el instante milagroso de la transfiguración, de preparar un elixir.

-I: Además del recorrido en la literatura, ¿guarda vínculos junto a otras artes en la plenitud de la expresión? De ser así, ¿Cómo se compaginan las tan variadas inspiraciones desde su nacimiento, cómo se te presentan?

-B: Mi único libro en prosa, La creación del sentido, lo publiqué en 2015 y me sirvió para indagar en las motivaciones de mi escritura y en las circunstancias que la habían impulsado. El libro está dedicado a mis padres: a mi padre por las imágenes y a mi madre por la música. He crecido con el olor a óleo de los cuadros que mi padre pintaba en la terraza y con las canciones de mi madre, una andaluza con un oído privilegiado y una voz prodigiosa. Las imágenes y la música, que son, desde mi punto de vista, consustanciales con la poesía, han sido en mi caso, el líquido amniótico en el que me he desarrollado como poeta. Por eso mi poesía está construida con imágenes y no con abstracciones. Por eso, en mis poemas, la música de las palabras es indisociable del sentido.

-I: Contando las corrientes de pensamiento, la pintura, la escultura, entre otras y, al margen de sus mundos ulteriores como son el mercado y las editoriales, ¿ostenta opinión o juicio sobre el arte contemporáneo? ¿Y qué hay del artista?

-B: Como es lógico, tengo mi propia opinión sobre el arte contemporáneo, pero mi juicio tiene el sesgo de lo personal y está condicionado a mi formación artística y a mi concepción de la belleza y de la creación. Mi sentido del arte está ligado, en sus diferentes manifestaciones y como expresión sincera del espíritu humano, a mi concepción de la poesía. Lo que no deja de ser una visión válida, pero parcial.

-I: Para terminar con esta parte de la entrevista y, en vistas de adentrarnos más explícitamente en su obra, tengo una curiosidad extenuante, siempre en la espera de diferentes voces que la respondan. ¿Qué encuentra en la literatura de consumo? ¿Y en la “nueva poesía”, tardo-adolescente, como la han decidido etiquetar?

-B: Como ya dije antes, yo creo en la poesía que asume una conciencia humanista de la existencia. Una poesía de gestación lenta que no aspira al beneficio y que no tiene la vocación de convocar al público, sino a personas concretas. Esta visión personal subvierte, aunque no en todos los casos, muchos de los valores de nuestra poesía actual. Frente a la inmediatez y fugacidad de gran parte de la poesía que se escribe ahora mismo, echo de menos –como digo en uno de los poemas de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes– la escritura que se hace lentamente, la que exige atención, la que demanda esfuerzo.
En contraposición al carácter urbano de mucha de la poesía reciente, mis versos transmiten una cierta serenidad (que pueda ser engañosa) e invitan a una reconciliación con nosotros mismos y con la naturaleza que nos rodea. Una poesía que, frente al ruido y la ansiedad, intenta armonizarnos con el silencio, la contemplación y la ternura puede parecerles a muchos una poesía de otra época. Pero tampoco me importa demasiado no ser contemporáneo.

-I: He podido observar con cierta timidez, la no inclusión de “A éste lado del alba” (1983), cuando contaba con tan sólo 25 años. ¿Cree en una negativa propiocepción de la base conceptual o la terrible sensación de inmadurez, en sus obras de juventud?

-B: El pequeño escenario en que, a principios de los 80, y con más voluntad que acierto, comenzaron a surgir mis primeros poemas lo conformaban un puñado de libros de unos pocos poetas: Aleixandre, Neruda, Whitman, Miguel Hernández, Hölderlin, Rilke o Claudio Rodríguez. En mi primer libro, A este lado del alba, no es difícil rastrear influencias fundamentalmente estéticas de estos autores. Allí estaba la noche que erigieron como símbolo los románticos; allí, los ríos de lodos fértiles nerudianos, el vigoroso panteísmo vitalista de Aleixandre. Un libro propio de esa etapa sensorial y apasionada de la juventud en la que uno, en una especie de comunión amorosa con el universo, encuentra su único modo de aproximación al conocimiento total.  Tendrían que transcurrir casi nueve años para que mi poesía encontrara otras formas de acceso a ese mismo conocimiento, para que afinara varias octavas más abajo el tono definitivo de su lenguaje. Esto se produciría con mi segundo libro, Los bosques interiores (1993).
Cuando tuve la oportunidad de reunir en un volumen los primeros 25 años de mi poesía, A este lado del alba, aun recogiendo en esencia todo lo que sería mi poesía posterior, se encontraba lo suficientemente alejado de mi tono personal como para excluirlo de la compilación.

 

-I: En los meros títulos de la mayoría de sus obras, puede discernirse sin mayor esfuerzo una marcada efervescencia por la contemplación. ¿Qué lugar le ocupa ésta? ¿Con qué significación?

-B: Toda mi poesía, desde mis primeros libros, puede enmarcarse dentro de la corriente de poesía meditativa y contemplativa. Una forma de entender la escritura que, desde una visión humanística de la existencia, busca la esencialidad en la sencillez y pretende conciliar en el poema el pensamiento con la imagen y el sentimiento con la ética. El aspecto contemplativo, que no es exclusivo de las religiones ni de la mística, es la esencia de la poesía. El conocimiento a través de la contemplación, de la mirada atenta e interiorizada de las cosas. Una aprehensión de la realidad no utilitaria, que no busca ninguna compensación, salvo la de disfrutar de la simple presencia de lo que existe. Una actitud de escucha para el conocimiento gratuito y maravillado del mundo.

 

-I: Partiendo de “Los bosques interiores”, parece darse en el alma un paisaje enramado y natural al carácter humano, en contraste con la confluencia, en la relación con la realidad exterior. Todo lo que se contempla que no forma parte del ser, se admira bajo los filtros de la savia virgen, de la rama o la lluvia; se plantea imperturbable. ¿Se halla aquí una condescendencia, una deferencia o una unión hacia los mundos externos de la sangre?

-B: La naturaleza, tan presente en mi poesía desde el primero de mis libros, tiene una doble significación. Por una parte, el mundo en el que vivo -esta pequeña ciudad de Cáceres, inmersa en la naturaleza y enclavada todavía en la quietud del paisaje- continúa estando muy cerca de lo rural y de una forma de sociedad en la que las relaciones humanas sólo pueden entenderse en el contexto de su entorno natural. Sacar a mi escritura de este ámbito hubiera supuesto para mi poesía un fingimiento, un fraude sin escrúpulos para quienes me leen y para mí mismo. También, por otra parte, la vocación humanista de mi poesía va unida íntimamente a un intento de vivir en armonía con el espacio en el que vivo. Con el mundo que podemos disfrutar y del que somos los únicos responsables. La indagación contemplativa de mi poesía se realiza, por tanto, desde esta naturaleza real e imaginaria que es, de alguna manera, el lugar que he elegido para mirar al mundo.

-I: Me encontré, con una pequeña sombra, en los últimos versos, cierres de poema: “sentirme ya parte | de esta forma de olvido, de pulcritud antigua”. ¡Qué serían sin él, el propio romanticismo, hacia uno y hacia la realidad! ¿Es el olvido una dorada antigüedad? ¿Y el romanticismo junto a su ímpetu desbocado, asunto de la juventud? (pág. 33 – Poesía reunida).

-B: En mi formación literaria ha tenido una importancia capital la poesía de los románticos alemanes, especialmente Hölderlin y Novalis, una influencia que se deja notar de forma significativa en mis dos primeros libros. El poema al que se hace referencia en la pregunta es del segundo, Los bosques interiores, y representa una especie de regreso –desde una romántica visión juvenil–, a uno de esos espacios clausurados de otra época, de otro siglo quizás, en los que permanece intacta la noción de lo bello y lo armonioso. Un espacio de ruinas –no de escombros­–, impregnado por la melancolía de lo irrecuperable, por el sentimiento de lo que se pierde en nosotros y por la añoranza de un paraíso que alguna vez debió pertenecernos.

-I: En la contemplación simultánea de la arteria y sus cauces, junto al agua de otras fuentes, menos circulares. ¿Podría darle primacía al concepto del ‘arte por el arte’ o, a la única necesidad de la escritura, como última dimensión que nutre al individuo? (pág. 35 – Poesía reunida)

-B: Siempre he rechazado –porque me parecía impostado– enfocar la escritura poética desde la absoluta e irreprimible necesidad vital, como si los poetas siguiéramos, todavía, obedeciendo a fuerzas superiores a nosotros que nos utilizan como intermediarios. Pero también descarto para mi poesía el concepto del “arte por el arte”, la poesía como ejercicio, como forma de estilo, como una mera exhibición de la experiencia personal y de las habilidades con el lenguaje. Tendría veintitrés o veinticuatro años cuando, un poco por azar, empecé a escribir mis primeros poemas. Desde entonces, y con las intermitencias propias de este oficio de paciencia, he seguido escribiendo, entre otras cosas porque no he encontrado una razón convincente para dejar de hacerlo, pero, sobre todo –y ésta es la respuesta a la pregunta– porque en el fondo soy alguien a quien conforta el trato día a día con las palabras y porque creo que escribir es una forma de dignificar y de respetar la existencia. 

-I: Respecto a dicha contemplación y, su búsqueda-encuentro salvaje. ¿Camina el poeta por ella como una resignación, un descanso o una abnegación decidida al instante de redimirse?

-B: La poesía no puede incluir la resignación. La poesía es un descanso en el sentido, como lo entendía el poeta ruso Joseph Brodsky (“el lugar donde la mirada descansa”), pero también abnegación en cuanto fruto del desvelo, del trabajo de introspección y del abandono de sí a los requerimientos del espíritu y a las posibilidades infinitas del idioma.

-I: Respecto al dolor del mundo, habitante y conformador nuestro al mismo tiempo, que zarandea, agita, a través de la experiencia al todo del individuo, como conjunción de sus diferentes almas o sensibilidades; y el alcance final de la serenidad a través de la extenuación. ¿Entraríamos en una intensa evolución o maduración, como afirman los místicos, a lo largo del sufrimiento y su martirio?

-B: Se ha dicho muchas veces que el poeta es un exiliado y se ha comparado la labor del poeta con la de la errancia por el desierto del pueblo prometido. La poesía mueve las conciencias. La poesía, consciente de la realidad en la que vive y comprometido con ella, comparte el dolor y el sufrimiento de sus contemporáneos, presta la voz a quienes no la tienen, es capaz, en un enorme esfuerzo de comprensión, de incorporar a su propia vida la vida de los otros. Pero no busca ni el sufrimiento ni el martirio en sí mismos, más bien ofrece protección, el brasero de leña junto al que cobijarnos de las inclemencias de la historia.
Muy cerca de la mística, el poeta sólo se arrodilla ante sí mismo, como una forma de recogimiento y de búsqueda del centro. Una actitud de escucha que en todas las religiones y también fuera de ellas ha sido utilizada como cauce para el conocimiento gratuito y embriagado del mundo, como una forma de expresar la humildad con la que uno debe afrontar la escritura y su propia vida.

-I: Dentro del instante en el que se desarrolla una vida y, en concreto sobre la evolución de su obra y la existencia que pervive tras ella. La modernidad, ¿es un motor de la desolación en el espíritu?

-B: Todos, en algún momento de nuestra trayectoria, nos hemos sentido tentados por la modernidad, por una forma de escritura capaz de trasgredir las formas expresivas de la etapa anterior para iniciar una nueva era sin límites y plena de expectativas. Con los años, se termina aprendiendo que lo importante no es ser original, sino verdadero. Que lo sustancial es que lo que uno escriba sea lo que uno es y que el tono de su lenguaje se corresponda con su manera de ser y de vivir.
«Para mí la palabra es una transmisión de la voz», escribe Marina Tsvietáieva en una carta dirigida a Pasternak, corroborando mi intuición de que lo que llamamos el tono del poema –esa forma privativa que tiene cada uno de relacionarse con las palabras y, a través de ellas, con el mundo– quizás no sea otra cosa que la traslación a la escritura del tono de la voz, de las cualidades de su timbre, de la forma peculiar que tiene el poeta de respirar, de decir, de administrar sus silencios.

-I: He apreciado cierta crítica a la insensibilidad, a la sórdida e innoble vanidad respecto a la emoción pura, como pilar fundamental en la definición de humanidad. ¿Es, el ser unido a la Naturaleza, alejado de ésta definitivamente, sometido y devorado por la frivolidad y la deshumanización? (pág51 – Poesías Reunidas).

-B: En mi libro Los bosques interiores hay una sección central titulada “En la ciudad continua”, en la que aparece ya un motivo que se repetirá en mi poesía posterior: la elección de la naturaleza, de la vida “retirada”, en contraposición a la vida en las grandes ciudades. El asunto no es nuevo, por supuesto, pero no por eso deja de ser cierto que la idea de sociedad “humanizada” en la que creo sólo puede desarrollarse en plenitud en un medio en el que la belleza, el silencio y la soledad empujen al individuo hacia sí mismo, hacia lo que de verdadero hay en él, y, a partir de ahí, porque consigue encontrar la raíz esencial que nos hermana a todos, hacia los demás. La ironía y el escepticismo invaden nuestra poesía actual, como nos recuerda Adam Zagajewski, pero la poesía, que debe ser el menos frívolo de los géneros, lo que necesita es fervor.

-I: Enraizándolo con la emoción de la escritura. ¿En qué lugar, acabaría el aislamiento voluntario y comenzaría la soledad? ¿Conforman acaso, destellos de una misma unidad?

-B: En mis poemas digo: “La soledad se gana, se defiende. Uno lucha por ella mientras le quedan fuerzas. Hay viajes que se emprenden a oscuras, tareas necesitadas de sigilo, obras que nos exigen soledad”. La edificación de uno mismo es una de esas tareas. La poesía, que es el medio que yo utilizo para llevar a cabo la construcción de lo que soy, requiere, por encima de todo, soledad. No hay emoción en poesía si no se produce en ella ese milagro de la comunicación en soledad del que hablaba antes. La soledad es fértil cuando cuenta con todos.

-I: Aparece en su obra la figura del exiliado, desde una visión muy peculiar, inesperada, a la par que original. ¿Se trata del paseo perpetuo por la frontera de la vivencia, ajenizándola de uno mismo? ¿Al margen de la interacción humana como actitud, aptitud o castigo involuntario? (pág.176).

-B: En mi libro Al final de la tarde, de 1998, hay un largo poema titulado “Canción votiva”. En él intento recoger el dolor del exilio, del abandono de lo cotidiano, de los lugares comunes de la felicidad que representan los gestos de la convivencia y los objetos que la vida reúne a nuestro alrededor. La voz de la poesía, que no es nunca, exclusivamente, la del escritor, es aquí la voz de los represaliados, el lamento inaudible del desierto. La poesía nos hace que nos sintamos concernidos por todo. La poesía es el espacio íntimo del pronunciamiento, el lugar en el que la existencia de uno se convierte en la existencia de todos.

-I: Saliendo un poco del inevitable impacto individuo-sociedad. En el poema ‘La casa junto al río’ (Pág. 152 – Poesías reunidas), se plantea la vivencia como jovialidad activa, en contraposición a una lentitud o, muerte pausada. ¿Cree que la vida acaba, donde comienza el sosiego existencial?

-B: Es en ese libro al que hacía referencia antes donde aparece este otro poema “La casa junto al río”, que en cierto modo representa la estabilidad frente a la errancia, lo propio y conocido frente a la incertidumbre del desarraigo. “Una casa blanca construida sin ruidos en la que subyace la civilización de la paciencia y en la que se engendra, bajo formas felices, la vigilia”.  El lugar que uno convierte en el centro del mundo. El país al que uno llega transportando los palos de su tienda para asentarse definitivamente. Todos necesitamos sosiego existencial y yo, personalmente, suelo hallarlo “al abrigo de lo insignificante, cuando todas las configuraciones de los días se suceden idénticas por esa propiedad que ante los ojos van teniendo las cosas de parecer constantes”.
 
-I: A lo largo de su obra, lamenta la vejez del hombre, como una queja, incluso como un rencor a los siglos. ¿Dónde pues, la eternidad? ¿O se trata acaso de una dolorosa concepción del sufrimiento, en su insistente comienzo?

-B: Cuando se ha amado mucho, también se teme mucho la perdida de lo que se ha tenido, de lo que se ha podido disfrutar. Uno se siente viejo cuando intuye que el mundo ya le ha sobrepasado. Los viejos somos niños que salimos una tarde a la calle y nos entretuvimos con las cosas sin que nadie nos echara de menos. La llama de una vela en la memoria de un viejo ya no pide un deseo.

-I: -Desde la perniciosa intuición de la memoria, como constante para sobrevivir y, al tiempo alimentarse de la tristeza. Amar, incluyendo todas sus dimensiones, ¿es un enfrentamiento constantemente y necesario con la desolación? (pág.176).

-B: Lo decía en un poema: “El olvido es un jardín en ruinas en el que sólo queda la noche, la doble oscuridad que proporciona la invasión de la zarza. Sólo el ruido del agua, el sonido de los árboles huecos, el latido de Dios”. Quedarme en mi memoria es mi manera de quedarme en mi vida para siempre. Mi memoria es un árbol rodeado de nieve, así me enfrento solo con la desolación.

-I: Arcadia… Arcadia… La Naturaleza, pasa de ser una soleada terraza, en las primeras obras, desde la que admirar el aguacero que recae sobre el jardín, a su misma búsqueda desenfrenada. ¿Acabaría por representar ésta el espejismo de una serenidad última del ser?

-B: Lo que la naturaleza y la soledad tienen, en mis primeros libros, de escenario de mi poesía como búsqueda del ser, se va transformando con los años, efectivamente, en el centro de esa búsqueda. El escenario convertido en protagonista de la obra. Y esto ocurre, sencillamente, porque la propia experiencia de la vida te va llevando a lo fundamental a la vez que elimina lo accesorio. La “serenidad del ser”, que, además de las religiones, todos perseguimos en nuestro fuero interno, puede o no ser un espejismo, pero es sin duda el objetivo que uno persigue cuando convierte la poesía en su forma de vida.

I: Y, sin embargo, ¿es el estado natural del hombre, como humanidad, el sueño? ¿Es proclive a su búsqueda como repecho en el que descansar y, amparo en el que guarecerse?

-B: Me imagino que la pregunta tiene algo que ver con el título de unos de mis libros: Para guardar el sueño, publicado en 2003. Para mí la poesía es un recinto ético, esa morada precaria e invulnerable que ha sido levantada con todas las voces y con todos los anhelos a lo largo de la historia. Esas cuatro paredes que los hombres nos hemos visto obligados a levantar a la intemperie para proteger nuestra intimidad, nuestros deseos y nuestros sueños. Sueños que en ningún momento suponen una huida de la realidad, sino un compromiso aún más profundo con lo que existe, La casa, en definitiva, levantada a las afueras para guardar el sueño de los hombres. Una casa que siempre he pretendido que tuviera una ventana amplia para que, a través de ella, como dice Seamus Heaney, se pueda ver no una pequeña parcela de la realidad, sino el mundo entero.

-I: Al hecho del común infortunio al que evoca la desenvoltura y, de los alivios en los que acomodarse ligeramente. Me ha clamado a la curiosidad la restitución constante, el esfuerzo casi tiránico de la necesidad que empuja al sujeto poético a llevarla cabo, desde la realidad más conforme y extinta, hasta las ideas que van degenerando por la acción o por el paso aplastante de la experiencia. ¿Qué restaría, del abismo sin ella? (pág.191)

-B: La poesía en general, y también la que yo escribo, es un intento de restitución, de recuperación de algo que no sabemos muy bien lo que es, pero en lo que intuimos que está la llave de nuestra felicidad. Arrastramos el estigma de una pérdida, es verdad, pero sentimos que la poesía es la que puede proporcionarnos lo que nos falta. Ya lo decía Juan Ramón Jiménez cuando definía la poesía como aquello que no podemos tener en la vida. Puede ser que lo buscamos sea el paraíso perdido de la infancia, que con todos sus indudables sinsabores tendemos a idealizar. Puede ser el anhelo de infinito, de eternidad, que a los hombres nos diferencia de los animales. No lo sé. Pero el nuestro es un esfuerzo sobrehumano por extraer de la realidad y de la experiencia cotidiana la promesa de una restitución.

-I: El poeta se aparta de la vida conmemorativa, de la convencional, mediante un paralelismo en el que aparece definitiva e irremediablemente el tedio. Ni siquiera encuentra un alivio en el paso de las horas o en la espera de la muerte física. ¿Es el hombre, un ser sujeto, finalmente, a una resignación feroz?

-B: Yo creo que el hombre, por naturaleza, por simple instinto de supervivencia, tiende a sobreponerse a los reveses de la vida y a los desgastes de la existencia. Con independencia de los credos, en el fondo todo intuimos que la experiencia de la vida sólo se nos da una vez, por eso interpretamos las pérdidas como despedidas y los olvidos como menoscabos de nuestra integridad, como aproximaciones a la muerte. El poeta que ahora soy, aún tiene la esperanza de aprovechar hasta el final lo que esta vida nos ofrece y de reponerse, frente a las agresiones de la edad, de las inevitables caídas en el tedio y en la resignación.

-I: En contraste con el hombre en proyección con el que se define el poeta, ¿es ambiguamente nuevo, teniendo en cuenta que ha partido de restituir las partes derramadas que considera perdidas? ¿Se trata de un hombre que mantuvo su existencia dentro de su propia inconsciencia, cuya forma es alumbrada por el paso de los años?

-B: Sí, la poesía alumbra al poeta que la escribe, consigue extraer del conjunto infinito de fragmentos en los que la existencia nos divide, el espejo completo, una imagen más o menos acabada de lo que somos y del lugar que nos corresponde en el mundo en el que vivimos. Sólo conocemos de nosotros las pequeñas porciones de un todo que se nos escapa. La poesía nos abre los ojos, pero, sobre todo, consigue situarnos, desde dentro, en un lugar distinto: en esa posición privilegiada desde la que es posible la visión del conjunto.

-I: La consciencia de toda una vida, que se extiende más allá del alcance comprensivo, incluso de lo que permea en nuestros más íntimos callejones, a través de los actos, la emoción, no siempre tan certera, de la inteligencia, no siempre tan alumbradora. ¿Confía, finalmente, en el perdón de la ignorancia?  (Paseo Nocturno – pág. 306 – Poesías reunidas).

-B: Es posible que la ignorancia nos haga felices, al menos como la mayoría de la gente entiende la felicidad. La alegría nunca olvida sujetarse en el pelo su velo de ignorancia. Pero para algunos, y también para mí, la vida supone una exigencia, un compromiso que no siempre trae como resultado la felicidad, aunque sí una satisfacción de otra índole.  Zagajewski nos decía que el poeta es capaz de crear una casa para todos, pero no para él. Lo que viene a decir es que la escritura nos proporciona la tranquilidad de vernos dentro, pero sin dejar de estar fuera. La ignorancia es siempre inofensiva para uno mismo. El conocimiento nos aboca irremisiblemente a la intemperie.

-I: Buenas fueron las bellas columnas que dedicó Marco Aurelio al revivir dentro de la vorágine y, la contundencia con que golpea, enfriando y alejando la consciencia de vida, el embrutecimiento que provoca el pensamiento. ¿Pasa la restitución del ser humano, por la mirada? ¿Acaso la vida ajena al individuo sólo forma parte de él, si la enciende con ella?

-B: De una mirada perezosa brota sólo un pensamiento pobre. No me basta con ver. Yo necesito que el círculo de luz de mi mirada, como la luz de una linterna en mitad de la noche, me alumbre la conciencia. La poesía, que es mirada y es contemplación, tiene la capacidad de intensificar nuestros sentidos, de aumentar la capacidad de percepción de lo que somos y de lo que nos rodea. Por supuesto que la mirada de la poesía nos restituye como seres humanos, pero, sobre todo, al acrecentar nuestra existencia, hace que nuestra vida la vivamos con mucha mayor intensidad. O que la vivamos dos veces. La mirada es el balcón de las cosas.

-I: De la limpieza del alma, que al no poseer nada, acaba por sentir ‘el todo’. ¿Es la ansiada calma, una indiferencia atenuada por el sentimiento de efusión o, su repercusión directa en ésta? (pág. 310).

-B: La pobreza que se asocia a la limpieza del alma, no tiene en mi caso esas connotaciones de indiferencia y suspensión que generalmente se asocian a las religiones y corrientes filosóficas orientales.  La calma que uno busca es fruto del desapego, del abandono de las cosas que nos son innecesarias y de la búsqueda, tanto en la conciencia interior como en la propia vida cotidiana, de lo verdaderamente esencial. Y esta búsqueda, asociada siempre al compromiso y al reconocimiento de los otros, no excluye ni el dolor ni el desasosiego.

-I: Sobre la cotidianidad de los objetos, apartados de la naturaleza, ¿se van apegando a los pensamientos, a sus declives y mesetas en oposición al fuego que alentaba la mirada del bosque en la vida? ¿Se trata de un involuntario alejamiento de la beldad externa al uno, como una pérdida de perspectiva o, su pérdida de nitidez?

-B: Como contaba en mi libro La creación del sentido, siempre he tenido una relación cercana con las cosas. Quizás porque mi padre me incitaba a llevármelas por la noche a mi cuarto para que, protegiéndolas con el abrigo de mi mano, incubándolas bajo la almohada, me durmiese con ellas. Como lo hacía él mismo con sus cuadros al óleo, cuando enfrascado en sus detalles, en su dificultosa ejecución, los dejaba apoyados por la noche en el respaldo de una silla colocada a los pies de su cama, frente a él. No creo que hubiera en esa proximidad a los objetos que confortó mi infancia, solamente deseo de posesión, de pertenencia; al tenerlos conmigo –pienso ahora– podía interiorizarlos, agregarlos a la sustancia escurridiza de los sueños y, con ello, a la materia perdurable de la vida.
Dice Antonella Anedda que la realidad no es tenaz, que necesita de nuestra protección, que las cosas se hunden y mundos enteros desaparecen. Que si algo puede hacer el lenguaje es excavar una y otra vez un espacio en cuyo interior nada sea superfluo, un espacio manso, como un recinto donde los objetos y los seres respiren los unos al lado de los otros, tengan duración y luz.
En ese espacio manso en el que escribo, respirando con ellas, uno intenta ser cordial con las cosas para hallar el camino de reconciliación con lo que existe. Los objetos son fragmentos del mundo, ellos convierten nuestras habitaciones en representaciones del universo, nos sitúan en el centro de una cosmogonía en la que todo gira alrededor de todo. Los objetos con los que hemos construido nuestra vida son objetos humanizados, y en ellos puedo encontrar, de otra manera, la misma belleza que la naturaleza nos ofrece en cada una de sus pequeñas manifestaciones.

-I: Para ir concluyendo la entrevista, con una cuestión obligada, que surge y resurge a través de las visiones en su obra. El gastado tiempo, que muta constantemente sobre sus versos, tanto en alma como en la concepción de su idea. ¿Es éste una mera creencia, que varía en los subversivos y, siempre inabarcables estadios vitales del individuo?

-B: Cada libro es una capa que se suma a la anterior para componer nuestra propia estratigrafía vital. Aunque cada uno de los libros que he escrito recoge la visión que tengo de la poesía y de la vida a lo largo de las diferentes edades por las que voy pasando, los que me conocen saben que a lo largo de todos estos años no he cambiado sustancialmente. Los poemas de A este lado del alba, escrito en 1983, tal vez traten de los mismos asuntos que los poemas más recientes. Quizás hayan cambiado algo las formas, ahora pretendo ser más claro, más transparente, intento que el poema de las ideas que está dentro del poema de las palabras –como ya había intuido Wallace Stevens–pueda ser escuchado. Pero los temas son los mismos: las cosas de la vida que uno experimenta desde su intimidad y que con palabras más o menos gastadas pretende desvelar para sí y para los demás, palabras que, por ir dirigidas a la sensibilidad y al conocimiento, pueden de alguna forma ayudarnos a vivir. O al menos darnos compañía, que es, a fin de cuentas, para lo único que sirve la poesía y a lo único que aspiran los poemas que he venido escribiendo, con las inseguridades del primero, a lo largo de estos años.

-I: Con todo, ha sido una verdadera delicia, un desbordante honor, contar con la oportunidad de poder ahondar en su persona y su obra; siempre con la terrible limitación del espacio del papel. Le agradezco personalmente y, en nombre de todo el equipo de Intercostal, que haya dedicado su tiempo y palabra no solamente en colaborar con la publicación, sino con la humanidad que nos une más allá de los prejuicios.

-B: Muchas gracias a vosotros por vuestra paciencia.


Javier Morales: Basilio Sánchez, poeta. cultivandoelmedioambiente.es 19 de diciembre de 2019

http://cultivandoelmedioambiente.es/basilio-sanchez-poeta-recuperar-la-confianza-formas-vida-mas-sencillas-naturales/

“Hemos de recuperar la confianza en formas de vida más sencillas y naturales”

Con la desaparición del mundo rural está en juego la pérdida del verdadero sentido de nuestra vida, asegura el poeta Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). Médico de profesión, Sánchez es autor de una dilatada obra poética que pone su mirada ética, compasiva y contemplativa en los detalles pequeños, en la naturaleza de las cosas, en el entorno que nos rodea y en lo que nos hace humanos. Con su último libro, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor), ganó el XXXI Premio Loewe de Poesía. En esta entrevista para Cultivando el medioambiente, hablamos de la poesía como forma de resistencia, del poder curativo de las palabras y de cómo un cambio de valores y de objetivos en nuestra sociedad salvará al mundo rural.

Eres poeta y médico, un poco al modo de Chéjov. ¿Qué tienen de complementarias ambas facetas de tu vida?

La medicina y la poesía tienen un tronco común, ambas están basadas en el poder curativo y mágico de las palabras y en su capacidad para acompañarnos y consolarnos. Tanto en la literatura como en la medicina se establece una relación de ayuda. Los poetas y los médicos —como los antiguos chamanes de la tribu— proyectan sombras chinescas sobre las paredes de las grutas que ahuyentan a la muerte y nos ayudan a encontrar el camino de la salida. Ambas, además, hacen del cuidado y de la escucha los fundamentos de su naturaleza. El médico ausculta al enfermo sentado junto a él. ¿No es también la escritura una forma de escucha, de atención minuciosa a los murmullos imperceptibles de las cosas, a su respiración y sus latidos?

Al principio renegaba de cualquier interferencia, pero hoy sé que estos dos espacios de resistencia frente al dolor y el sufrimiento se complementan de alguna forma. Con los años he empezado a apreciar lo que, en mi caso, la medicina le ha aportado a la poesía y ésta al ejercicio de la medicina. Quizás mi relación diaria con el dolor y la enfermedad estén en la raíz de una poesía que para mí ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia. La materia de la poesía es, sin duda, la propia experiencia, y ésta, en mi caso, ha tenido que nutrirse forzosamente de mi relación directa con la curación y el sufrimiento. De manera recíproca, es posible que la poesía, a su vez, haya podido moldear, con ese espíritu de aceptación y comprensión del que hablaba Miguel Torga, mi manera de relacionarme con los enfermos.

La contemplación de la naturaleza recorre buena parte de tu poesía. Podríamos hablar incluso de cierto panteísmo, ¿no?

En mi primer libro, A este lado del alba, publicado en 1984, no es difícil rastrear la influencia de los pocos autores que entonces constituían mi bagaje literario, entre ellos Vicente Aleixandre, que logró transmitirme (y probablemente a toda mi poesía posterior) su vigoroso panteísmo vitalista, su deseo de aprehender la realidad a través de los sentidos, su búsqueda del conocimiento total a través de una comunión amorosa con el universo.

Dice Zagajewski que la poesía no es más que una contemplación atenta de las cosas de este mundo con los ojos de la imaginación. La mía es una forma de entender la escritura que arraiga en una larga y fructífera tradición de poesía meditativa y que pretende conciliar en el poema el pensamiento con la imagen y el sentimiento con la ética. Una mirada contemplativa sobre todo lo que me rodea que pretende ser ética y que me obliga, entre otras cosas, a dialogar con el entorno para disfrutarlo, protegerlo y respetarlo.

Como ocurre en la naturaleza, reivindicas lo que se hace lentamente, las pequeñas cosas, los detalles. “Amo lo que se hace lentamente, / lo que exige atención, /lo que demanda esfuerzo”. Me parece una buena filosofía para resistir en esta época en la que las prisas nos devoran y vivimos en la cultura del usar y tirar.

El silencio y la lentitud son las condiciones necesarias para la creación poética, pero el ritmo de la vida actual, incluso en ciudades pequeñas como la mía, no nos los facilitan cuando queremos, por eso los poetas tenemos que buscarlos como lo hacen los espigadores: agachándonos un momento en medio de la multitud.

Tanto en la vida como en la literatura procuro cuidar de lo pequeño, de lo que está cerca de las manos, de lo que exige atención y demanda esfuerzo, que es lo que en definitiva nos humaniza. Si alguien me lo preguntara, yo creo que mi posesión más preciada es mi capacidad para valorar muchas pequeñas cosas insignificantes. Esas cosas frágiles, pero perdurables, que tanto necesitan que las cuidemos y protejamos, son las que fundamentan nuestra existencia.

Dice la poeta italiana Antonella Anedda que la realidad no es tenaz, que necesita de nuestra protección, que las cosas se hunden y mundos enteros desaparecen. Que si algo puede hacer el lenguaje es excavar una y otra vez un espacio en cuyo interior nada sea superfluo, un espacio manso donde los objetos y los seres respiren los unos al lado de los otros, tengan duración y luz. Y yo creo que es verdad, que la función última de la poesía no es otra que la de excavar, mediante las palabras, un territorio ético, un recinto moral, ese espacio compasivo del que nos habla también la poeta y filósofa Chantal Maillard, en el que podamos vivir con dignidad los unos con los otros y con las cosas que nos rodean, donde podamos amarlas, gozarlas y protegerlas.

En este sentido, reivindicas una vida austera, como ocurre también con tu poesía, “la austeridad de los que escriben como el que excava en un pozo”.

Yo creo en la poesía que asume una conciencia humanista de la existencia, que intenta situar al individuo en armonía con su entorno y que, al margen de honores y beneficios, no ambiciona otra cosa que la obra bien hecha. Esta manera de entender la escritura no cabe duda de que cuestiona la forma de vida que tenemos y subvierte muchos de los valores de nuestras sociedades actuales. Frente a la inmediatez y fugacidad de mucha de la poesía que se hace ahora, echo de menos la poesía que se escribe con atención y lentitud. Frente a una forma de vida singularmente pulcra en lo material, pero enormemente pobre en lo espiritual, en la que se valoran por encima de todo la riqueza, la comodidad y la complacencia hedonista, también echo de menos la austeridad, la humildad y la simplicidad. Y esto me parece tan necesario en la vida como en la literatura.

En tu último libro escribes: “Somos hijos de un árbol/al que le falta una manzana”. Hay una clara alusión a la Biblia y también, de nuevo, a nuestra deuda con la naturaleza, de donde venimos, aunque parezca que lo hemos olvidado.

Al igual que en mi libro anterior, Esperando las noticias del agua (Pre-Textos, 2018), muy próximo en el tiempo de escritura, los poemas adquieren en determinados momentos un tono cercano a la admonición bíblica o al desarrollo de un réquiem. La utilización en algunos de los textos de los símbolos de nuestra tradición recogidos en el Antiguo Testamento, como el pastor, el cordero, el pájaro, el árbol o el desierto, busca —entre otras cosas de índole más espiritual— reconstruir el escenario mítico de un paisaje rural en extinción para indagar en las actitudes que, a modo de resistencia activa de carácter moral, nos pueden ayudar a superar las inclemencias de una época que en muchos de sus aspectos esenciales adolece de inanición y de sequía.

Vives en la ciudad de Cáceres y conoces bien el mundo rural. Ahora que se habla tanto de la España vaciada. ¿Qué es lo que está en juego con la pérdida del mundo rural, de su cultura milenaria?

Está en juego la pérdida del verdadero sentido de nuestra vida. Con el crecimiento de las ciudades, lo superfluo ha ido sustituyendo poco a poco a lo necesario. No reniego de las ciudades, por supuesto, pero pienso que se han desvirtuado los objetivos y que lo que nos mueve en ellas, lo que nos impulsa en nuestra vida cotidiana, a menudo no son más que sucedáneos de la felicidad. No sé muy bien qué es la felicidad, pero el sentido armónico de la vida —que tanto se parece al concepto que yo tengo de ella—, el equilibrio con lo que nos rodea, es probable que se pueda conseguir con muchas menos cosas y más simples, algo que todavía está a nuestro alcance en otras formas de vida más sencillas que perviven en lo que para muchos es la periferia de las ciudades y que representa el mundo rural. La ironía posmoderna y el escepticismo autosuficiente sobre los que basamos nuestras relaciones humanas y con los que nos movemos diariamente por las calles de nuestras ciudades, se curan, en un momento, con un paseo solitario por el campo.

Hay un libro de John Berger, Un hombre afortunado, en el que retrata la vida de un médico rural en una zona deprimida de Inglaterra. Y uno comprueba el valor de su trabajo, la importancia que tiene. Como médico, ¿crees que la falta de una asistencia sanitaria adecuada es uno de los males del mundo rural?

Yo pienso que los males, y sus posibles soluciones, son siempre personales. Más que la falta de una asistencia sanitaria —que probablemente las administraciones se empeñan en cubrir, con todas sus limitaciones, de la mejor forma posible­—, lo que echo en falta son actitudes como las de John Sassall, el médico sobre el que escribe Berger, capaz de atender con dedicación y empatía a los dos mil habitantes de su comarca rural. Su entrega incondicional a sus pacientes, que le lleva a compartir con ellos, más allá de sus propias posibilidades, sus sufrimientos y desvelos, y su visión integradora del enfermo —parcelada en especialidades en los grandes hospitales urbanos—, son las cosas que contribuyen a hacer de ese mundo rural en extinción una forma de vida en plenitud capaz de seducirnos.

¿Por qué no se ha conseguido evitar la sangría y la despoblación? ¿Y qué se puede hacer para evitarlo?

No se ha podido evitar esa sangría porque nuestros objetivos vitales, los presupuestos sobre los que fundamentamos actualmente nuestra búsqueda de la felicidad, no es posible encontrarlos en los pueblos y en el medio rural. Sólo cuando descubramos que la verdadera realización personal se mantiene al margen de los ideales de bienestar que las sociedades modernas nos imponen, podremos recuperar la confianza en formas de vida más sencillas y naturales.

Todos tenemos la obligación de desarrollar los aspectos más elevados de lo que somos, y esto, donde mejor podemos hacerlo es en medio del silencio, la lentitud y la belleza que nos proporciona, todavía, nuestro medio natural. Ahí es donde Thoreau encontraba la alegría, que es, sin duda, la condición de la vida.

En todo este debate, ¿crees que la poesía es una forma de resistencia?

Yo pienso que la ética es parte fundamental e indisociable de la experiencia estética de la poesía. Creo en la poesía como lugar de acogida y de resistencia. La poesía es ese reciento ético que ha sido levantado con todas las voces y todos los anhelos a lo largo de la historia, esas cuatro paredes que los hombres y mujeres nos hemos visto obligados a levantar a la intemperie para proteger nuestra intimidad, nuestros deseos y nuestros sueños.

Toda obra de arte, y la poesía es una de sus manifestaciones, tiene la obligación de hacer una conquista, que es la de crear un espacio de resistencia perdurable e iluminador en el que la belleza deje de ser un fraude para convertirse en verdad.


Martín Rodríguez Gaona: La poesía de Basilio Sánchez: La concentración y el conocimiento profundo de las cosas. “Contra los influencers. Corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada)”. Valencia, Pre-Textos, 2023. Págs. 289-295

Somos parte de un pueblo amenazado, 
nos acecha la muerte 
desde la ceremonia de la fertilidad. 


La poesía de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) se suele inscribir, por mero didactismo, dentro de una tradición poética lírico-meditativa, aunque sus más de treinta años de escritura —desde A este lado del alba (1984) hasta He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019)—, comprueban otros matices y filiaciones, principalmente su continua vinculación con la naturaleza. Este rasgo lo acerca a los llamados estudios de ecocrítica, los mismos que reivindican la urgencia de una representación actual de la madre tierra (menoscabada e invisibilizada por intereses políticos o comerciales). Sin una abierta vinculación ideológica, la poesía del autor comparte —con poetas tan diversos como Ida Vitale, Gary Snyder y Jorge Riechmann— cierto compromiso por reconectar a los seres humanos con el medio ambiente, asumiendo la escritura poética como alternativa a los excesos y la deshumanización de la sociedad posindustrial. 
      Al borde de la tercera década del siglo XXI, aquello supone reivindicar la introspección y lo espiritual como antídotos a una subjetividad narcisista y devaluada, propia de la aldea global y su entorno electrónico. Dicho propósito se hace explícito en la nota del autor a Esperando las noticias del agua (2018), uno de sus últimos libros:  
[…]Sin apenas anclajes geográficos o temporales, el poema construye el escenario mítico de un paisaje rural en extinción para indagar en las actitudes que, a modo de resistencia activa de carácter moral, nos pueden ayudar a superar las inclemencias de una época que en muchos de sus aspectos esenciales adolece de inanición y de sequía. 
      Entonces, la dinámica creativa del poeta —su vaivén entre la contemplación meditativa y la transformación ritual de la palabra— constituiría una salida a la crisis moral contemporánea y, en concreto, al simulacro de una cultura avalada por los medios corporativos (contra la exaltación de la identidad virtual). Es decir, el ejercicio cotidiano de la compasión y la introspección como antídoto frente a la pérdida de la concentración y la memoria (la consagración de lo efímero). Esta dimensión ética, que relaciona la mirada y el destino de la especie, fue ya señalada por Miguel Ángel Lama en el prólogo a Los bosques de la mirada (su poesía reunida hasta 2009). Estamos ante la férrea defensa de un tiempo y un espacio personales, íntimos, imprescindibles para cultivar lo privado y el silencio, allí donde se gesta la emoción poética. 
      Por tales motivos, la poesía de Basilio Sánchez supone una obra de referencia: una escritura continua, con un tono y un universo propios. Destaca así, como hemos sugerido, su relación con lo rural, a lo que contribuye el consistente desarrollo de un repertorio de imágenes-símbolo (el bosque, la luz, los pájaros, la piedra, el silencio, el agua, la casa, el cristal, etcétera). Esta operación es interpretada por un yo, no siempre contenido, sino más bien tenue. 
      En toda la poesía de Basilio Sánchez se aprecian dos movimientos sucesivos y complementarios: la conciencia, inevitablemente elegiaca, del transcurrir temporal y la búsqueda de una respuesta conciliadora, espiritualizada. Algo que implica una escritura a contracorriente, en sentido opuesto a la cotidianidad y al registro histórico, proclive a la sugerencia y la construcción de una atmósfera. Es decir, una propuesta alejada del realismo ingenuo, pero también de esa definición de la poesía moderna y posmoderna que privilegia la aventura del lenguaje. Una poesía que pretende acercarse a lo temporal a través de lo que revela la mirada (apostando por una versión nueva de lo lírico y del esencialismo).
      La de Basilio Sánchez sería, por lo tanto, una aproximación eminentemente literaria, pero que desemboca en lo espiritual, en cierto anhelo de trascendencia. De este modo, su poesía guarda concomitancias con distintas obras de la tradición española (fray Luis, san Juan, Juan Ramón, Brines, Colinas, Sánchez Rosillo y Álvaro Valverde) e internacional (Horacio, Rilke, Stevens, Celan, Char y la filosofía de Heidegger, fuera del pensamiento ecológico y pacifista de Lanza del Vasto). El poeta defiende así una actitud espiritual, aunque en absoluto proselitista o ideológica.  
      Predomina en esta obra la evolución de una sensibilidad antes que cualquier cambio de lenguaje o estilo —con la excepción quizá de Entre una sombra y otra, de 2006, donde se percibe algo de Cavafis y el correlato objetivo, o Las estaciones lentas, de 2008, en la que una mayor narratividad apunta al canto—. Esto contribuye a establecer una continuidad formal que, de otro modo, confirma la intención de superar el vacío de la alienación moderna, su abismo metafísico. En tal actitud influye la dedicación profesional del poeta a la medicina (“Juro por Apolo […] Dios de la Medicina y la Poesía, no tolerar ante mí el dolor”, como dijera el también poeta y médico Luis Hernández). Estamos ante el culto a una palabra que sana y contribuye a aliviar la derrota de una vida regida sólo por lo material. Una palabra que, con humildad, busca la hondura, rastreando en la memoria de la especie, como en La mirada apacible (1996): 


Vencer la soledad, hacer del tiempo 
un volumen cedido por las estanterías, 
el lejano recuerdo de algún texto 
que no nos pertenece: 
una casa incendiada, un árbol solo,
aquel que amó hasta el límite,
el que ahora se inclina.


      Para Basilio Sánchez, la contemplación y la memoria serán los pilares de cualquier continuidad artística y espiritual, lo que brinda la seguridad de una auténtica experiencia trascendida. Mas, en la búsqueda de una palabra curativa, la imaginación poética deviene fundamental, pues su recorrido marca el paso de lo externo a lo interior: del reposo, la quietud y el recogimiento al flujo continuo e incesante que conforma la vida. Así, para recuperar lo esencial a través del lenguaje, la vía predilecta será apelar, como ya se ha señalado, a la mirada que mitifica. Es decir, la poesía se transforma en un mecanismo consciente, artístico y artesanal, en el que se recurre a lo imaginario para describir una visión más profunda de lo real. 
      No obstante, dicha mitificación también tiene un tono definido, que en su caso será melancólico antes que hímnico, por lo que tampoco se trabajan los territorios de la extrañeza o la celebración culturalista. La mirada que privilegia Basilio Sánchez resulta, ante todo, beatífica y, a través de ella, se construye el mito del regreso a la unidad primaria, aquella que otorga sentido a lo existente. 
      En el plano formal, el lenguaje poético establece un ritmo entre el refrenamiento y la fluidez, a través de la creación de secuencias o series, asunto que incide en la preferencia por libros estructurados, unificados mediante la confluencia entre la musicalidad y la plasticidad. Así, predomina asimismo antes el impresionismo verbal que la discursividad, estableciendo un contrapunto sea mediante el uso de símbolos o del silencio. El objetivo estético buscaría una temperatura emocional antes que vinculares con el esencialismo o la tradición metafísica, situándose con humildad frente a la cima poética y espiritual que suponen santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.
      Tan ardua temperatura emocional es alcanzada por acumulación en la poesía de Basilio Sánchez, articulando impresiones en movimiento, a la manera de una interiorización del mundo sensible. Sugerencias que despiertan los poderes evocadores y transformadores de lo irracional, impresiones poéticas yuxtapuestas en una mirada, una sensibilidad concreta, pero nunca explícita. El autor crea, de este modo, una poesía con pliegues, volumen y textura, pero que logra construir siempre una atmósfera, recurriendo a una estrategia alegórica y confiando en la sugerencia (antes que en el dato concreto). Todo este procedimiento funda cierta autonomía: una realidad verbal, representada, que modifica y sustituye a lo real, abriéndose a un nuevo sentido. Para este poeta, los versos son reflejos —realistas y otras veces oníricos—, pero siempre cargados de trascendencia. 
      No obstante, la de Basilio Sánchez representa una mirada distinta a la del Romanticismo histórico, pues su sujeto poético nunca aspira a trascender al objeto plenamente; alternativa que evita que llegue a cerrarlo o a definirlo. En sus versos, el observador acepta el movimiento, la multiplicidad y a la sucesión como aspectos importantes de toda manifestación de vida. Así, devienen fundamentales la simplicidad y lo minúsculo, lo aparentemente intrascendente, lo que olvidamos o no vemos en medio de la vida cotidiana. Aquello que silenciosamente recuperamos en la meditación y la emoción poética. Esta disposición será imprescindible para permitir un gradual crecimiento espiritual.
      Después de la recopilación de Los bosques de la mirada, el poeta afronta ligeras incorporaciones temáticas, pero manteniendo siempre su tono y finalidad últimos. Así, Cristalizaciones (2013) propone un giro hacia lo metapoético, establecido a partir de los límites externos de lo real (el quiebre de experiencias vitales propio de la madurez). Por su parte en Esperando las noticias del agua (2018), se perfila la conciencia de un cambio de época, con el riesgo de una disolución o una pérdida de valores, surgiendo la necesidad comunal de recuperar el sentido a través del amor y la memoria. Aspectos que conducen gradualmente a la aceptación y la defensa de un espacio propio, íntimo y solitario, como requisito para superar la precariedad de lo temporal y la erosión de lo trascendente. 
      Para dicha sensibilidad comunal resulta importante sobreponerse a los estímulos del mundo interconectado, pues sólo desde cierta reclusión voluntaria se puede acceder a una esfera distinta, privada, casi secreta. De este modo se sugiere un mecanismo para recuperar el equilibrio, en contraposición al flujo de los estímulos de la vida cotidiana, mayormente carente de sentido. 
      A lo largo de toda la poesía de Basilio Sánchez destaca una introspección plenamente definida en sus propósitos: el arduo y sostenido trabajo de una sensibilidad en pos de cierta trascendencia o, al menos, de un atisbo de ecuanimidad. Así, fuera de su proyección en la naturaleza, las personas que recorren su escritura, aunque pocas, siempre están atravesadas por una mirada compasiva, bondadosa (Maribel, su esposa, la familia y unos pocos amigos o seres imaginarios, como personajes propios y algunos libros).


HACIA LA CELEBRACIÓN TENAZ DE LO EXISTENTE 


Acercarnos con afecto a las cosas 
nos permite intimar con lo sagrado 
que permanece en ellas. 

      En He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019), Basilio Sánchez se revela como un exponente de una peculiar metapoesía sensorial, en la que la palabra registra, ante todo, un estado de conciencia emanado a partir de la contemplación de la naturaleza: un suceso afortunado que abre puertas a lo interior. En estos versos, la percepción de la naturaleza —olores, paisajes, texturas— cobra sentido a través de la mirada, siempre compasiva. Se desliza, en consecuencia, cierta actitud religiosa (“La poesía es el oficio del espíritu”, por lo que los poetas son “mendigos de la luz”), la misma que concilia sutilmente líneas mayores del cristianismo (lo bíblico) y del orientalismo (taoísmo), así como también las de movimientos artísticos y literarios como el Romanticismo. 
      La disposición para la inspiración poética sería, por lo tanto, aquello que permite trascender lo humano, oponiéndose a la imperfección de la sucesión y la experiencia cotidiana, logrando un desplazamiento hacia otro estado mental (la vivencia de una temporalidad más honda). La poesía deviene, desde dicha perspectiva, un trabajado privilegio que permite reconocer y recrear un proceso unificador, el “pensamiento de la luz”. Así, mediante el lirismo, la voz y el cuerpo del poeta se convierten, gracias a este proceso, en un instrumento para recuperar la anhelada homeostasis: 

El poeta no es otro 
que el que entra de noche en una habitación 
y permanece inmóvil 
frente a una oscuridad 
a la que poco a poco consigue acostumbrarse.
      De este modo, Basilio Sánchez, alejado de cualquier énfasis, defiende y actualiza una tradición contemplativa e implorante (“el poeta es el hombre arrodillado”), logrando reafirmar cierta poesía que formalmente ejerce un tenue sincretismo esencialista (de raíz romántica, pero que no desdeña rápidas alusiones culturalistas, como en ciertas referencias bíblicas). 
      Como totalidad, el recorrido de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes traza un recorrido hacia la reafirmación de una certeza humilde, en las antípodas de cualquier megalomanía y grandilocuencia. De ahí su confianza en las cualidades curativas de la palabra, la misma que anhela integrarse en las zonas inmutables y verdaderas de la experiencia (por este motivo, el título evoca las propiedades medicinales del milenario árbol). Se anhela una palabra por necesidad silenciosa, tenue y solitaria, pero que fluye con contundencia y energía gracias a una respiración sostenida. Es la humildad, no la grandeza o el conocimiento intelectual, lo que abre las puertas a la sensibilidad trascendente. Y aquello está ya muy lejos de la singularidad romántica (degradada por la cultura corporativa), al proyectar sus versos ante todo como una comunión (“Soy una muchedumbre que camina en secreto”). 
      La poesía de Basilio Sánchez es, por consiguiente, una poesía difícil, a pesar de la engañosa transparencia y la fluidez de su lenguaje (“Amo lo que se hace lentamente, / lo que exige atención, / lo que demanda esfuerzo”). Su dificultad obliga al lector a una concentración similar a la que inspira al poeta, con una sintonía y una imaginación profundas, empáticas: aquellas que permitan acceder a un nuevo sentido, el cual configura una mirada distinta de la realidad y de la naturaleza. Una mirada, finalmente, compasiva y agradecida, consagrada la búsqueda de la bondad:
Presiento con palabras 
un mundo elemental, un universo 
que, abismado en sí mismo, sigue intacto. 
La honradez de un paisaje 
que, a espaldas de nosotros, excluido 
de nuestras percepciones y de nuestros afectos 
desborda plenitud. 


      En cuanto al estilo, el libro transcurre mediante versos ágiles y fluidos, sin ningún tipo de numeración, edificando una melodía tenue, con algunas pinceladas de imágenes, pero, en general, estableciendo distancia tanto frente a lo pictórico como a lo conceptista. Destaca un ordenamiento singular en su estructura, en el que los títulos de cada sección repiten el verso final de la precedente, lo cual recrea una sensación de vaivén, de constante flujo y reposo. 
      Podríamos, definir al conjunto como una síntesis o, más exactamente, como el compendio de una sensibilidad en gestación. La metapoesía y la preocupación colectiva y moral, llegadas a este punto, se aúnan forjando un engranaje óptimo; de ese modo, el lector es convocado para resolver o reconstruir lo que dio origen a la experiencia espiritual, aquella que luego será transformada en poesía.
      Siguiendo esta delicada trama o puesta en escena de una sensibilidad poética, podríamos esquematizar el propósito de cada sección del libro: 
I. “Hay un olor de agua y de resinas”: el primer paso sería la sensación que debe ser extraída de la naturaleza. 
II. “Mi mesa de madera es del tamaño de un nido”: aquella sensación, en la tradición romántica, es recuperada en la intimidad de la meditación previa a la escritura.  
III. “El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol”: la sensación, ya asimilada, se transforma para construir verbalmente una dimensión sacra, que no es sino la afortunada comunión de lo natural con lo humano.
IV. “Coda”: A la manera de un final y una fuga, la poética que sostiene el libro se hace explícita: aparece la fe en una escritura poética trascendente, venciendo la tendencia al olvido y la fragmentación. 


      En He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes el propósito artístico de Basilio Sánchez podría resumirse, entonces, en el esfuerzo por forjar una poética de la trascendencia desde los retos y las paradojas de la contemporaneidad: 


Está en las escrituras: 
La visión se concede, los profetas 
escriben al dictado. 


Pero nosotros no venimos de los profetas, 
nosotros descendemos 
de un pastor de rebaños 
al que no permitieron, en mitad de la noche, 
entrar a la ciudad.  


      Por medio de una poesía engañosamente sencilla, cuya exigencia radica no en las palabras —que buscan transparencias—, sino en un sentido depurado —ávido de resonancias—, el poeta nos recuerda que toda lectura requiere de una actitud de apertura espiritual. Una mirada compasiva dentro y fuera del yo, para recuperar y trasladar cierta luz, pues la esperanza del cambio necesita del pasado como guía. En otras palabras, el poeta nos convoca a recuperar, con plena conciencia y esfuerzo, aquella disposición imprescindible para la tenaz celebración de lo existente.