Basilio Sánchez


Los bosques de la mirada

EN LA CASA
(Lectura de la poesía de Basilio Sánchez), por Miguel Ángel Lama

I

Solapa del libro.

Luis Cernuda publicó la primera edición de La realidad y el deseo cuando tenía treinta y cuatro años. Reunió sus libros editados hasta 1936 y sometió a una revisión importante al primero de ellos, Perfil del aire (1927), que renombró Primeras poesías. Octavio Paz tomó el título de uno de sus libros, Libertad bajo palabra, para recoger, con modificaciones y tras eliminar sus poemas de adolescencia, la mayor parte de su obra poética desde 1935 a 1958. Corría 1960, Paz tenía cuarenta y seis años y llegó a escribir en la advertencia que no estaba muy seguro de que un autor tuviese derecho a retirar sus escritos de la circulación, dado que, una vez publicada, la obra es propiedad del lector tanto como del que la escribió. A los treinta y dos años conoció Guillermo Carnero la primera edición de su obra poética reunida, Ensayo de una teoría de la visión (1979), para la que redactó una nota en la que expuso que una de las razones de publicarla fue que su obra contenía suficientes principios de coherencia como para considerarla como una unidad, y no como una yuxtaposición de libros sueltos. Paradójicamente, años después, en una nueva edición de su poesía completa (Dibujo de la muerte. Obra poética, de 1998), firmada por un profesor e investigador como Ignacio Javier López, fue en donde más se notó la mano del autor. En 2008, se publicaba la poesía reunida de Olvido García Valdés, Esa polilla que delante de mí revolotea, en un libro ciertamente distinto y nuevo que apareció después de media docena de poemarios y de más de media vida; como lo fue, nuevo y recompuesto en algunas de sus partes, el último de Ángel Campos Pámpano, La vida de otro modo (Poesía 1983-2008), publicado en este mismo sello de Calambur. La historia de la poesía moderna está llena de ejemplos que muestran la actitud de un autor ante la recopilación de su obra. No voy a consumir más líneas en referir más casos entre los muchos significativos —cada lector tendrá los suyos— para introducir el de la obra selecta de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) bajo este título de Los bosques de la mirada, que, sin duda, es un hecho editorial de relevancia en un poeta destacado que aborda la agrupación de sus versos a sus cincuenta y dos años. Y deslizo aquí, después de lo dicho, dos aspectos de trascendencia desigual: la importancia de la mirada del autor hacia su propia obra, con sus consecuencias textuales, y la edad con la que el escritor la afronta, pues parece que se estima precipitada la publicación de una obra reunida –siempre incompleta— antes de haber cumplido una determinada cantidad de años. La propia historia demuestra que esto último no es así; y menos si se aplica a casos como el de Basilio Sánchez.

A los veinticinco años desde los comienzos poéticos de nuestro autor se publicó su último libro, Las estaciones lentas (2008), el octavo desde la aparición en 1984 de A este lado del alba, accésit en el Premio Adonais. La redondez de la cronología permite al lector contemplar una trayectoria muy uniforme que tiene en el tercero, La mirada apacible (1996), una especie de eje para entender todo el recorrido. Si se toma aislada la fecha de aparición de esa obra, 1996, se comprobará que hay doce años desde A este lado del alba hasta La mirada apacible y otros doce años de separación desde ese título hasta Las estaciones lentas. Está claro: la poesía de Basilio Sánchez puede dividirse en dos etapas, entre las que hay un libro trascendental como La mirada apacible que hace de bisagra entre dos momentos muy expresivos de la evolución de su escritura poética.

12 + 1 + 12

Puede resultar útil para un gráfico; pero no, no está tan claro. Y creo que este volumen que el lector tiene en sus manos puede mostrar que no es tan evidente. Los bosques de la mirada está conformado por siete, y no ocho, libros de poesía. El autor no ha querido rescatar el primero, A este lado del alba, el que le hizo visible en el panorama de la poesía española de los años ochenta y quizá considerado ahora demasiado deudor de unas primeras lecturas, entre las que están las de Rilke, Aleixandre o Claudio Rodríguez. Y el segundo, Los bosques interiores, cuya primera edición data de 1993, fue revisado por Basilio Sánchez en 2002 para una nueva edición prologada por José Luis Puerto. Así pues, La mirada apacible, y la confirmación está en este volumen, después de más de una década, se convierte, si no en el primer libro de poemas de Basilio Sánchez, en el que puede considerarse como principio de su discurso poético de madurez. Opino algo así por el demostrable proceso de revisión y recomposición de Los bosques interiores, que de ser un libro de esa primera etapa, pasa a ser un libro recreado por una voz poética ya más hecha y que se mostró de manera definitiva en La mirada apacible. Se trata de un punto de arranque sostenido por los pilares simbólicos de los bosques y de la mirada, los que se recogen en el título elegido para esta poesía completa: Los bosques de la mirada, un título que ya utilizó el escritor para una breve selección de sus poemas publicada, con dibujos de Curro González, por la Escuela de Arte de Mérida en 2008. Una poesía completa que se abre, naturalmente —pues es su autor quien así lo quiere, por encima de consideraciones genéticas—, con Los bosques interiores, el único que en esta compilación lleva una doble marca cronológica (1984-1993) que acota el tiempo de composición de los poemas; pero que, como he señalado, habría que matizar por la profunda revisión que el libro experimenta casi diez años después.

No voy a hacer en estas páginas una fastidiosa relación de ejemplos con los que puede demostrarse el alto grado de reescritura de Los bosques interiores por un poeta que ya era autor de tres obras más, la ya citada La mirada apacible, Al final de la tarde (1998) y El cielo de las cosas (2000). Aun así, diré que son ejemplos numerosos y determinantes, pues afectaron a la estructura del poemario, que pasó de seis a cinco partes, con una de ellas retitulada; al número de poemas del conjunto, obviamente, y a su ordenación, pues hubo textos que pasaron de una sección a otra; a los poemas, que se vieron modificados en la partición de los versos, en la sintaxis y, sobre todo, en la selección léxica con una evidente voluntad de rebajar el tono culto y retórico que tenían algunos textos, como "El valle", en el que palabras que el lector hoy lee como desierto, atraer, levantaron o antiguo fueron en su tiempo, respectivamente, lacustre, invocar, se erigieron y apócrifo. No es, sin embargo, Basilio Sánchez, y así lo ha declarado en alguna ocasión, un poeta que haya revisado su obra con asiduidad. Al contrario, aquella de Los bosques interiores es en todo el conjunto de su producción la revisión más notoria; una excepcionalidad que añade importancia al hecho, al que hay que sumar en menor medida la relectura con más ligeros retoques realizada para esta obra que es Los bosques de la mirada.

Así pues, con La mirada apacible como la confirmación poética de Basilio Sánchez —es reconocido con un accésit en el premio Gil de Biedma en 1995 y publicado por la Editorial Pre-Textos— se cimenta una obra literaria muy equilibrada que irá creciendo con intervalos razonables entre un libro y otro: dos años hasta la aparición de Al final de la tarde, otros dos para El cielo de las cosas, los mismos para que se reediten Los bosques interiores, a los que seguirá en 2003 otro de los grandes poemarios de Basilio Sánchez, Para guardar el sueño, primero de la etapa de madurez poética que se concentra en esta última década de su trayectoria, en donde hay que incluir dos entregas más, Entre una sombra y otra (2006) y Las estaciones lentas, y el gesto literario de reunir su obra en estos bosques de la mirada de 2010.

En ese conjunto, hay otra excepción, otra pieza singular en la producción de Basilio Sánchez, y que es El cielo de las cosas. Su singularidad estriba en que es un libro de poemas que surge de una circunstancia muy concreta, como fue una suerte de encargo de escribir textos sobre determinados lugares visitados del valle de Los Pedroches (Córdoba) en compañía del escritor Alejandro López Andrada, y la experiencia de la subida al castillo de Madroñiz, en el Viso, que propició el poema que luego fue llevando a los otros y que conformaron este libro que el autor quiso distinguir de los demás con su hechura en prosa.

Solapa del libro

II

En El cuenco de la mano (2007), que es el único libro de Basilio Sánchez escrito fuera de los límites genéricos de la poesía, aunque no ajeno a ella, pues son breves relatos de tono lírico y contenido autobiográfico, hay un texto titulado "Los caminos del día" que comienza:

Digamos que ha llegado el momento de hacer de este paisaje un lugar habitado. Que hay que reconstruirlo, edificarlo ahora en este viejo y apartado solar, en este descampado que han cubierto de escombros los camiones nocturnos de la memoria.

Esa noción de habitar como resultado y término de una paciente construcción previa, en un nivel metafórico, y con sus anclajes en la realidad y en la experiencia del poeta, recorre buena parte de la obra adulta de Basilio Sánchez. La casa como metáfora de la poesía, de la escritura, por extensión, es un motivo muy principal en los textos de este autor y creo que puede considerarse núcleo que atrae hacia sí otros elementos de las redes simbólicas que ha venido trenzando Basilio Sánchez a lo largo de su trayectoria, que representa una de las líneas más depuradas y constantes de poesía meditativa en el contexto de la poesía española contemporánea.

Vuelve a ser La mirada apacible un libro primicial también por esto. A diferencia de Los bosques interiores, en donde no aparece en ningún momento la palabra casa, en el poemario de 1996 surge como un referente cargado de significación; así en la segunda parte del primer bloque ("Elogio del deshielo"):

Y aquí estamos ahora, viviendo en esta casa
cuya noche ignoramos

O en el poema siguiente:

Mañana estará aquí, y es el deseo
el que ahora me lleva
de manera insistente a abrir las puertas,
a escrutar los sonidos
apenas perceptibles de esta casa
en la que hemos urdido
toda la soledad y toda la belleza.

La casa es un espacio asociado a ese espíritu fundacional que tiene La mirada apacible —"Para mis hijos, cuando crezcan", reza la dedicatoria— a partir del cual va a discurrir por toda la obra de Basilio Sánchez, como refugio espiritual y poético, y como un elemento permanente del paisaje interior en el que se sitúa el hombre que escribe. En Al final de la tarde esta noción se acrecienta, y no sólo porque como referente cobra la notoriedad de pasar al título de un poema ("La casa junto al río"), sino porque forma parte sustancial del argumento simbólico de todo el libro, como el jardín o el árbol. Es fundamental en un texto como "Canción votiva", o en "Desde la ventana", donde está en el único verso repetido del poema ("Quién ha vuelto a esta casa"); y configura uno de los puntales de ese "Orden natural" al que aspira el hombre:

Nacer humildemente, levantar una casa
que preserve el espíritu y proteja de la lluvia,
construirla
sobre el ruido del agua.

La permanencia de este motivo poético a lo largo de todo el recorrido es natural, y permite percibir esa unicidad de la poesía de Basilio Sánchez, en la que cada entrega representa una estación más en un proceso de indagación personal con la palabra como instrumento y con el fin de que esa palabra sea cada día más clara, más transparente. En ese proceso hay momentos significativos, como es el de su libro más doméstico, que es Para guardar el sueño. Es el libro en el que más se recurre a este motivo, en el que vuelve a aparecer en el título de un poema, y en donde incluso se manifiesta en un elemento externo como la viñeta de cubierta de la primera edición de la obra en 2003, un óleo pintado por el padre del poeta con el mismo título del poema, "Una casa en lo alto". Pero también desde el primer texto, "La habitación cerrada" (“No hay azar esta vez, /sólo fidelidad, sólo constancia / en un lugar que intuyo / entre lo conocido y lo desconocido.”), en donde queda delimitado el espacio principal de una comunicación en voz baja que nos va a acompañar a lo largo de todos los textos, ese espacio, como leemos, en donde “sólo estamos nosotros”. De ahí que sea un libro de interior, más doméstico, en el que, sin embargo, aparecen las habituales referencias en la poesía de Basilio Sánchez a espacios abiertos de alta carga simbólica —muchos de ellos, nótese, contemplados desde el interior de la casa, que es el espacio de referencia. En esta visita a la casa del poeta que pretenden ser estas páginas, llegaríamos a la zona más íntima de la misma; y si esa visita pudiese representarse en instantáneas con sus títulos —y conste que lo he intentado—, en este momento estaríamos en la alcoba, una palabra, curiosamente, que en estos años de reescritura de la poesía del autor ha sustituido a estancia.

La poética de Basilio Sánchez se apoya en esta constante, que se repite de una forma muy evidente en Las estaciones lentas, en el que muchos poemas hablan sobre la propia escritura, y que se distingue por su carácter de larga meditación lírica dividida en movimientos, numerados (I-XX) y sin título. En el tercero de ellos, vuelve a aparecer el yo —que es la primera palabra del libro en una efectiva voluntad de diálogo con el lector—, para decir:

Yo, que he vivido siempre de las sombras
y de la calderilla de los pájaros,
que he edificado a oscuras esta casa
sobre la arena suelta de mis incertidumbres,
no tengo alternativas:
debajo de la puerta,
una página en blanco no es un hilo de luz.

(III, de Las estaciones lentas)

Aquí el escritor retoma la casa para referirse a la escritura; vuelve, como en El cuenco de la mano, a tomar la construcción de la casa como un trasunto de la creación de una obra literaria sobre los frágiles cimientos —a oscuras—, de lo incierto y vacilante, y siempre, con una apasionada dedicación, "con esa lentitud con que se talla un trozo de madera", como leemos en el poema XIX. Las estaciones lentas es, como Para guardar el sueño, también introspectivo; pero en este caso por autorreferencial, por ser más reiteradamente alusivo a la dedicación del poeta a enfrentarse con la página en blanco. Uno de los ejemplos más claros es el poema XVI, en el que Basilio Sánchez se nos muestra como "un hombre que escribe, / alguien a quien conforta / el trato día a día con las palabras" y que se ubica en un espacio físico que al ser verbalizado se convierte en el escenario simbólico de la creación. El poeta, que se dice embebido en sus divagaciones y siguiendo la combustión de las palabras, se sitúa en unas coordenadas espaciales —"sentado ante mi mesa", "por los respiraderos de mi cuarto."—, que le permiten insistir en esa visión del propio oficio como la del que habita un lugar en el que se entra y se sale obstinadamente como un quehacer sublime, como la vida. No extrañará al lector, por esto, que uno de los poemas hasta el momento inéditos que se incluyen al final de este volumen tenga por título un domicilio.

Me llevaría mucho espacio continuar con un repaso más amplio del motivo de la casa y sus relaciones con otros elementos simbólicos en la poesía de Basilio Sánchez. Sólo mencionaré aquí una noción importante también en el discurso poético de nuestro autor: el frío. De poderosa fuerza poética, y evocadora de expresiones líricas de magnitud tal como la del Libro del frío de Antonio Gamoneda —llevado a una cita de La mirada apacible— establece una relación semántica con la de la casa como cobijo y abrigo. Se manifiesta el frío en esa obra del poeta cacereño como signo de lo que está falto de vida o que necesita el aliento de ella, y, en la contemplación panorámica de todo lo que ha sido la escritura de este autor, queda atenuado por la insistencia ya referida en ese otro motivo del refugio que representa la casa como el lugar de la poesía que surge "cuando acaba el frío", como en La mirada apacible. Refugio y permanencia frente a lo efímero, otro de los ejes del pensamiento poético de este escritor que insiste una y otra vez sobre este rasgo de lo que escribe.

III

La visita a la casa del poeta, de su mano, termina en el exterior. En el jardín. En la construcción de la casa es principal este espacio. Es el que mira hacia fuera, y el que primero se ve desde fuera. No todo es ensimismamiento e interior —aunque hay mucho—, en la poesía de Basilio Sánchez; también hay una vocación ética que pone la palabra en el mundo y atenúa el narcisismo poético de lo contemplativo. Coincide esta voluntad con la madurez del autor; se da, pues, en un punto del recorrido vital y literario avanzado, en el que se sitúa un hombre experimentado. Es significativo, en relación con esto, el poema "Detrás de los cristales", de Entre una sombra y otra, porque aunque insiste en lo interiorista, la mirada de su sujeto lírico se abre hacia la calle, hacia las gentes que pasan por ella. Es un modo de interpretar la propia dedicación, de introducir una variante en todo este proceso de autoanálisis, a través de la que se pueda atisbar un paisaje moral. No se trata, claro está, de añadir ningún ingrediente de carácter político o ideológico al discurso meditativo, sino de un adobo ético que se incorpora como consuelo en la permanente incerteza sobre la utilidad de las palabras. No debe, pues, sorprender al lector saber que, cuando Basilio Sánchez ha sido preguntado por el libro que más le ha influido en su formación como ser humano, el poeta haya citado el Umbral de la vida interior (1976) del maestro espiritual de la no violencia Lanza del Vasto, obviando muy intencionadamente todos los grandes libros de poemas leídos. La mención resume esa unión de intimismo y conciencia ética que se observa en Para guardar el sueño, en donde, así en "Alguien se acerca", el poeta se ve señalado por "toda la luz del día" y es conducido "a los parques, / a los atardeceres, / a las destituciones de la vida", y nota la carencia de lo inútil de un objeto, o "de las cosas / que son sólo pensadas." Como en ningún otro momento de su trayectoria poética —y a partir de aquí se prolonga en Entre una sombra y otra y en Las estaciones lentas—, el autor manifiesta esa vocación aludida, deduce sobre la realidad contemplada y se pregunta implícitamente en ese mismo poema:

Detrás de los cristales,
enredado en las hojas que han cruzado la verja,
el aire es un indicio de que todo aún respira,
de que no escribo sólo para un muerto.
De que debe haber algo, más allá de mí mismo,
que aún pueda convencerme de vivir.

Me marcho ahora de la casa del poeta. He sentido una palabra amable en cada cuarto y una luz cálida en cada página. La visita termina. Me marcho ahora con el propósito de invitar a todos —con el permiso del poeta— a esta casa en lo alto de la poesía española, y con el deseo de que reconozcan todos en sus poemas "un árbol de su calle o la madera / de una de sus ventanas."

NOTA BIBLIOGRÁFICA

POESÍA.—

A este lado del alba, Madrid, Ediciones Rialp (Col. Adonais, 413), 1984.
Los bosques interiores, Badajoz, Departamento de Publicaciones Diputación Provincial de Badajoz (Col. Alcazaba, 24), 1993. Reedición revisada en Salamanca, Amarú Ediciones, 2002.
La mirada apacible, Valencia, Editorial Pre-Textos, 1996.
Al final de la tarde, Madrid, Calambur Editorial (Los solitarios y sus amigos. Últimos contemporáneos, 3) y Editora Regional de Extremadura, 1998.
El cielo de las cosas, Mérida, Editora Regional de Extremadura (Poesía), 2000.
Para guardar el sueño, Madrid, Visor Libros (Visor de Poesía, 534), 2003.
Entre una sombra y otra, Madrid, Fundación Unicaja y Visor Libros (Visor de Poesía, 606), 2006.
Las estaciones lentas, Madrid, Visor Libros (Visor de Poesía, 688), 2008.

PROSA.—

El cuenco de la mano, Villanueva de la Serena, Littera Libros (Col. Littera Narrativa), 2007.