Basilio Sánchez


Crítica a La mirada apacible

Prólogo del libro "La Mirada Apacible", de Antonio Colinas

Celebración de lo que renace

En unas declaraciones que hace unos días hacía, a raíz de habérsele concedido el Premio de la Crítica de narrativa, venía a decir Luciano G. Egido, que a lo que no estaba dispuesto era a poner una grabadora en un café para recoger lo que allí pasaba y luego transcribir todo ello al papel a modo de testimonio o fin de su creación literaria. He citado de memoria sus palabras, pero la idea esencial (y por esencia sabia) venía a ser, más o menos, ésta: que la literatura era otra cosa y que le creación no puede verse subordinada a copiar la realidad. Para ello ya existen, creo yo, otros medios excelentes, comenzando por los audiovisuales. El hallazgo de Egido nos parece aún más radical cuando se trata de valorar la poesía, género creativo por excelencia.

Era necesario hacer esta precisión previa para valorar La mirada apacible, el libro de Basilio Sánchez. Este autor se cuenta entre los que utilizan la palabra poética para metamorfosear la realidad y, al hacerlo, enriquecerla o desentrañarla. Bajo este punto de vista, su palabra va más allá de esa otra palabra que copia la realidad sin intensidad. Con la lectura de sus poemas el lector se siente estimulado porque está no frente a un mensaje sino ante una atmósfera. En este afán de enriquecedora abstracción el autor opta por no darle título a cada uno de sus poemas y sí a las partes del libro que nos hablan simbólicamente de las claves del mismo: la caducidad (el "deshielo"), los límites (la "mitad de la vida"), el sentimiento humanista del mensaje (el "corazón", del que también están construidas "las cosas"), la fugacidad ("el pájaro que cruza") o la aceptación en plenitud de ésta, el hermoso mensaje final ("descendimiento").

La fugacidad, lo provisional, los límites, se fijan, a su vez, en un símbolo claro: el de la nieve, que aparece aquí y allá en el libro, no sólo para recordar la caducidad y el mal, sino también —lo que es más importante— para ser preludio de esperanza ("preparar la mesa / a espaldas de la nieve"). Así que hay mucho de invierno que se cierra y de primavera que se entreabre —de "deshielo"— en este libro. De ahí el renacimiento que la palabra supone en sus versos. El poeta no utiliza las estaciones, la naturaleza, el tiempo vivido en ella, la experiencia de ser, para fijar su realidad, sino para transformarla y en esa transformación encontrar una regenaración, un tiempo nuevo que apacigüe y salve. De ahí que el "elogio" de lo que perece no sea sino el preludio de lo que revive, de la esperanza humana. El elogio del "deshielo" no es sino el elogio de su reverso: de lo que arde, del fuego.

Canto, pues, a la vida en el que se funden naturaleza y ser, continua metamorfosis de estaciones y sentimientos. Rotundidad y, a la vez, claridad de la palabra que ya se mostraban en A este lado del alba y Los bosques interiores, los dos libros primeros del autor. Testimonio, sí, pero de que el poeta está vivo, consciente ante la realidad y el tiempo que le ha tocado vivir, que no son los sometidos a lo grisáceo de lo provisional y pasajero. Y, en consecuencia, también su palabra está viva, en continua germinación, como la primavera fértil que se intuye en todo el libro.

Antonio Colinas
Abril de 1996


ÁNGEL CAMPOS, El don apacible de la mirada. Diario HOY, 18/05/2007

"La poesía —escribe Wallace Stevens en uno de sus aforismos— es un esfuerzo de un hombre insatisfecho para encontrar satisfacción a través de las palabras; ocasionalmente, del pensador insatisfecho para encontrar satisfacción a través de las emociones". No cabe duda de que esta sentencia es plenamente aplicable al modo con que Basilio Sánchez afronta la escritura. Él sabe que la poesía es un arte y no un fenómeno de la naturaleza, que no existe independientemente de la participación humana, que los crepúsculos, por más poéticos que parezcan, no se relacionan con la poesía hasta que el poeta no los incorpora a su lenguaje. La poesía es un arte de palabras y no existe por tanto fuera del lenguaje. La poesía es, si se me permite, el lenguaje de la síntesis, la síntesis de la sintaxis. "La palabra poética —escribió Lezama Lima, una de las lecturas frecuentes de Basilio Sánchez— es cierta porque es imposible". "La poesía —afirma Rodríguez Padrón— no es más que la iluminación de una palabra que precisa de otra o de otras para que su dimensión inaugural se descubra y se cumpla. La poesía no es explicación, sino provocación sin violencia, como quien invita al abrazo".

Y al abrazo nos convida la lectura pausada de la obra del cacereño, una poesía que no es sino la búsqueda apacible de la serenidad y del sosiego, el itinerario de un hombre que se entrega con entusiasmo al conocimiento de las cosas a través de la palabra en movimiento, de la palabra imperfecta, de la palabra en lucha, que es toda palabra poética que lo sea de verdad. [...]

El lenguaje del poeta es el lenguaje de su tiempo, es ver ese tiempo, conversar con él a través de un discurso circular que se enriquece a sí mismo. Todo está —y él lo sabe— sencillamente por hacer y es precisamente de ese vacío, de esa carencia de donde nace el poema. Tampoco desconoce el poeta que escribir es, en el fondo, un acto de renuncia, esto es, la negación constante de otros muchos poemas posibles. Cuando las primeras palabras aparecen (las que te regalan los dioses) y la emoción —porque la hay— se va definiendo, más que acumular palabras, el poeta tiene que renunciar, tiene que desprenderse de ésta o de aquélla sin contemplaciones ni nostalgias. Por eso el poeta moderno —y Basilio Sánchez lo es sobradamente— necesita sobre todo un gran sentido crítico frente a su propia obra. Y esa labor de poda, de selección necesaria, de lenta depuración del poema, es perceptible en todos y cada uno de los versos que componen sus poemas, unos espléndidos poemas en los que el poeta recupera, entre otras cosas, el tópico horaciano—luisiano (de Luis de León) de "la vida retirada". Basilio Sánchez vive "junto al camino donde arrojan los frutales su inocencia tardía", abriendo a diario "ventanas que se orientan al este", lejos de la ciudad que apenas si "recoge, con canastas de vidrio, la tristeza". [...]

Esta opción personal —este retiro— del hombre y del poeta no es en absoluto baladí en su escritura. Esta sabia postura de alejarse del mundanal ruido lo acerca sin tapujos no a la poesía de la experiencia, sino a la única que importa, a la experiencia real de la poesía. El poema —como un fruto— es una dádiva absoluta que va enriqueciendo progresivamente la didáctica del olvido y la memoria a medida que su poesía avanza. El poder de su escritura reside en esa capacidad de persuadirnos que sólo tiene la buena literatura, la que se escribe al margen de modas y modos, la que se necesita. Hacer un poema es en el fondo —como quería Ruy Belo— un acto de humildad, "es dejar a un lado los suspiros, las actitudes, olvidarse de movimientos y tendencias, de amigos y de aquella madrina que deposita grandes esperanzas en nosotros, e inmolar a determinadas palabras toda la poesía posible". [...]

[...] Basilio Sánchez ha configurado un mundo propio al que se mantiene fiel desde su segundo libro, un mundo que restablece un trato armonioso y sereno con las cosas. O dicho de otro modo, a la conciencia de desamparo propio de la poesía moderna —que también es la suya—, Basilio Sánchez impone casi sin darse cuenta —como lo hacían los clásicos— el don apacible de la mirada, la perdida inocencia, el sentido primero de la palabras, porque sabe —y vuelvo a Stevens— que "la poesía es un pretexto que perfecciona, una satisfacción en la irremediable pobreza de la vida".


CARLOS RULL GARCÍA, La mirada apacible. Lateral, Año III, diciembre 1996.

[...] En esta obra propone un viaje poético a través de sensaciones vitales que describe con lenguaje sencillo, plagado de metáforas e imágenes. El otoño, el invierno, la tarde se convierten en los espacios idóneos para la reflexión del yo que se abandona a un descubrimiento de sí mismo y del mundo que le rodea; haciendo de su visión de la realidad una nueva, metamorfoseando todo lo que su palabra activa ve y toca, para la creación (re)creación de su entorno, ya real, ya artístico.

El libro se estructura en dos partes simétricas —separadas por un poema central: "El corazón de las cosas"— a su vez divididas en dos partes cada una. Todo él es un solo poema, el del (re)nacimiento del ser a partir de una realidad que deviene poética desde la mirada consciente del yo. La intención no es copiar la realidad, sino transformarla; las referencias temporales y espaciales que llenan la obra muestran una realidad intrínseca al lenguaje del poeta. Los heptasílabos, alejandrinos y endecasílabos que forman los poemas fluyen como el agua del "deshielo" —que da título a la primera parte del libro— a pesar de algún forcejeo métrico y léxico, para explicarnos la evolución del yo. Desde su inmóvil concienciación de la realidad pasa a una aceptación resignada, pero esperanzada, de la verdad humana en la recopilación final de los elementos metafóricos que crean su realidad poética. El poeta dice "soy el que se desprende del invierno", "soy el árbol / que se desprende de su sombra, el que florece / con las últimas luces del año del deseo" para que al final "quede un hombre reuniendo entre sus manos los fragmentos dispersos". Y es que frente a la aceptación de la fugacidad y monotonía de Luis Rosales, a quien el poeta recuerda en uno de los poemas, el autor de La mirada apacible quiere descubrir "el gozo repentino de las hojas / proponiendo el deshielo".


A. LÓPEZ ANDRADA, El vuelo sosegado. Cuadernos del Sur / Diario de Córdoba, 20/02/1997

[...] El poeta cacereño nos deja ver una realidad mágica, al mismo tiempo misteriosa, nombrada por su voz, mirada a través de sus ojos llenos de luz, parecidos a los de un niño sorprendido que roza los objetos con su emoción. Una delicada ternura, un velo suave de compasión hacia las siluetas humildes de un paisaje que nos es urbano ("La mujer que camina delante de su sombra. / Aquella a quien precede la luz como las aves / a las celebraciones del solsticio") llenan las páginas agridulces de este poemario hermoso y diferente, abierto siempre a la luz y nunca a la oscuridad. Basilio Sánchez escribe desde la meditación, conteniendo la emoción, refrenándola a veces, pero siempre guiado por el amor y el deslumbramiento que en sus ojos produce el color de la hierba, el lento deshielo de las colinas solitarias al atardecer: ahí, precisamente, reside la magia y el encanto de esta poesía siempre distinta, siempre auténtica, incluso, en muchos momentos, virginal.

Dividido en varios apartados que se complementan ("Elogio del deshielo", "La mitad de la vida", "El corazón de las cosas", "El pájaro que cruza" y "Descendimiento") el presente poemario, prologado certeramente por Antonio Colinas, es una clara invitación al recogimiento y al sosiego, a la vida apacible, a la lentitud. Hay fragmentos bellísimos dentro del libro, imágenes cargadas de dulzura y, al mismo tiempo, de un dolorido temblor: "Estaba en los lugares que recorrimos luego / durante la tormenta y en los vasos / que quedaron vacíos en las enredaderas de nuestra juventud". Basilio Sánchez ha demostrado, calladamente, sin estridencias, que aún es posible el misterio de la poesía, que es posible mirar el mundo de un modo apacible, con armonía, volando igual que las aves sobre las cosas, de un modo solemne y, al mismo tiempo, sosegado.


ÁLVARO VALVERDE, La poesía apacible. Diario HOY, 9/11/1996

"Un hombre solo, como aquel que ha esperado durante mucho tiempo, un hombre que transita junto a mares simbólicos, que camina callado por una ciudad extraña a la que pertenece, que mira a otros mientras cruza despacio los jardines del tedio, el perseverante en la melancolía, el que reconoce ser la inmóvil sombra de un árbol que es él mismo y concilia la vida con las formas del sueño, el que viene del frío y estuvo sentado al lado de la muerte y siete veces siete ha vuelto y ha mojado sus manos en el agua profunda y helada de una fuente y ha dormido desnudo junto al fuego y ha cruzado la noche bajo la luz del día y consumado al cabo su lenta travesía del invierno, alguien que vive ahora entre nosotros en algún lugar apacible consagrado a los vivos".

Este es el personaje o sujeto poético que, a mi modo de ver, protagoniza los poemas de La mirada apacible (Valencia, Pre—Textos, 1996), el último libro de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). Leí por primera vez este libro interminable (por lo que tiene de firme, ilimitada sugerencia) desde que sólo era una pulcra copia de ordenador, esa forma impersonal y moderna de los antiguos manuscritos. Digo sólo era y al decirlo de este modo puedo estar dando lugar al equívoco.

Porque lo que leí entonces era ya el libro acabado y memorable que ahora veo bajo otra apariencia, más hermosa, sin duda. El mismo libro necesario y envidiable que me sacudió y me sacude del hastío de tanta poesía prescindible y repetitiva que nos castiga a quienes incautamente perseveramos en la lectura. Ya dije entonces a Basilio, en una carta que al parecer conserva, que La mirada apacible era un gran libro. No estaba ofreciéndole con ello una respuesta de cumplido.

Podía haberlo hecho, ¿quién no lo hizo alguna vez? No sé si la lectura de un poeta que lee a otro (suponiendo que quien lee a un poeta no sea siempre otro poeta) es diferente o más profunda que la que hace cualquier mortal que no lo sea (un familiar del mismo, algún amigo, un alumno obligado). Sé que de la lectura de La mirada apacible no salí indemne. Me sorprendió desde el principio ese ritmo envolvente que respira detrás de cada verso, la precisa ubicación de las palabras, su elegida belleza, su leve carga de exacta profundidad, la novedad que emana evidente de su entrañable y gastada cadencia. Me admiraba y me admira el hombre que se esconde detrás de estos poemas. Qué extraño y qué difícil creerse la radical verdad que la poesía nos propone y, más aún, llegar a apreciar al ser humano que en la penumbra conversa cono nosotros.

Contra el vano empeño de nuestra poesía más alardeada, premiada y reciente de hacernos comulgar con las ruedas de molino de la normalidad, la utilidad y la verosimilitud, la lúcida elocuencia que trasmiten las cristalinas y cortantes palabras de este libro. Contra el cansancio de lo ya dicho y hasta el hartazgo repetido, las palabras sin prisa, perdurables de este libro. En fin, contra una poesía chata, sin dimensión y falsamente realista y cotidiana, las palabras densas, con volumen (como le gusta decir al autor), de este libro.

En cierta ocasión cité a propósito de la poesía de Antonio Gamoneda a la poeta norteamericana Marianne Moore, su poema Poesía: A mí tampoco me gusta, hay cosas más importantes que toda esta alharaca. Al leerla, empero, con total desprecio, uno descubre en ella, después de todo, un lugar para lo genuino. Es aplicable a la poesía de Basilio Sánchez, tal vez por eso encuentre al leer su libro resonancias del maestro Gamoneda. Resonancias, aclaro, que nada tiene que ver con las habituales imitaciones a que otros nos tienen, con escasa fortuna, acostumbrados, sino con algo más serio y más profundo: la voluntad común de decir, nada más y nada menos, la verdad.

El que llamé hace un momento protagonista de este libro no es para mí otro que Basilio. Quero decir, y con esto termino, que en los poemas de La mirada apacible está expresada, porque para eso sirve la poesía, toda la peripecia vital y literaria del poeta. Gracias a eso he podido yo, el lector Álvaro Valverde, sentirme expresado hasta la emoción por ellos.


SALUSTIANO MARTÍN, La mirada apacible, elogio de la esperanza. Revista Reseña nº 278, diciembre 1996.

[...] La naturaleza vuelve a ser el lugar donde el poema sitúa sus palpitaciones metonímicas. La experiencia que el discurso construye, acaso no tiene que ver con una ubicación real, que debiera obligar al poeta a enunciar los lugares en que la fuerza creativa sobrevive indemne. Pero es esa fuerza, sin duda, la que quiere ser enunciada aquí, y Basilio Sánchez, de nuevo, se sirve de los símbolos frutales de la naturaleza para alzar su propuesta existencial. Otra vez, los bosques que se cruzan o se sobrevuelan crecen en el interior enigmático del propio ser humano.

El libro se organiza como fragmentos anónimos de un solo discurso. De principio a fin, sin que decaiga nunca el rigor unitario, el espacio y el tiempo construidos son el mismo, e idéntica la atmósfera en que habrán de germinar las semillas del augurio. Pero, más aún que esa geografía recurrente, es el sujeto del enunciado el que recorre, como un pespunte orientativo que conduce al lector por el trazado simbólico propuesto, el cañamazo unificador en que habrá de leerse, finalmente, el argumento ideológico/existencial urdido. Así, a través de las estaciones climáticas y sus intimaciones en la naturaleza vegetal o animal, un hombre solo va tejiendo sus senderos, la perspectiva de su mirada atenta, la esperanzada constatación del curso de una vida que parece no tener fin y que siempre retorna.

Quién es este hombre. Tal vez sea el propio poeta. Aunque acaso no sea sino la sombra que éste proyecta al mirar hacia fuera. Quien enuncia lo hace con una entonación distanciada que merodea alrededor de esa figura extraña, construye su andadura y su perfil como un desconocido que observa, como un testigo enigmático de lo que sucede en el espíritu (y en el cuerpo) de los seres humanos. Algunas veces dice "yo". Y, sin embargo, las experiencias de que da cuenta, los seres con que parece relacionarse, los sentimientos que van creciendo en sus manos, trazan la figura de un personaje de ficción que ignora quién es y quiénes son éstos que lo rodean. El discurso lírico elabora el espacio del ofrecimiento solidario de esos desconocimientos, el viaje a través del cual el sujeto poético se hace cargo de los ritmos frutales de la vida. [...]

Como una letanía se produce el ritmo apacible de estos versos de sobria dicción, donde las anáforas levantan una recurrencia sintáctica que nos habla del versículo bíblico, molde ejemplarmente adecuado a este contenido milagroso de la naturaleza que resucita. Que Basilio Sánchez haya conseguido esto con una métrica que permanece siempre relativamente ordenada en el aliento de los versos de impar número de sílabas no es sino otro de los muy meritorios logros de este libro que nos propone la esperanza.


MIGUEL ÁNGEL LAMA, La mirada apacible. El Espejo, Boletín de la Asociación de Escritores Extremeños. Nº 3, noviembre 1997.

[...] Todos los libros de Basilio Sánchez obedecen a una meditada estructura a lo que no es ajeno este de La mirada apacible, compuesto por cinco partes, de las que la última, "Descendimiento", hace las veces de epílogo con un único poema; otra constante hasta hora de los libros del autor la de cerrar el conjunto con un poema epílogo, como en A este lado del alba y en Los bosques interiores, en los que el poeta titulaba como "Epílogo" sus finales.

Estructura pensada que es un modo de escritura hasta el momento, que surge de la necesidad de orientar al lector —a través de la titulación de sus partes: "Elogio del deshielo", "La mitad de la vida", "El corazón de las cosas", "El pájaro que cruza" y "Descendimiento"— y de ofrecer descansos meditativos del poema continuado que en realidad constituye el libro. [...]

La mirada apacible se conforma como una historia personal —pero sólo en el sentido paradójico de lo impersonal de una mirada íntima—; no busquemos claves personales en el sentido bibliográfico en este libro, que indudablemente las tiene, su historia personal es la atribuible al hombre que fluye entre la páginas, en el ciclo vital, un hombre que se abre a la unión con otras experiencias comunes. [...]

De ahí que este libro deba ser leído con esa unidad de un camino que se recorre paso a paso, en el que sus partes están perfectamente engarzadas y vinculadas lógicamente. Y a pesar de eso, podemos contemplar cada poema en su propia unidad.

Historia personal de la dicha del hombre es la que se recoge en el sugerente título del libro: La mirada apacible. La mirada del poeta y hombre sobre sus propios pasos, la contemplación serena del mundo, la capacidad de encontrar la pulpa de las cosas por la transparencia de esa mirada. Pero también la mirada apacible del lector sobre el libro, sobre esa misma realidad evocada por el poeta; en definitiva, la apacible mirada de un lector en permanente y persistente goce ante una poesía de tanta calidad y hondura.

De esa dicha nacen los símbolos fundamentales y reiterados del libro. Por ella cabe explicar la presencia de un "yo" que se hace acompañar de un "vosotros", como llamada a la celebración compartida ("Todos estáis aquí, conmigo", escribe Basilio Sánchez en el cuarto poema), o del "nosotros" que surge en la segunda mitad del poemario. Por ella, la dialéctica entre luz y oscuridad, entre el frío y el calor, entre el invierno y la floración. Por ella, en definitiva, la aparición del árbol, del pájaro que cruza, de la vida. "Canto, pues, a la vida en el que se funden naturaleza y ser, continua metamorfosis de estaciones y sentimientos", dice Antonio Colinas en el prólogo del volumen.[...]

Es la proclamación de la serenidad lograda, de la soledad buscada entre lo más primero y natural; y también, en el quehacer poético del creador, la imagen de esa búsqueda de la transparencia, del despojamiento del lenguaje del poema. [...]

Y es indudable que el lector llega plenamente hasta ese lugar de la luz, hasta la iluminación por vía de estos poemas que son una propuesta de celebración de la vida y la escritura, los dos grandes pivotes sobre los que se sustenta el caminar del poeta, el ciclo continuo que va desde la mirada apacible del que escribe a la recreación serena y complacida del que lo lee.