Basilio Sánchez


Crítica a Los Bosques Interiores

Prólogo del libro "Los bosques interiores", de J.L. Puerto

El animal propicio

Hay, en la poesía de Basilio Sánchez, sentimiento del tiempo, sentimiento de las cosas. Hay una memoria antigua que trae al presente unas arqueologías que, como semillas, siguen haciendo germinar en nosotros enigmas y misterios, de los que estamos poblados, aunque tantas veces los ignoremos.

A través de la potestad de una palabra siempre precisa, esencial y cargada de sugerencias; de una palabra que se arracima en imágenes nuevas y nunca obvias; de una palabra que despierta asociaciones simbólicas; la poesía de Basilio Sánchez articula un decir en el que los hilos de memorias, experiencias, sensaciones y percepciones muy sutiles se van entretejiendo en la urdimbre del mundo, para darnos un dibujo en el que se nos ilumina esa otra realidad que se nos escapa y en la que estamos inmersos; realidad que, a través de la palabra de Basilio Sánchez, nos proporciona otro modo de conocimiento, un conocimiento más alto sobre nosotros mismos y sobre el mundo en cuya urdimbre nos dibujamos y desdibujamos, tejidos como estamos de memoria y deseos, de refugios e intemperies, de sueños, de dolores y de mitos, registros todos ellos presentes en esta poesía.

Más allá de la realidad inventariable, del tiempo de los calendarios, de los espacios delimitados por el uso y la costumbre, hay otro territorio —viene a decirnos la poesía de Basilio Sánchez— que también, y sobre todo, nos pertenece: un territorio de "bosques interiores", de "temblor de lámparas", de "pulcritud antigua", de "balbuceo lento de la lluvia", de "besos furtivos en las inmediaciones de la muerte", de "hornacinas de barro para el recogimiento", de estaciones y animales propicios, de ritos antiquísimos, de práctica de la hospitalidad, de mansedumbre "combada por la vegetación", de presencia de la muerte junto a "la ceremonia de la fertilidad", de "libros sagrados", de "dolor milenario", de "la voz debilitada de la danza"...

Y este es el territorio al que la poesía de Basilio Sánchez nos convoca. Una poesía a la que términos como "memoria", "olvido", "fulgor", "recogimiento", "silencio", "temblor", "rito", "contemplación"... definen muy bien, pues de todo ello participa.

La poesía de Los bosques interiores se configura como una aventura interior, de conocimiento y de belleza, en la que el poeta se propone indagar en "los límites de lo que poseemos", ahondar "en el descubrimiento de las cosas" a través de una palabra que funciona como "rescoldo íntimo", convocar al "animal propicio" o a "la estación más propicia", para que descubramos la vertiente mítica y ritual de la vida y del mundo, aquélla en la que acaso se halle nuestro sentido más hondo.

En la tradición poética contemporánea, el decir visionario de Saint-Jhon Perse se halla esencializado por poetas como Giuseppe Ungaretti o René Char. Ésta es la coordenada en la que podría situarse la escritura poética de Basilio Sánchez. En ella, la visión —como la palabra— nunca se desborda, se esencializa, aunque también se matiza y se irisa por medio de imágenes y símbolos. Asimismo aparece la entrevisión, a través de la memoria, de un mundo antiguo, mítico y ritual, que se halla expresado por medio de un cierto hilo de melancolía.

Podemos adentrarnos ya, ahora, en la espesura de Los bosques interiores. Será una experiencia estética y vital de la que saldremos reconfortados.

José Luis Puerto


JOSÉ MARÍA BARRERA, Los bosques interiores. ABC Cultural, 7/01/1994

[...] Diseñado como un mosaico en seis piezas, el autor enmarca la configuración interior del volumen ("aquí donde yo vivo como pájaro insomne") en una indagación metafísica consistente en eternizar lo cotidiano, con el pulso de los nombres fragmentados, esa "filosofía del perfume" que aflora a cada paso. Los recursos imaginísticos —ahora de fantasía o visiones— estructuran la primera y segunda sección, "Los bosques interiores" y "En la ciudad continua". La conciencia del tiempo y la presencia de una mujer son los ejes sobre los que se vertebran las oníricas lascas de esta historia. Bajo la descripción de un paisaje simbólico (lluvia, noche, agua) la mirada del poeta superpone una biografía incompleta o la narración de su propia desnudez (machadiana) al saberse al límite del viaje, "esa forma purísima de vértigo". La actitud elegíaca retoma el eco de Cernuda ("como aquel que, después de muchos años / regresa de una región inhóspita") y el apunte irónico hacia los "novísimos" ("se concibe la gesta sin la alusión al príncipe. / Lo confuso es el mar"). Tras el poema único de "Transito", el cuarto apartado, "Ciclo menor", encierra pequeños acordes que perpetúan el enigma del amor y el deslumbramiento del misterio. La "otredad" es entendida aquí con correspondencias subjetivas que perfilan y dibujan la "cuidada metáfora del mar". Los prodigios están, sin duda, descifrados desde el origen ("exigua ciudadela donde hallarme y tenerte").

Las dos últimas partes, "La lluvia" y "El mirador", mantienen un leve paralelismo con las primeras. La línea imprecisa de una ciudad imaginada, el "retrato" de una mujer egipcia y el toque épico son los espacios domésticos propicios para afrontar el rito de la muerte, "La ceremonia de la fertilidad". Poco o nada hay que objetar a tan clara admonición; sólo queda recurrir al "bosque", símbolo del inevitable recuento (inventario de la eternidad), en la cruel paradoja de pervivir en esa hoja o calendario fugaz y siempre presente en la poesía.


DIEGO DONCEL, Los bosques interiores. Diario "HOY", 29/12/1993

[...] Los bosques interiores representa en esencia una poesía de la mirada, una mirada fragmentada y silenciosa sobre los objetos, los seres y los acontecimientos del mundo.

Ya en el texto de la página 21 se habla de la "orografía de las cosas", de "dibujar las formas", de seleccionar las figuras por su grado de luminosidad. Pero hay un verso que nos perturba cuando declara que esta visión se hace "como el que regresa de una región inhóspita". No se va a tratar de una visión placentera de lo real, sino de una visión tensada que procurará restituir una imagen más verdadera. Ya sabemos que el deseo expresado por Husserl "a las cosas mismas" es en este punto del pensamiento humano algo poco posible. Tal vez siempre lo fue así. Lo que ocurre es que hoy no cabe ninguna ingenuidad al respecto. El hombre no puede aprehender las cosas en sí, sino una imagen rota de esa cosa. Por eso el hombre no aspira a pensarla, sino a sentirla de una forma humilde.

Así lo hace Basilio Sánchez, y ya en un texto muy significativo titulado "El glaciar" nos somete a un juicio dubitativo sobre la existencia de lo real y cómo sólo mediante la palabra el mundo puede existir. La poesía entonces se convierte en fundación, la única posible que el hombre puede hacer ante algo que se le escapa. Ya lo decía Rilke, "cantar es ser", y este ser toma carácter real en la figuración y en la mente del poeta, en la combinación de contenidos y sonidos que conlleva en sí la palabra. Por eso se puede decir que la visión que desarrolla en Los bosques interiores es una visión imaginaria.

En la sección titulada "Ciclo menor", que según manifiesta el primer poema fue escrito por alguien que ya ha muerto y del que se rescatan "por azar algunos textos", nos encontramos con uno de los ejes fundamentales. Y no es otro que el de la creación de una realidad cultural, esto es, estética. No podrá ser de otra manera en alguien que selecciona tanto cada mirada, en alguien que sabe que cada mirada es ficticia. Este sentido estético es algo que recorre de una punta a otra, desde el principio al fin, todo el libro. [...]


MIGUEL A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, Genealogía del amor y de la muerte. El Urogallo, septiembre 1994.

[...] A través de Los bosques interiores se despliega un recorrido en seis estadios no tanto ascéticos cuanto resultado de una biografía personal que madura en el trasunto de su propia trayectoria. Este es un viaje por el eje circular del tiempo, cuyo trazo definitivo domina el transcurso del libro y configura, entre la memora personal y una privilegiada mirada, el corazón de los años jeroglíficos y la certeza "de saberme en los límites, / a un paso ya de la filosofía del perfume".

No es la exhibición romántica de un héroe que relata su odisea existencial, sino más bien la actitud del poeta consciente de su punto de retorno, asumido "con la benevolencia del que se sabe antiguo" y, por tanto, del conocedor del camino y de su condición errante. Lo que subraya en "Tránsito" es precisamente ese lugar donde "ya nada perece ni se otorga", y en el cual yo vivo "como pájaro insomne", / como jinete al uso". Porque lo que Basilio Sánchez describe es el tiempo como "un recinto asolado / por las murmuraciones de las aves". Se conflagran así las voces de todos los poetas —de todo ser humano, si cabe— a partir de idéntica experiencia: "Porque todo sucede de la misma manera". Esta experiencia nace de la monotonía del paisaje interior, abatido por la desolación de un silencio acumulado. Diez años que, en el caso del poeta, reclaman la pureza "de una edad inconclusa", la edad incierta que toda poesía convierte en conmemoración. [...]

El ámbito de lo poético es para Basilio Sánchez una región reconocible para cualquier lector. De ella nos ofrece imágenes clarividentes, donde nos hacemos partícipes de su mirada. La biografía de un poeta puede ser —como en este caso— la radiografía de nuestros propios recuerdos. Esto demuestra hasta qué punto el carácter poético de este libro es capaz de describir la atmósfera de todo un pueblo. Tal es el resultado que con gran brillantez Basilio Sánchez refleja en "Tríptico", genealogía de amor y de la muerte: "Somos parte de un pueblo amenazado, nos acecha la muerte / desde la ceremonia de la fertilidad".