Basilio Sánchez


He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes


HAY un olor de agua y de resinas,
un aroma incesante
subiendo por las médulas
hasta las nervaduras de las hojas,
un espacio oloroso,
una fragancia
de sombras perfumadas, de espesuras azules,
de musgos transparentes.

Vengo de la sustancia de la tierra,
de su barro balsámico.

Sobre la intimidad de lo que existe,
sobre el mundo
que ahora empiezo de pronto a percibir,
va pasando en silencio,
iluminando el sueño en penumbra de las cosas,
el pensamiento de la luz.


EN la ventana arde
la lámpara de cobre
de la que se desprenden las palabras.

Lo conocido excava
una puerta en el muro de lo desconocido.

El corazón no sabe
que algo dentro de él, calladamente,
se prepara en secreto.


LA luz del mediodía,
como un pájaro ciego,
se sostiene en lo más alto del aire.
Las raíces del mosto sacan agua
de las profundidades de la tierra.

Hay un hermanamiento,
una especie de familiaridad entre las cosas
que conforman el mundo,
como si cada una cuidara de la otra,
como si la alegría en la que viven inmersas
fuera un logro de todas,
la conquista de una comunidad.

Acercarnos con afecto a las cosas
nos permite intimar con lo sagrado
que permanece en ellas.

La mañana está en deuda con la cosecha de las flores.
El que entiende de pájaros entiende de narcisos.


LA mañana
camina hacia el milenio
de la mano de un niño
que va dejando migas en las piedras
para las lagartijas y los pájaros.

Ya nadie es inocente.
El lenguaje ha extraído bocados de caballos
de las fosas comunes de los hombres,
huesecillos de frutas,
semillas de palomas.

Los segadores cantan a lo lejos sobre la sangre del maíz.
El árbol que preserva
la conciencia del mundo
es un pequeño níspero al que ladran
por la noche los perros.


AMO lo que se hace lentamente,
lo que exige atención,
lo que demanda esfuerzo.

Amo la austeridad de los que escriben
como el que excava un pozo
o repara el esmalte de una taza.

Mi habla es un murmullo,
una simple presencia que en la noche,
en las proximidades del vacío,
se impone por sí sola contra el miedo,
contra la soledad que nos revela
lo pequeños que somos.

El poeta no ha elegido el futuro.
El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto.


EL viento fermentado
en los barrancos del mar
escala las orillas,
acaricia el follaje de los árboles,
se enreda en los espinos que protegen las fuentes.

Presiento con palabras
un mundo elemental, un universo
que, abismado en sí mismo, sigue intacto.
La honradez de un paisaje
que, a espaldas de nosotros, excluido
de nuestras percepciones y de nuestros afectos
desborda plenitud.

El tiempo de los ríos
que fecundan de noche las laderas
sedientas de la tierra
es anterior al tiempo del recelo, de la desconfianza.
Es anterior al tiempo en que los hombres
renunciamos definitivamente
a pactar con las cosas.

Ya no cabe en nosotros el asombro,
la costumbre de la perplejidad.
No nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto.


EN el itinerario de los pueblos
hay casas incendiadas por la luz de la luna
y amaneceres rojos
como las amapolas
de las floristerías de la sangre.

Los que nos adentramos en el bosque
para buscar comida
no sabíamos
que cuando regresásemos
de aquel silencio extraño,
de aquella hoguera oscura que ardía sin consumirse,
no seríamos los mismos.

El bosque es un recodo en el tiempo
en el que se descansa de la luz.
No hay nada más hermoso
que dejarse convencer por la noche
de que todo es eterno.


HE encontrado en las cosas,
en los seres más simples,
una forma
de dejarse llevar, una manera
de abandonarse al flujo secreto de la vida
que nos invita a la modestia.

Los poemas que nos hacen mejores
son los que nos devuelven
a ese estado anterior
en el que era posible,
en nuestras relaciones con el mundo,
conducirnos con naturalidad, sin artificio.

Me conmueve la humildad de los pájaros
que trabajan día y noche para trenzar un nido
en un árbol sin nombre.


EN el valle, un castaño
ha elevado sus hojas
sobre el tejado rojo de una casa
y ahora puede mirar al horizonte.

La noche entre los árboles
es una oscuridad iluminada, un silencio de pájaros
en los que confiar, una espesura
de ramas transparentes,
de pañuelos azules,
de animales benévolos.

Necesito vivir en un país
que no haya renegado de sus árboles,
necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra.


LA realidad se sirve del lenguaje.

La vida del espíritu,
la profecía que aparta la luz de las tinieblas
se sirve del lenguaje.

La humanidad de un mundo amenazado
que se adentra de noche en un desierto
del que nada conoce
se sirve del lenguaje.

El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol.


ESTÁ en las escrituras:
La visión se concede, los profetas
escriben al dictado.

Pero nosotros no venimos de los profetas,
nosotros descendemos
de un pastor de rebaños
al que no permitieron, en mitad de la noche,
entrar a la ciudad.


UNO escribe un poema para sentirse vivo.
Uno escribe un poema
para que otro descubra que estás vivo.

La poesía le ha movido la piedra de la entrada
a la gruta de las resurrecciones.

La poesía ha corregido
la inclinación del eje de la tierra
y ha arrojado la manzana de Newton
sobre la fuente de los pájaros.


CON el tiempo me he vuelto silencioso
como el carbón de estufa.

Desde hace algunos años, me encomiendo
a los pájaros mudos
y a los hombres
que hicieron del sigilo su ciudad en la tierra.

El silencio es un océano en calma
que permite que afloren
como islas
o como promontorios
los pequeños sonidos de las cosas,
sus músicas secretas.

El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es.
El silencio es la elegancia absoluta.


HAY en el interior de cada uno
un hombre conmovido
que no nombra las cosas con grandeza,
sino con gratitud.

Soy el que reconoce
los rasgos de su rostro en el cobre de una lámpara,
el que ha pintado un pez en la dovela
secreta de una bóveda.

Siempre supe estar solo,
igual que la montaña que se hace
rodear por el mundo.
Siempre encontré en mí mismo
mi tiempo más intenso, mi habitación más amplia.

Aún le debo a la muerte,
que también está sola,
la navaja mellada que llevo en el bolsillo
y una piedra de sílex
tallada en una gruta por un viejo grabador de animales.


MI pensamiento fluye con los peces
por las aguas
de un río subterráneo,
con las ramas caídas por la serenidad
de una noche perpetua.

No soy como los árabes,
como las caravanas del desierto:
yo mendigo la luz.
Yo soy el que ha escarbado en la tierra de los dones
y ha extraído raíces,
la madera quemada de un incendio.

He aprendido a convivir con las ruinas,
a abrir una ventana y asomarme en silencio a la ternura
de lo que ya no existe.

Oculto en la espesura de las cosas
queda un último eco, sin embargo,
de la canción del paraíso,
un pequeño reflejo de la lámpara
que alumbró el primer día las fachadas
de las casas del mundo.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes.

Las palabras son mi forma de ser.